
Poco Smith, menos Marx y más Proudhon
Comparte Este Artículo
3 de 4
El capitalismo cree en el individualismo para lograr el enriquecimiento de pocos con el trabajo de muchos. El socialismo cree en el bienestar general por medio de la dilución de la propiedad de los medios de producción.
Pero el medio por el cual el socialismo postula que puede alcanzarse ese fin, es decir, el acuerdo de las mayorías para diluir la propiedad, es utópico por la ambigüedad del fin perseguido: si los medios de producción son una cosa, alguien tiene que tener la propiedad de esa cosa, y no precisamente el Estado, compuesto por demasiada gente.
La lección del capitalismo para el socialismo es que una sola persona satisfaciendo sus intereses al menor costo puede ser más tenaz que un grupo de personas con hoces y martillos.
El capitalismo necesita el apoyo de las masas para legitimarse, pero ese apoyo no lo gana invitándolas a enfrentar a otras clases sociales a cambio de una nada de la que cada quien diga: «Esto es mío».
El capitalismo concita el apoyo de las mayorías porque le promete a cada uno una tajada tan grande como la que pueda sacar del pastel de la democracia haciendo uso de su trabajo, y le dice que lo que obtenga le pertenecerá. Esa promesa a medias se promulga bajo el lema de que «todos tenemos las mismas oportunidades».
La verdad es que los menos tienen los medios de producción y la mayoría trabaja para ellos. Cualquiera con talento para hacerse con medios de producción deberá superar las dificultades financieras.
La paradoja es que el capitalismo gana más adeptos que el socialismo basándose en promesas que muchas veces no cumple, y el socialismo los pierde porque, aunque la promesa de la propiedad social fuese realizable, la gente prefiere buscar poco que sea suyo antes que un todo compartido.
Esa es también una encrucijada para el socialismo. En el egoísmo y en la ambición residen la debilidad del socialismo y la fortaleza del capitalismo.
Para los liberales, patrocinados por el liberalismo económico de Adam Smith y por el liberalismo político de John Stuart Mill, más mercado y menos Estado y menos sociedad civil significan más prosperidad.
Marx, por el contrario, piensa que es un error abandonar la consecución de la prosperidad social al capricho del mercado, cree que es ingenuo o malicioso confiar, como hizo Smith, en que la búsqueda del bienestar individual y de la acumulación de riquezas favorece a la sociedad. Para Marx, las consecuencias son la servidumbre y la miseria.
Las contradicciones que los neoliberales y los neomarxistas ven entre la democracia (en su formulación de Estado de bienestar) y el sistema económico de mercado o capitalista es una interpretación de la naturaleza delicada de la democracia para convivir con cualquier sistema o adaptarse a cualquier ideología.
La democracia solo quiere saber de libertades y derechos, por lo que no es extraño que sea contradictorio mezclar democracia con utilitarismo y libertad con imperialismo. (Una de las críticas al utilitarismo se relaciona con el problema de que, si llegara el caso, los menos tengan que sufrir para garantizar la felicidad de la mayoría. A la vez, para los marxistas el utilitarismo justifica el laissez-faire).
John Stuart Mill dice que las restricciones a las libertades individuales son admisibles si se las considera necesarias para evitar un daño a los demás. Esa afirmación es tenida en los Estados como un principio de Derecho aun antes de Mill, pero es peligrosa.