
La política del «pan y circo»
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La cortina de humo es una comedia en la que un peculiar consultor de comunicación del presidente de Estados Unidos contrata a un presuntuoso y rico productor de Hollywood para que genere, incluyendo grabación en escenario, un falso conflicto bélico con otro país sólo para distraer la atención pública, la cual estaba muy atenta a una relación sexual del mandatario con una menor, y sólo faltaba un par de semanas para los comicios. Es la idea de buscarse un enemigo fuera y promoverlo, concentrando la atención en él o exagerándolo, se trataba de la impresión de amenaza ante la que el líder debía actuar.
El nombre de la película lo escuchamos en el argot popular cuando alguien percibe intención del interlocutor de entretenerle, en detrimento de la atención que requiere un tema importante.
Nada nuevo. Yéndonos años atrás, en la Roma Imperial se organizaban grandes espectáculos como combates de gladiadores, luchas de fieras, obras teatrales, entre otras diversiones, además de la repartición de alimentos gratuitos o a muy bajo costo, como herramientas de control social. Le hemos llamado tradicionalmente la política del «pan y circo» para el pueblo.
Partiendo de que la capacidad de la mente es limitada y sólo podemos fijar nuestra atención en un número muy restringido de aspectos, medios de comunicación y políticos muchas veces aúnan esfuerzos para distraer al pueblo con nimiedades.
Al respecto, los académicos descubrieron el efecto priming según el cual, si la atención de la gente se concentra en una cosa, entonces la evaluación que hará de cara a las elecciones será según como se perciba la gestión en esa cosa.
Por tanto, si la opinión pública presta atención a unos asuntos y no a otros, el electorado evaluará a los políticos en función de estos, y regularmente coinciden con las temáticas que le son favorables, por supuesto.
En tanto, los politólogos hablan de la teoría de la política exterior de la distracción. Se trata de la tendencia a utilizar la guerra o los conflictos exteriores para apartar el foco de la opinión pública de los problemas internos, y a reforzar el consenso interno y el cierre de filas en torno al gobernante.
En el pasado, el escenario se identificó en diversos momentos a lo largo de la historia: en la Italia del Renacimiento, en las guerras europeas posteriores a la Revolución Francesa, en los Estados Unidos y la Europa posteriores a la Segunda Guerra Mundial, y en Latinoamérica.
Lo curioso es que luego de situaciones tan críticas, los repuntes en la aprobación de los líderes fueron valiosos en unos casos, pero en otros fueron mínimos y poco duraderos, y peor aún si se presentaban determinadas circunstancias como crisis económicas, escándalos y rebeliones interiores, por lo difícil que resultaba distraer a la gente, faltando comida en su mesa, por ejemplo.
Por eso, los presidentes estarían más tentados a aventurarse en conflictos con otros estados. Claro está, hay unos límites de la realidad que se imponen, es evidente que la política ofrece un amplio margen para la selección de los temas y para su utilización simbólica. Ya se ha estudiado esa tendencia de la gente a apoyar a sus líderes después de las amenazas del exterior.
¿Algo así pudiera pasar en República Dominicana respecto a la situación con Haití? Concuerdan algunos aspectos: se identifica un «enemigo externo», se intenta levantar la autoestima nacional y avivar el patriotismo, y pasan a segundo plano otras problemáticas de interés mayoritario. ¿Qué cree usted?