
¿Para qué sirve el Congreso?
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Para mucho gasto y pocos resultados satisfactorios de cara a la sociedad. Salvo para la rápida aprobación de leyes, préstamos y concesiones que ni siquiera se toman el tiempo de leer o debatir. Ni siquiera muchos de ellos saben redactar un mero proyecto de ley. A su vez, merman el avance de leyes y reformas del Código Penal vital para cualquier país con pretensiones de desarrollo en el siglo XXI que no piensa ni en sus mujeres ni en minorías. Retrasan todo avance de un Código obsoleto con penas de risa.
Para lo que realmente sirve ese hemiciclo es para devengar lujosos sueldos y beneficios colaterales cada mes. Los congresistas de este país son reyes, vividores del Estado que ni en las provincias que dicen representar los conocen. No mueven un dedo por nada, ni por sus ciudades ni por su entorno salvo que haya algo a cambio. En las provincias que dicen ellos «representar» solo los ven allí en períodos preelectorales para repartir: muñecas y bicicletas, canastas de alimentos y hasta habichuelas con dulces. Todo proveniente del erario de este país. Surrealismo y atraso.
En nuestro Congreso, pagado por todos, hay hombres y mujeres de perfiles bajos que se mantienen años y años siempre en la sombra, cobran calladitos, no se expresan y calientan sillas. También hay otros que no se callan ni debajo del agua y la corrupción les sale por los poros. Hay una pléyade de riferos, empresarios, dueños de banca de apuestas y hasta narcos que son «congresistas». No hay criterio, no hay filtro desde los partidos para llevar buenas representaciones al Congreso, todo es político y «quiero mi Congreso».
No obstante, en un interesante y oportuno estudio del sociólogo y profesor universitario Antinoe Fiallo con relación a este tema, propone lo siguiente: «Suprimir el Senado y formar una Asamblea Nacional, quitar todo tipo de privilegios a los diputados y que estos estén obligados a rendir cuentas de manera trimestral. También en ningún momento esta Asamblea podrá cambiar a su antojo la Constitución del país, para revisarla se deberá recurrir a la soberanía popular para escoger una Asamblea Popular Constituyente con ese objetivo específico. Además, será competencia exclusiva de la Asamblea Nacional y Popular las iniciativas de Convenios y Pactos Internacionales, los que deberán ser sometidos a referéndum sobre todo los referidos a integración, comercio y asociación política internacional». Reflexión que debe ser tomada en cuenta.
Así como la sociedad exige adecentar las instituciones, policía nacional, Cámara de Cuentas, ministerios y demás instituciones del Estado, necesitamos un Congreso diáfano, preocupado por los reales intereses, no por sus ambiciones individuales. En este país todos quieren ser diputados o senadores.
Cada partido político hace maromas para llevar a puestos congresuales a personas con cierto «gancho» que les garantice levantar la mano y aprobar sus propuestas e intereses políticos. Son como una especie de garantes para llevar a cabo sus planes de ejecución y aprobación de proyectos. Son buenas posiciones en las que tienes que invertir mucho dinero para la campaña y la curul. Luego rentabilizar esa inversión y ¡de qué manera! Por si fuera poco, aún continúan cobrando «barrilito y cofrecito» salvo tres excepciones. Millones de pesos extras a lo que ya reciben cada mes y que va directamente a sus bolsillos y nadie hace nada por frenar este robo al erario.
El Congreso, así como los demás poderes del Estado, necesita urgentemente una transformación para no seguir en la senda del deterioro institucional que vivimos, donde todo vale y la ética no existe. Algún día mereceríamos tener un Congreso unicameral, diáfano y que sirve de puente constructor entre la sociedad y el Ejecutivo. No un conglomerado de hombres y mujeres complacientes y conservadores.
Como sociedad debemos exigir cambios ya sea con protestas, denuncias y unirnos a una voz para poder avanzar como sociedad y dejar a nuestros hijos una sociedad más avanzada.