
El individuo autónomo
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A veces es difícil enfrentar la realidad sin valorarla. Cuanto más despierta es la conciencia moral, mayor es la propensión a juzgar la realidad circundante y emitir juicios críticos acerca de ella. En esos juicios el juzgador se coloca en el centro de la acción, y su razonamiento es del tipo «si esto me hubiera acontecido a mí…».
El individuo, al recrear la acción, se implica en el rol de víctima, juez, verdugo, infractor o tercero imparcial, según la situación de la que se trate. Su criterio es el de la justicia. Como el portador de un imperativo categórico, este individuo estaría dispuesto a morir con tal de que se aplique su idea de justicia.
David Hume distingue entre los juicios descriptivos, expresados con un «ser» y los juicios de valor, expresados con un «deber ser». El ser alude a una realidad sin juicio de valor de la que no se dice que sea buena o mala, o que beneficie o perjudique. El deber ser, en cambio, expresa un juicio de valor sobre esa misma realidad, adjetivándola de buena o mala, perjudicial o provechosa.
Dos siglos antes de que naciera Hume, Nicolás Maquiavelo había dicho que quien prefiere lo que debe hacerse a lo que se hace en realidad tiene su ruina por inevitable y segura. Pero es posible que el camino de la perfectibilidad humana sea transitado por quienes prefieren lo que debe hacerse, un deber hacerse que viene desde adentro de la persona; no un deber hacerse pautado por las leyes y obedecido por el ciudadano, sino individual a partir de criterios basados en principios. Un elemental principio de justicia basta para hacer lo correcto.
El ajustarse a lo que «es en realidad» es una cuestión cultural. Hay quienes, pudiendo optar por cambiar las cosas, las dejan intocadas por comodidad o provecho. Se cuentan entre estos los gobiernos populistas y las élites.
Un grupo mayor es el de los que, habituados a esa realidad, no se les ocurre preferir un deber ser. Son como los personajes descritos por Platón en el mito de la caverna. Acostumbrados a las sombras, no creen exista otra realidad.
Pensarían que esa otra realidad –si alguien les hablara de ella– es una ilusión o que la sombra es esa otra realidad y no la que los arropa.
Permanecen en esa situación, con la agravante de que los líderes, –especialmente políticos, religiosos o empresariales– que distinguen entre la realidad y el deber ser, los manipulan, haciéndoles creer calificativos negativos o positivos de la propia realidad, o especulando sobre las bondades o las perversidades de opciones distintas, tergiversando la realidad para vender la esperanza de un deber ser improbable.
El individuo autónomo tiende a llevar el ser al deber ser. Ve toda realidad con el cristal de lo que debería ser, y su criterio es moral, y ese criterio se enuncia y se materializa en el principio moral de la justicia. En su forma positiva el enunciado sería la clásica frase de «tratar a los demás como uno quiere que lo traten», y su forma negativa sería la de «no hacer a otros lo que uno no quiere padecer».
Para llegar a razonamientos de ese tipo debe tenerse una sensibilidad por la justicia y unos criterios al menos intuitivos de lo que es justo e injusto. La persona con este perfil conoce y padece la injusticia que la victimiza. También es capaz de advertir y sufrir la injusticia cometida en otras personas. Como intuyó Hume, la realidad se piensa y el deber ser se siente.