
El arte escénico electoral
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El poder siempre se ha expresado a través de símbolos: utilizando la palabra en el discurso, el arte en todas sus formas, el simbolismo que expresaba el arte jerárquico y la identidad de los anhelos de los pueblos y sus líderes. El poder siempre se ha puesto en escena.
Si algo ha hecho siempre el ser humano es ver; y si algo ha sido siempre la política es visual. Si algo tiene el poder político es su manejo de lo simbólico, y no sólo de lo instrumental.
Siendo así, en las campañas electorales, más que ideología, se enfrentan personajes, y el voto sanciona no tanto las competencias de un actor-candidato, sino más bien sus resultados, su capacidad para captar la atención y suscitar emoción.
Sabiendo que la mayor parte de la gente ve la política hoy desde el sillón de su casa o cualquier otro lugar en donde esté, gracias a los dispositivos móviles, y habla de ella como si se tratara de una representación ajena, los gobernantes o aspirantes a serlo se saben actores cuyo desempeño depende no tanto de lo que hacen como del resultado final de su representación. Y los medios, sus propietarios y sus trabajadores son conscientes de que, por serios y responsables que pretendan ser, deben ofrecer un espectáculo si quieren absorber la atención de la audiencia de la que dependen económicamente.
Entonces, cada vez más en política no sólo se refleja la realidad de ciertos acontecimientos si no que la construyen. Dicho de otro modo: no es que las cosas simplemente sucedan, sino que sean manufacturadas para suceder de tal forma, como parte de un relato.
Por ejemplo, la intención última de los mítines y el montaje que ellos implican no es otra que conseguir la mejor imagen en televisión y transmitir el mensaje de victoria a los televidentes, es decir, a los electores en general, ahora grandes consumidores de redes sociales virtuales.
También vemos reflejado ese arte escénico cuando en un programa de televisión o radio acompañan al candidato diversas personalidades del partido y simpatizantes, quienes durante la entrevista o el debate aplauden las intervenciones de su aspirante y entonces en el “pulsómetro” de los asistentes visto en pantalla, los aplausos y aclamaciones recibidas dan una imagen de victoria y de gran respaldo.
Un paso más al frente en este escenario sería si una multitud de simpatizantes se concentra en la calle para esperar la salida de su candidato, vitorearle y que las cámaras capten el momento y emitan estas imágenes. Esa manifestación multitudinaria, con cientos de banderas y carteles del candidato y en un ambiente de júbilo y optimismo suelen ser impresionantes.
¡Tantas veces es importante ganar la batalla en televisión! Y más en determinadas situaciones poco ventajosas. Por citar un caso, un acuerdo amigable con las cámaras puede conseguir en ciertas circunstancias que no se usen vistas panorámicas que pondrían en evidencia la insignificancia o el fracaso de una reunión o cualquier actividad. Los enfoques en primer plano al candidato y los medios planos que encuadren a los políticos y a los oyentes pueden dar la impresión de una asistencia numerosa y hasta masiva.
Otra técnica que se suele utilizar es reducir con vallas y banderas el espacio excesivamente grande de una plaza o un local demasiado amplio, con lo que las cámaras enfocan exclusivamente el espacio interior del cuadrado o círculo trazado por los organizadores y la imagen transmitida en pantalla da la impresión de que el lugar está abarrotado.
Los candidatos y sus equipos montan sus estrategias con la intención de demostrar que pueden cumplir con las expectativas de los ciudadanos; buscan convencerles de que es importante que ellos los representen. Para que les concedan el poder de hablar por ellos, hace falta que confíen en él. Entonces, quien anda solo, no recibe aplausos y va a actividades con poca gente, no es creíble ni confiable; no representa triunfo.
En una campaña, los votantes responden ante un candidato evaluándolo como bueno o malo, y valorando su fuerza y capacidad para la acción. Por tanto, proyectar dinamismo y preferencia entre las mayorías (y en consecuencia muchos adeptos) da muy buenos resultados.