
¿Como actuar frente a oyentes difíciles?
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Al referir la comunicación, como extraída de ese egoísmo innato de cada uno, posiblemente sale a la luz esa intención de mejorar el desenvolvimiento que se tiene como hablante, pero pocas veces una persona se detiene a evaluarse como oyente.
Para la mayoría de políticos, es pan de cada día intercambiar ideas con un oyente difícil o exponerlas ante un público hostil. Gustan de «colarse» en las actividades miembros de otros equipos adversarios, descreídos o provocadores, que intentan deslucirlas para evidenciar el escaso manejo estratégico que tiene el protagonista.
Es fundamental aprender a lidiar con todo tipo de receptores. No es lo mismo conversar con un compañero militante en una reunión, que hablarle al presidente del partido de una novedosa iniciativa, o que disertar ante un numeroso grupo de personas para que se sumen al proyecto. Tampoco es igual estar frente a una persona que demuestra interés que a otra enfadada, indiferente o que reacciona poniéndose a la defensiva.
Influyente, competente, desconocido, poderoso, extrovertido, maleducado o evasivo. Con estas u otras características, lo cierto es que cada oyente amerita de una forma de comunicación que le dé al hablante el poder de controlar su temor de ser rechazado, así como de hacer que las palabras causen una buena impresión en el interlocutor.
Quien habla se da cuenta, a los pocos minutos de iniciar una interacción, cuándo está frente a un oyente afín, y esto le transmite seguridad y entusiasmo, ya que se siente valorado y respetado al ser escuchado.
La actitud del oyente depende en gran parte de la situación de comunicación, pues es diferente escuchar por voluntad propia que por obligación, o sea, una persona que asiste a un mitin porque lo llevaron y quería ganarse los tres pesos que pagan, no tiene la misma expectativa que quien va por estar interesado en lo que se tratará o en su figura principal, que suele ser el candidato.
Un oyente puede obstaculizar la comunicación por su posición social, edad, sexo, idioma, nivel educativo o cargo que desempeña. Sin embargo, no sólo esto influiría en su accionar; es posible que simplemente sus expectativas personales respecto al político hablante no coinciden con las ideas o respuestas que tiene en su mente.
Hay unos signos que delatan una mala comunicación, entre ellos: el oyente se muestra poco interesado por el tema o por el emisor; no mira a los ojos, hace muecas, se mueve incómodo en su silla, se muestra inquieto o tose con frecuencia; manifiesta de diversos modos que «eso ya lo sabía», como negando que haya sorpresa informativa, y desea acelerar el proceso de comunicación para que la interacción termine rápido. De igual modo, en lugar de escuchar, prepara su intervención para cuando le toque hablar o siempre desvirtúa, malinterpreta de manera deliberada, e incluso desprecia el mensaje.
Las claves para la interacción
Quien habla debe: adecuar el nivel de lenguaje; por ejemplo, utilizar uno estándar con personas que no son del mismo ámbito intelectual, y otro técnico sólo con aquellas que pueden comprenderlo.
Otro factor a considerar es la motivación, amén de que no todos los oyentes tienen la misma capacidad de atención, un interlocutor escucha mejor y mantiene un alto grado de atención si está frente a otro que, además de decir cosas interesantes, le resulta agradable.
Quien escucha precisa considerar lo que sigue: no escuchar con la mente cerrada; observar si el oyente se muestra incómodo al tratar ciertos temas; no ensimismarse en otros aspectos del emisor que llaman más la atención, como su vestimenta o su peinado; mantener una actitud de admiración que permita situarse en una posición de igualdad (no de superioridad ni independencia); no actuar nunca impulsiva o automáticamente y evitar la exposición de ideas en un ambiente sobrecargado, donde la comunicación no está siendo efectiva.