Hormonas y poder; genes y liderazgo
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El palacio evoca grandeza, como lo hacen la madera y el cuero del hemiciclo. Emociona el sonido del himno y suscita empatía con alguno de los contendientes un debate electoral.
Todo eso empieza en la química. Existe una compleja combinación de unas cuantas hormonas identificadas desde finales del siglo XIX: la adrenalina y la noradrenalina, la dopamina, la serotonina, el cortisol y la testosterona.
Los elementos que circulan por el cuerpo recompensando al placer, activando el miedo, motivando a luchar o a rendirse, promoviendo el cuidado de los nuestros, también tratando de imponerse sobre ellos, generando la sospecha sobre el distinto… todo hace suponer que la política, y por lo tanto su representación, tiene una fuerte base bioquímica, como sucede en el resto de los comportamientos humanos. Ahí tenemos los diferentes estudios que se han realizado con pájaros, hienas, chimpancés, entre otros animales, en los que se destacan factores como la competición, comportamiento asertivo, estatus y poder político.
Está estudiado igualmente que los niveles de testosterona de quienes votan por el candidato ganador en unas elecciones son superiores a los de quienes votaron por el perdedor.
Del mismo modo, la relación entre el sexo y la actitud dominante de los hombres ha sido comprobada reiteradamente. Por ejemplo, si excitas la mirada de los machos con fotografías de mujeres bellas u otros estímulos sexuales, los hombres se muestran más temerosos jugando al blackjack o más confiados con respecto a riesgos futuros, o más generosos al donar dinero o al gastarlo, o más agresivos en su conducta combativa.
Los hombres, ante la mirada de las mujeres, se muestran más valientes al cruzar una calle con semáforo en rojo, o al tomar un autobús en el último segundo. Después de las batallas, las guerras y los conflictos aumenta la tensión sexual de los machos (animales y humanos). Se ha demostrado en varias investigaciones con militares y también con gánsteres.
Entonces, por su origen animal, la relación entre la dominación, el ímpetu guerrero y el sexo es muy cercana: en todas las especies animales y asimismo entre los humanos, un guerrero es más atractivo sexualmente que un debilucho. Y los guerreros lo saben y lo potencian.
Sexo, guerra y política tienen un origen común no exclusivo, pero sí relevante, en ese instinto de dominación tan animal y de igual forma tan humano.
Hay quien ha buscado en otra hormona, la dopamina, una posible explicación de la personalidad de algunos líderes: impulsivos, acelerados, megalómanos, orientados a un objetivo concreto: Alejandro Magno, Napoleón, Colón, entre otros.
Arnold Ludwing realizó un análisis minucioso a unos 1,491 gobernantes de 199 países en el siglo XX y llegó a la conclusión de que entre los distintos tipos de gobernantes parece haber una relación entre el nivel relativo de su autoridad y el grado de su promiscuidad sexual, que en consecuencia tiene un efecto sobre su prole. Los monarcas y los tiranos, por ejemplo, que parecen considerar que la fertilización de mujeres vírgenes es una obligación sagrada son mucho más fecundos que los líderes de las democracias emergentes o establecidas que ejercitan un menor poder.
Sin embargo los guerreros (y guerreras) se ablandan cuando nacen sus crías, cuando las oyen llorar o cuando las acunan, de manera que cuentan los endocrinólogos que el subidón hormonal de las competiciones y las victorias se convierte en una suave relajación cuando se trata de padres y madres al cuidado de sus hijos recién llegados: la testosterona baja entre las madres y los padres que acaban de tener un bebé o cuando se preocupan por él. Así ocurre también con los animales.
Hay no menos de 20 estudios que vinculan la personalidad hace asertiva, la fuerza y el poder individualista a una determinada combinación hormonal, y se ha descubierto en particular que quienes tienen más elevada la testosterona se muestran más resistentes cuando alguien frente a ellos trata de romper algún estereotipo o desafía de esa manera status quo.