
El juego de tergiversar, desdoblarse, fingir y confrontar en un mensaje persuasivo
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Mediante el lenguaje (sea hablado o escrito) los políticos consiguen persuadir a la ciudadanía. Como ser humano, bien puede ser tirano o democrático, antipático o simpático, con inteligencia o tozudez, sincero o mentiroso, pero con independencia de estos atributos o desventajas, si domina las técnicas para tergiversar ideas, sentimientos y desdoblar su carácter, logrará fascinación social.
Algunos recursos que suelen usarse para conseguirlo pueden ser:
- Malabarismo intelectual. Hacer lo posible por mantener la atención hacia sí. Con ilusión el político rodea a su interlocutor con lo que dice y, según la reacción de este, va envolviéndolo en su tema. Esta práctica se compara con la de los magos, quienes en dos minutos hacen el truco y muchas veces el público ni percibe cómo y cuándo fue.
- Halago banal. A todo ser humano le gusta sentirse bien recibido, valorado y hasta admirado. El ego y la vanidad colman muchas de las verdaderas apetencias humanas, por tanto, aprender a elogiar a los demás se constituye en un buen modo de ser tolerado.
- Pensamiento popular. Conociendo lo que la gente común piensa y siente se logra saber los temas a tratarles. Además, se les atrae por expresarse con la terminología acostumbrada. Esa base del pensar popular los acercará al persuasor por hallar afinidades entre sí.
- Generalidad y ambigüedad. Profundizar mucho en términos y conceptos obstaculiza la decodificación del mensaje; pero también muchas veces se percibe como soberbia intelectual. Es mejor procurar la generalidad y, hasta cierto punto, la vaguedad para comprometerse menos.
- Confrontación abierta. Abrirse frentes es una estrategia que solo ante muy determinados casos da resultados al persuasor. Influenciar a la gente es más fácil repitiendo el mensaje insistentemente y provocando que los demás hablen de él, pero no confrontando. Es recomendable exponer los puntos de vista de modo tal que se provoquen reacciones; luego determinar qué conviene responder.
- Ganar por silencio. Si se crea una discusión y no se tiene la razón en lo que se defiende o no se percibe la suficiente seguridad como para entrar en un debate serio y prolongado, es recomendable que la persona haga silencio. Es mejor retirarse con dignidad y de un modo elegante que dejar que le lleven al atolladero. “Tal vez debamos discutirlo otro día”; “parece que entendernos ahora resulta un poco difícil, pero si te parece, un día de estos con el tiempo que amerita, lo hablamos”, pueden ser opciones para salir del escenario.
- Cálculos precisos. Cada movimiento precisa ser estudiado con empeño. Todo lo expresado debe ser con una conceptualización que inspire confianza, credibilidad y seguridad. Nada a la ligera. Dejar poco a “la suerte”. Actuar a tiempo, pero pensando antes.
- Actuación. Si se va a fingir una actitud o acción, es preciso esmerarse en ello, de manera que parezca real. Un sinfín de claves puede conocer la audiencia para descifrar lo que se le dice y hace, y con ello sacar conclusiones acerca de la fallida congruencia. No en vano muchos políticos estudian actuación. Alcanzar el ideal del electorado conlleva muchos esfuerzos.
- Ilustración con ejemplos e historias. Para no resultar aburrido, el persuasor puede contar lo que le sucedió en tal época o situación; le prestarán atención, seguro. Y si lo que dice tiene algo de complejidad debe “traducirlo”, es decir, con ejemplos exponerlo mejor. Con esto garantizará que la mayoría de la audiencia se quede con su mensaje.
- Calidez con contundencia. Al expresarse (cada vez que pueda y que el tema lo amerite) quien desea persuadir lo hace como si sonriera (causa empatía), manifiesta sus ideas con voz cálida, modulada y con adecuado ritmo. Eso sí, siempre habla con propiedad, pronunciando correctamente cada palabra y con la suficiente fluidez.