
Patriotismo populista. Populismo patriotero
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Es increíble lo que está pasando, dice Mario Benedetti en Las baldosas. Sin embargo, ha estado pasando durante mucho tiempo.
El gobierno pide que saquemos la bandera a ondear en la fachada de la casa y nos embadurna con propaganda sobre lo bueno que es ser dominicano.
Esta propaganda no es solo de carácter político. Las empresas locales explotan la dominicanidad para vender sus cosas.
La estrategia funciona. A los dominicanos nos encanta que nos digan lo especiales que somos y lo orgullosos que estamos de ser tan especiales.
Si fuéramos una persona seríamos, por este comportamiento, sujetos de estudio psiquiátrico; pero el narcisismo colectivo se difumina en la nación.
Si uno tuviera tiempo sentiría
como veinte minutos de vergüenza.
La inducción no es inocente. La apelación al patriotismo funciona como ejercicio de hipnosis.
Un pueblo dormido con algún tipo de comparsa es un pueblo crédulo y desarmado.
(Esto tiene que ver mucho con el antihaitianismo como discurso oficial. En algo hay que mantener ocupada la imaginación de la gente y de algún modo hay que explotar los temores colectivos y la valentía ociosa).
¿Que los dominicanos somos especiales? Por supuesto: ¡como el resto de la gente!
Como sea, la propaganda política y comercial no tiene por qué ser contraproducente. Es algo lindo, por el contrario.
Pero no es frecuente –creo– en nuestro gobierno y en nuestros empresarios predicar con el ejemplo.
Lo que significa que el patriotismo necesita llenarse de contenido que permita ver hacia qué desarrollo conduce todo esto, comenzando por la educación.
Si los dominicanos somos especiales tenemos que materializar con ímpetu, casi con rabia, esos derechos fundamentales expuestos poéticamente en nuestra Constitución política del año 2010.
Sobre todo, el acceso a una educación de calidad sigue siendo privativa de unos pocos; una educación que además debería ser obligatoria hasta los niveles superiores. Y verdaderamente obligatoria. Excepto por las particularidades que obligan a personalizar los planes de estudio.
Necesitamos educación por pipá, por un tubo; pila de educación. Lo demás no llega solo: llega a través de las generaciones educadas.
Esta plaza se llama Libertad
y por eso le quitan las baldosas.
Sin educación es difícil discernir la propaganda de los hechos y se puede seguir trocando espejos por oro.
Parece que los pueblos más educados tienen menos problemas de desempleo que los pueblos menos educados. Pero incluso si la educación no trajera más empleos, debemos suponer que los traerá de mejor calidad, mejor pagados y con más garantías laborales.
Lo irónico de educar a alguien es que sustituirá el sistema en el que lo educaste por uno posiblemente mejor.
Lo irónico de no educarlo es que sustituirá el sistema en el que no lo educaste por uno posiblemente peor.
Ya sabemos que los negocios son negocios y que todo tiene que ver con el dinero, pero el cambio es inevitable.
La pregunta de quién queremos que nos queme los ojos es innegociable; tarde o temprano, las nuevas generaciones alcanzan el tizón.
La pregunta es qué especie de ave queremos que resurja de nuestras cenizas: el fénix con características únicas que alzará su propio vuelo o el cuervo que todo lo consume sin discriminar.
Se llama libertad o se llamaba
hasta que le quitaron las baldosas.
Levantar el orgullo patrio no es suficiente. Tienen que darnos un bienestar verdadero sobre el que se afiance ese orgullo.
Mantener la mera apariencia es trágico. Un pueblo tratado con hipocresía aprende a hacer el papel por delante y quemar por detrás.
Levantar el orgullo patrio está bien, pero ¿hasta cuándo con mensajes vacuos?