
De Nueva York chiquito a Dinamarca
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Cuando el presidente Leonel Fernández Reyna acuñó la frase de Nueva York chiquito, inició un debate, primero acerca del significado del término, y posteriormente acerca de si la promesa de convertir a Santo Domingo de Guzmán en un «Nueva York chiquito» se había cumplido.
Este artículo se refiere a Nueva York chiquito y también a Dinamarca, expresión utilizada por Francis Fukuyama en Los orígenes del orden político y Orden y decadencia de la política, dos volúmenes del mismo libro.
Porque en algo tiene que parecerse la aspiración a un Nueva York chiquito a la aspiración a una Dinamarca.
Para Fukuyama, Dinamarca es una «sociedad imaginaria próspera, democrática, segura, bien gobernada y con bajos niveles de corrupción», con «tres grupos de instituciones políticas en perfecto equilibrio: un Estado competente, un principio de legalidad sólido y responsabilidad democrática».
Si bien sabemos que «Nueva York chiquito» es una metáfora, la idea que me parece más interesante en Fukuyama es la de que para terminar siendo como Dinamarca hay que ser Dinamarca.
Esta idea, captada en la frase de Fukuyama: “no entendemos cómo la propia Dinamarca acabó siendo Dinamarca”, nos recuerda que incluso para convertirse en un Nueva York chiquito, un país (no solo una ciudad) tiene que encontrar sus propias soluciones a sus problemas, o aplicar las soluciones foráneas con un estilo local.
Seguramente la razón es la «complejidad y la dificultad del desarrollo político», una frase compleja en sí misma que se entiende mejor si recordamos que la propia ciudad de Nueva York ha tenido que recorrer su camino.
Atrás quedó la Nueva York que inspiró la película Death Wish (El vengador anónimo) con Charles Bronson: una ciudad violenta y llena de drogas y de pandilleros.
Esa era la realidad, según cuentan los documentales de crímenes de aquella época que transmite Investigation Discovery. Y esa realidad es apenas un capítulo de una ciudad en evolución.
Así como para terminar evolucionando como Dinamarca hay que ser Dinamarca realmente, y para terminar siendo el estado de Nueva York actual hay que haber sido siempre Nueva York, de la misma manera, para ser Nueva York chiquito hay que ser Santo Domingo de Guzmán.
Esta afirmación, que parece una perogrullada mordiéndose la cola, es una puntualización de la responsabilidad y la obligatoriedad de recorrer un camino propio. No se puede llegar a ser Nueva York chiquito sin ser Nueva York chiquito en potencia.
Por extensión, todo un país, para llegar a ser un big New York, tiene que ser una República Dominicana. Esto es, con soluciones propias a problemas propios.
Del discurso leonelista se infiere que, cuando este líder político habla de Nueva York chiquito, se está refiriendo a la modernidad.
La construcción de un Nueva York chiquito es entonces la transformación de la capital dominicana en una ciudad moderna, lo que quizá se resuma en un centro financiero bien localizado y un casco urbano poblado de rascacielos, entre otros rasgos de chaqueta y corbata.
Sin embargo, hay un aspecto que forma parte de la conquista de la modernidad y es la conquista del Estado de bienestar (el Welfare State).
Si podemos hablar en términos de modernidad, también deberíamos poder hablar en términos de Welfare State.
Más que una siembra estatal para la cosecha de unos elegidos, la modernidad está llamada a ser la edificación de unos cimientos sobre el que se tenga que ir afianzando un Estado de bienestar dominicano, cuya construcción tiene que despegar tarde o temprano.
«Modernidad», «Welfare Estate», «Nueva York chiquito», «Dinamarca». ¿Quién iba a decir que esos términos terminarían siendo sinónimos?