
¿Telegenia u oratoria? Mejor si es la última, pero no sin ambas
Comparte Este Artículo
Desde siempre, los políticos se ven compelidos a participar en medios de comunicación o a disertar sobre temas de interés delante de considerables audiencias. En televisión, algunos de ellos no se perciben tan agradables a la vista ni al oído. Esto sucede, entre otras cuestiones, por la falta de telegenia o de oratoria, pero aun cuando no se posee la primera de estas dos, la segunda salva las intervenciones.
Uno de los más avezados oradores de la historia lo fue Demóstenes, quien tenía problemas para pronunciar el fonema «erre» e incluso era tartamudo. Con entrenamiento y práctica logró vencer esos escollos y trascender hasta nuestros días. No en vano Winston Churchill dijo: «El arte de la retórica ni se otorga, ni se adquiere, se cultiva». Eso significa que quien se lo propone, lo puede lograr. Atendiendo a este fin y dejando de lado la telegenia para centrar este escrito en la oratoria, se presentan las siguientes recomendaciones:
¿Palabras o imagen? Todavía se discute mucho sobre la principalía entre el mensaje y la imagen. Para liderar con el discurso es imprescindible un buen mensaje, amén de que esa impresión general de la solvencia del orador (seguridad, aplomo, victoria, talento, capacidad, etc.), es de valía también. Una virtuosa presencia ayuda muchísimo a comunicar con eficacia, mas no debe ser el enfoque principal. ¿Qué hace alguien elegante físicamente que al hablar «lo dañe todo»? Lo primero es estructurar muy bien lo que se va a decir, combinando tácticas de comunicación verbal y no verbal.
Simplificar el mensaje. A veces se piensa en solo hablar para quienes están presentes en el auditorio o para el entrevistador y no; en ese momento la persona se está dirigiendo a miles o millones de individuos, a causa de la difusión mediática del mensaje, por tanto, es apreciable reforzar los componentes más emocionales del discurso. Agradar, conectar con el alma de la audiencia y revelar cercanía son acciones infalibles. Además, rescatar lo dicho por Unamuno: «la palabra sabia es aquella que, dicha a un niño, se entiende siempre aunque no se explique».
Las categorías deben estar ilustradas. Seleccionar los datos que sustenten las afirmaciones, de modo que estas queden constatadas es vital. Por ejemplo, en un debate electoral que uno de los candidatos presente un recorte de periódico y exponga «usted dijo hace cuatro años que… mire aquí el titular». Ese sería un mensaje poderoso y seguro que atraería la atención. Ahora bien, hay que escoger «con pinzas» esos ejemplos, datos estadísticos, etc. puesto que durante una alocución o una entrevista, la gente tiene una capacidad limitada para atender, retener y memorizar. No se debe abrumar.
Tecnicismos para demostrar sapiencia. En ocasiones el entrevistado o conferenciante desea con vehemencia evidenciar que sabe mucho de un tema determinado, con el uso de palabras complicadas. Craso error. Se mata la comunicación con un lenguaje muy técnico. Al verificar las disertaciones más memorables de la historia, se descubre cuan sencillas han sido. Un buen orador confía en sus ideas y no tiene que añadir rimbombancia. Luther King solo significó «tengo un sueño» cuando pudo haber manifestado «existen circunstancias indiscutiblemente difíciles que no hacen presagiar un buen entendimiento entre las comunidades blanca y negra, aunque deberíamos intentarlo».
Para los medios de comunicación. En el caso de una participación en un programa de radio o de televisión, un noticiario por ejemplo, es raro que el corte difundido exceda los 30 segundos y debe ser una frase con lo más interesante. Mostrarse fluidos pero concretos y certeros es el reto de los oradores. Un buen discurso pensado para los medios tiene necesariamente que incluir cuatro o cinco de esas frases potentes, consideradas dignas de un titular. Para una entrevista televisiva, hay que preparar las respuestas a posibles preguntas, y en un acto entregar notas de prensa a los periodistas y así prever un poco lo que se pueda dilucidar.
¡Un buen orador no nace, se hace! El político debería serlo.