
El superciudadano y su implicación en la vida pública
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Superciudadano es aquél que está permanentemente interesado, implicado y activo, según la teoría de la democracia participativa, por tanto, se inmiscuye en política y asume el ya peyorativo (por desconocimiento de que todo ser humano lo es) sustantivo de «político».
Aun cuando cada vez aumentan los ciudadanos que se informan para emitir opiniones y que se preocupan por mejorar su formación y nivel educativo y, con ello, su influencia social, son más aquellos con la idea de que son políticos en función de su militancia o no en un determinado partido, y, poco más lejos de la realidad.
Para comprenderlo mejor, sería preciso echar unas páginas para la izquierda y volver al concepto del zoom politikon, de Aristóteles. Otra idea difusa aun en los pensamientos de esos individuos es la referente a la participación política, en el sentido de que entienden que la misma toma una manera única: votar en unas elecciones.
En verdad, además de esos actos –emitir el voto y el activismo partidista– son formas de participación política: tener contactos directos con los políticos, apoyar manifestaciones y protestas, boicotear productos por razones políticas, desobedecer una ley a causa de la ética, abordar con un medio de comunicación o representante estatal un tema de interés general, ser parte de grupos o asociaciones que trabajan en pro de una causa común ciudadana, entre otras. La intensidad y frecuencia de cada una de ellas dependerán de sus mismas características, o sea, no es lo mismo votar (esfuerzo de un día) que ser miembro activo de una organización política.
La democracia participativa necesita de ciudadanos conscientes, dolientes y sabios, y resulta difícil lograr la implicación y participación de personas para las cuales la política es una actividad que compite en atención, tiempo y dedicación con otras igual o más exigentes, como lo son una jornada laboral extensa o la familia.
Aun así, muchos se interesan por acercarse, puesto que a través de la participación política se busca incidir en la toma de decisiones, lo cual está vinculado al poder político. En determinadas sociedades incluso se motiva a la gente a inmiscuirse en los asuntos públicos; por ejemplo, en la Grecia clásica, donde nace el término «democracia», los ciudadanos se valoraban de acuerdo a su vinculación e interés al respecto. Incluso, iban más lejos y remuneraban esas acciones, además de que todos tenían iguales oportunidades de acceder a un cargo público, con la idea de «gobernar y ser gobernado por turno».
La teoría participativa de la democracia refiere que un sistema realmente democrático debe favorecer la máxima implicación de los ciudadanos en la definición de las leyes y las políticas. Una ciudadanía involucrada en las cuestiones públicas se hace a sí misma mejor cada día, facilita la gestión de los conflictos sociales, reduce los peligros de desviaciones autoritarias y mejora la calidad de los gobiernos, por tanto, de la vida de la gente.
Hay quienes participan motivados por el descontento, por el rechazo al sistema político o por insatisfacción con el funcionamiento del mismo. Esto a diferencia de aquellos que lo hacen por convicción (en un liderazgo o ideología) o por proteger intereses particulares. Día a día la ciudadanía va concientizándose más para asumir que las decisiones sobre lo que es mejor deben ser producto de consensos, de la implicación de mayorías, por tanto las oportunidades de deliberar sobre el quehacer público tienen que aprovecharse al máximo. Las sociedades con superciudadanos tienen mejor calidad de vida y son necesarios para la salud democrática de cualquier nación.