
Poco Smith, menos Marx y más Proudhon
Comparte Este Artículo
1 de 4
El lema de la Revolución Francesa de «Libertad, igualdad, fraternidad» se vio contradicho por una realidad que favorece la libertad del emprendimiento económico y hace girar los derechos en torno al derecho a la propiedad privada y las libertades en torno a la libertad de empresa.
Las primeras críticas a la asimetría de una revolución liberal que prometió para todos y le cumplió solo a la burguesía nacen con Hegel quien, después de constatar «el exceso de pobreza» habla de «eticidad social» (sittlichkeit) para referirse a la necesidad de acompañar la ampliación del derecho de iniciativa individual con un clima de bienestar colectivo, cuya realización compete dirigir al Estado, aunque para su realización tenga que intervenir en el ámbito de la esfera privada más de lo que los liberales más radicales quisieran.
Adam Smith no estaría de acuerdo con las anteriores afirmaciones.
Al decir que «el examen de lo que le trae provecho al Hombre lo lleva necesariamente a preferir lo que es más provechoso para la sociedad», creo que Smith pasó por alto las preferencias individuales. Casi todos los «Hombres» prefieren lo que es más provechoso para ellos sin que ese provecho beneficie a la comunidad.
Para que el beneficio del individuo beneficie a la sociedad, tiene que intervenir la voluntad de ese individuo.
Cuando este individuo obtiene lo que le aprovecha, actúa por su voluntad. En la sociedad basada en la propiedad privada de los medios de producción de la que es partidario Smith, los beneficios adquiridos por ese individuo tendrán un destino según intervenga su voluntad.
El Hombre en el que pensaba Adam Smith es un individuo justo en una sociedad justa; esto es, un individuo que comparte el beneficio de sus iniciativas en un Estado cuyas leyes obliguen a los individuos reacios a cumplir con esa regla de justicia.
Porque el individuo de Smith no es cualquiera, sino un capitalista. Y la sociedad de Smith no es abstracta.
Smith tenía las mejores intenciones para su Hombre hipotético. Pero además de las buenas intenciones hace falta la voluntad.
Al Hombre de Smith le sobra voluntad, pero solo para sí mismo. Porque las personas son egoístas y ambiciosas. Se mantienen, como dice Maquiavelo en El Príncipe, ávidas de lucro. Y viven eligiendo racionalmente lo que le da el mayor beneficio al menor costo.
Lo que la expresión de la propiedad de las cosas como un derecho reconoce es el deseo de poseer que tienen las personas, un deseo que se convierte en necesidad y obsesión.
El derecho de propiedad, como principio y como derecho positivo, es un invento que se fundamenta en el deseo de las personas a poseer cuanto les rodea, lo que es causa de conflictos.
El derecho de propiedad está basado en la ambición y en el egoísmo de los seres humanos. Está legitimado en el hecho de que la mayoría de la gente sería propietaria de lo que pudiera serlo; y mataría, si pudiera, para serlo, o cometería otras atrocidades, como esclavizar a otras personas, si las circunstancias se lo permitieran.
Cualquiera puede rechazar estas ideas alegando que jamás mataría por poseer algo. Pero el desarrollo de las cosas viene determinado por las circunstancias en que actuamos y por los valores admitidos o rechazados en la época en que vivimos. No sabemos de lo que somos capaces según las circunstancias. Si no, preguntemos a Sócrates, Platón y Aristóteles, para quienes la esclavitud era normal porque no conocieron una sociedad diferente de la esclavista (y seguramente porque los esclavos no eran ellos).