
Accidentes de tránsito: entre complicidad e impunidad
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Veo a hombres que conducen mal el automóvil insultar a mujeres que conducen bien porque, de acuerdo con ellos, ellas conducen mal y ellos bien.
Es el caso de mujeres que conducen a velocidad prudente en ambientes de velocidades imprudentes; o de mujeres que permanecen en su carril en entornos de descarríos.
En República Dominicana las mujeres deberían estar al frente de la conducción vial: dirigir el transporte público, dirigir el organismo estatal que expide licencias de conducir, dirigir el organismo que sanciona a los imprudentes y descuidados y dirigir los tribunales que condenan a los cientos de miles de hombres que al tomar un volante se convierten en criminales cada año.
En vez de eso reciben críticas y burlas.
Donde la mayoría hace las cosas mal, quien las hace bien es mal visto y presionado para que las haga mal. Irracionalidad tornada en racionalidad colectiva agravada por el machismo.
Si te insultan has tenido suerte; lo que sigue es amenaza y agresión contra tu vehículo y tu persona.
Veo -demasiadas veces- automovilistas conducir en vía contraria para ahorrar unos metros de vía.
En República Dominicana sacas la licencia de aprendizaje de conducir en unas horas tras un examen teórico que casi todos los aspirantes aprueban en la primera oportunidad sin haber estudiado.
Obtienes la licencia definitiva tras una prueba práctica que es formalidad más que examen.
Eso es complicidad.
Para el Estado lo importante no es que el conductor sepa conducir, sino recaudar impuestos por expedir licencias de conducir.
A los policías de tránsito, cabezas de turco, les cae el marrón de salir a bregar con conductores incapaces y furiosos… Pero esa es otra historia.
Cuando los presuntos conductores agarran el volante, el resultado es un matadero. La violencia que se adueña de las calles dominicanas cada día es tan surrealista que ni Gabriel García Márquez y Fernando Vallejo juntos la retratarían.
Los muertos por día promedian dos o tres. Detrás quedan estelas de familias destrozadas, daños psicológicos, discapacidades, cicatrices, daños a los vehículos y muchísimo dinero, tiempo y esfuerzo consumidos en atención médica, procesos judiciales y reparación de daños.
Si hieres a una persona intencionalmente, tu condena puede ser de diez a veinte años de prisión, según secuelas y circunstancias.
Pero si matas a cinco, diez o quince personas en un accidente de tránsito, te sorprenderá lo bien que te trata el sistema.
El ordenamiento jurídico dominicano está hecho para favorecer a los conductores imprudentes.
Lo primero que asume el sistema de justicia es que cometiste un delito culposo, es decir, que no tuviste la intención de causar el accidente que mató a tantos.
Si eres encarcelado -no es seguro que lo seas, pero si lo eres-, no durarás mucho en prisión: saldrás bajo fianza a esperar la sentencia en tu casa.
Si no tienes abogado, el seguro de tu vehículo, en defensa de sus intereses, te asignará un abogado mejor que el promedio; el seguro te protegerá aun si te escondes para evadir tu responsabilidad.
Las condenas a prisión son escasas y breves.
A eso deberíamos llamarlo impunidad.
No hay que preguntarse por qué República Dominicana es el país con más accidentes de tránsito per cápita del mundo hace años.
Tampoco hay que ser clarividente para saber que las cosas no cambiarán mientras no cambie el sistema legal que facilita la complicidad estatal y permite la impunidad.