
Violencia
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La violencia es un sentimiento o condición inherente al hombre desde los inicios de la humanidad. Cazando para comer, aniquilando a los imperios y reinos que violentaban a juicios de otros hombres el libre transitar y ambiciones del otro humano. Las grandes civilizaciones y religiones que pueblan este planeta se forjaron en la lucha encarnizada contra el «enemigo», ese «infiel» que no está de acuerdo con nuestro parecer y por eso debe ser aniquilado. Es lo que tienen las «religiones», el lavado de «cerebro» contra el otro para luego vociferar «amor al prójimo». Fanatismo.
Desde que el mundo es mundo hay violencia. Nada nuevo bajo el sol. Una obviedad que muchos aún no aceptan, pero una verdad. Cuidamos nuestro entorno, familia, propiedades al precio que sea. Desde que uno abre los ojos, enciende el celular o agarra un periódico físico nos enteramos de nuevos casos de violencia que no cesan en cualquier lugar del mundo. No hay excepciones, no hay reglas ni distinción. La violencia la ejerce cualquiera y de distintas maneras. Es un tema que desgasta y ahoga, pero con el que hay que aprender a vivir y caminar alerta.
Esa misma violencia la practican muchos en sus hogares con sus parejas, hijos y demás familiares y luego salen a las calles a venderse como los más «pacifistas». Hay muchas historias reales de padres violentos, que han traspasado el límite con los suyos y viceversa. Los casos de violencia contra la mujer son un grave problema de salud pública como bien lo definió la Organización Mundial de la Salud y que afecta a más de un tercio de las mujeres del mundo.
Esa violencia es ejercida también de manera alegre por las supuestas autoridades que tienen como norte cuidar y proteger la ciudadanía. Le tememos a esas autoridades, nos espantamos cuando vemos un policía. La policía y demás autoridades están en el punto de mira por actos de violencia que suceden a diario. Nadie está a salvo ni en su propia casa. La degeneración en los casos de violencia social son demenciales. Graves.
Los políticos también ejercen violencia contra la ciudadanía que les vota, que invierte su tiempo y energía en caravaneos y actividades surrealistas en estos tiempos detrás de un puesto en el Estado o de alguna ayuda, y estos políticos en su camino estatal roban, engañan y malversan los fondos del país que supuestamente «defienden». Eso también es violencia. Luego caen enfermos o no pueden cumplir pena carcelaria cuando la justicia desea cobrar sus fechorías. La falta de Justicia en un país de compra y venta también es violencia.
A veces me pregunto, ¿qué clase de país tenemos que predica esa fe invisible, pero comulga con hechos y actos espantosos? ¿Qué clase de sociedad es esta que habla de «valores» cuando está enferma crónica en cuanto a esos mismos valores? ¿Qué sociedad es esta que personas entran a destacamentos policiales y salen de allí casi moribundos o muertos y nadie sabe nada ni se responsabiliza? ¿Qué clase de sociedad es esta donde ni un examen forense puede realizarse con fiabilidad? ¿Qué sociedad es esta que justifica actos de barbarie a otros sin pruebas ni nada, pero a no a ellos mismos?
Nos aterra la violencia, pero la practicamos a diario: en las calles, tapones, si nos roza un vehículo o nos cogen un parqueo, en una fila del supermercado, pagando facturas, en el banco y en las redes sociales. Esas mismas vías de comunicación que debería permitirnos un diálogo o intercambio social apacible, nos confronta y observamos una violencia digital despiadada contra todo aquel que no comulgue con nuestra visión de ciertos temas. Y ni hablar cuando sucede un caso para leer comentarios violentos. De hecho, psicólogos recomiendan desconectar, hacer una pausa en el uso del celular si se detecta que empieza a afectar la vida de la persona.
La violencia es un tema diverso e inacabable.