
Poco Smith, menos Marx y más Proudhon
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El socialismo no nace con Marx, nace con Proudhon. De haberse llegado a realizar la sociedad sin clases que Marx imagina en la perfección del socialismo, que es el comunismo, probablemente se hubiera llegado a parecer tanto al anarquismo propuesto por Proudhon que hubiera sido imposible diferenciar una cosa de la otra.
Ángeles Barrio resume con exactitud la evolución del anarquismo: «La cuestión social fue para los anarquistas, como para los partidarios de Marx, un problema de desigualdades producidas por el sistema capitalista y que justificaba la revolución social.
Entre los anarquistas del siglo XIX, la crítica a la sociedad de clases, en la que quien no posee los medios de producción se ve obligado a vender su fuerza de trabajo al propietario de los mismos, se centró inicialmente en el problema del salario. Pero, a medida que se acercaba el cambio de siglo, los anarquistas comenzaron a plantear el problema en términos de necesidades, a través de la crítica moral al mecanismo jurídico de la explotación. Es, por tanto, en la crítica al Estado, cuya destrucción los anarquistas situaron en el mismo momento de la revolución, donde se produce la diferencia entre anarquistas y socialistas en la condena a la sociedad capitalista y lo que determina su posición en lo sucesivo respecto a la reforma social» (Ángeles Barrio Alonso, Anarquismo y cuestión social).
Proudhon sueña con una sociedad basada en la solidaridad perfecta: desaparecida la diversidad de intereses, el bien general se identifica con el bien particular, donde cada quien disfrute de su libertad, una libertad sin Estado, y favorezca el disfrute de la libertad ajena.
De consolidarse algún día el comunismo de Marx, la sociedad resultante llegaría a ser a la sociedad anárquica de Proudhon en el sentido de que el Estado ya no tendría razón de ser, porque una sociedad que ha llegado a tal perfección que ya no tenga clases sociales, sino que todas las clases sociales sean una sola, lo que es lo mismo que ninguna, habrá conseguido esa realización solamente basándose en los principios de justicia, de igualdad y de paz. Una sociedad así, ¿para qué necesita Estado, gobierno, instituciones políticas?
Paradójicamente, la propuesta de la libertad como doctrina política, representada por el anarquismo, ha recibido históricamente el tratamiento de propuesta irrealizable más que de propuesta seria.
Con frecuencia, el anarquismo es el gran ausente en las discusiones sobre ideologías políticas, en las cuales los actores suelen llamarse «de izquierda» o «de derecha» o, lo que es lo mismo: socialista, comunista o marxista, contra capitalista, liberal o conservador.
Tal vez la razón por la que el anarquismo no se toma en cuenta sea porque ni es de izquierda, ni es de derecha, ni es de centro.
Para Proudhon, «el más alto grado de orden en la sociedad se expresa por el más alto grado de libertad individual, es decir, por la anarquía. Quien ponga la mano sobre mí para gobernarme es un usurpador y un tirano y lo declaro mi enemigo», afirma Proudhon.
La tesis de la libertad como negación del poder, de Proudhon, solo puede cobrar sentido en la medida en que el poder niegue a la libertad. Solo entonces, para defensa de la libertad, se impone negar el poder.
Pero si el poder se instituye para garantizar el goce de la libertad o, mejor dicho, de la realización de la libertad en un conjunto de libertades concretas, entonces el advenimiento de ese poder es un refuerzo a la libertad individual y social y, por lo tanto, debe ser bienvenido.