
La familia como retórica en la construcción de una imagen en campaña
Comparte Este Artículo
«Janja le suma votos a un Lula que busca derrochar sensibilidad ante un Bolsonaro acusado de frío y desinteresado por la suerte de los demás. Aunque el actual presidente tiene una carta igual de potente, Michelle, que ha ganado protagonismo en los últimos tiempos», reseñaba el diario español El Mundo, en su cobertura de las incidencias de las recientes elecciones en Brasil.
Es cierto, no es nuevo, pero es una muestra de que cada vez influye más en la ciudadanía la presencia de la familia en el proceso electoral. Innegable: es relevante la vida privada para la imagen. El difundir detalles de la vida de quien aspira o gobierna, para que las audiencias le conozcan, tiene gran validez para los propósitos de la campaña.
Igual como ha sucedido con diversos candidatos en la historia reciente, el presidente brasileño, Bolsonaro, comenzó a hacer campaña con su esposa para contrarrestar los ataques de quienes le acusaban de ser demasiado impávido, indiferente e impersonal.
Parece cruel, pero la vida familiar es arma de campaña aún hoy, cuando se pudiera entender que lo liberal supera lo conservador. Sea hipocresía o no (es preciso recordar que la política tiene mucho de teatro), lo cierto es que ningún aspirante ignora que abrir las puertas de «su casa» favorece su carrera política. Ya prácticamente esto se ha constituido en un requisito ineludible.
Son la mediatización y la personalización de las campañas grandes responsables de que la familia del candidato se sitúe dentro de la comunicación política y del mercadeo electoral. Las personalidades siguen llamando la atención más que los temas; las historias, tanto de lo actual como de lo que sucedió antes, crean percepciones acerca de las destrezas, aptitudes y capacidades de ese que solicita el voto.
Desde hace años el perfil autobiográfico tiene gran peso en las campañas, y, en Estados Unidos por citar un caso, tiende a considerarse en base a tres áreas: orígenes familiares, familia actual y pasado patriótico. En dos de las tres esferas se alude al círculo familiar.
Por ejemplo, para demostrar amor y respeto por la familia, es común verle jugando con los hijos o nietos y dedicando tiempo a la pareja. Por el peso que tiene el mensaje visual, suele dar resultado la táctica; ahora bien, lo valioso es que este no pueda contradecirse, lo que hoy, con la cantidad de «reporteros» atentos a propagar lo que capten a través de las redes sociales, es fácil. Eso contando, en el mejor de los casos, con que se apeguen a las realidades observadas y no en producir noticias falsas para favorecer al contrario.
En definitiva, la forma en que un candidato se conduce con su familia se usa como símbolo de cómo manejaría un país. Ahí hay una carga alegórica de valor: una primera familia ideal. Además, a nivel de estrategia se apoya la humanización del aspirante, puesto que desarrolla similitudes y simpatías en los votantes.
«Ella (o él) me cae bien; forman una linda pareja presidencial», se escucha con frecuencia refiriéndose a un determinado líder. Y en realidad, por la valoración de ese complemento del perfil autobiográfico del candidato, que es su pareja y familia, estos conquistan algunos votos adicionales.
Incluso, en el caso de aspirantes masculinos, el protagonismo femenino en su campaña, con la participación de sus esposas, evoca atención a las mujeres, un conglomerado social que se mantiene reclamando escucha y espacios.
Muchos se suben a esta tarima y muestran su escena familiar, ignorando o asumiendo el riesgo de que ese arma electoral bien puede ser de igual modo peligrosa. Desafortunadamente, es una puerta que una vez abierta es difícil de cerrar. De hecho, la familia necesita un asesoramiento particular, sobre todo atendiendo a su desenvolvimiento, el cual tiene la mirada de medios tradicionales y de los usuarios de redes sociales.