
Diluidos en la pantalla
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«La historia no hace concesiones» dice el escritor israelí Yuval Noah Harari en su libro 21 lecciones para el siglo XXI donde reflexiona acerca de los desafíos que ha de encarar nuestra especie para garantizar su supervivencia, así como también las nuevas amenazas que se ciernen sobre los humanos derivadas de lo que él denomina el fenómeno de la disrupción tecnológica y los consecuentes avances de la inteligencia artificial.
Harari llama la atención acerca del hecho de que temas tan importantes como la biotecnología, el big data y la robotización del trabajo están totalmente ausentes del debate político y que, salvo excepciones testimoniales, no forman parte de los programas ideológicos y de gobierno de ningún partido. Ciertamente, y todavía más en nuestro país, estos asuntos que ya son una suerte de motor silencioso de nuestras vidas tienden a ser vistos por el liderazgo político como una cuestión de muchachos, como una moda.
Las nuevas tecnologías van configurando un mundo ante el cual la mayoría de los políticos estamos completamente ajenos. Todas las instituciones a través de las cuales se ejerce la política como los partidos, las escuelas, las universidades, la prensa, la radio y la televisión están anquilosadas. Eso se debe, entre otras razones, a que los políticos trabajamos para una sociedad repetitiva, cuando desde hace una década vivimos en un mundo intuitivo.
Mientras Estados Unidos, Rusia y China se pelean por la hegemonía política a la usanza del siglo XX, Latinoamérica se entretiene con las excentricidades de Maduro o los dominicanos nos distraemos con nuestros corruptos favoritos, Facebook, Google, Apple y Microsoft se disputan los datos de miles de millones de personas sin importar su nacionalidad, raza, género, preferencia sexual, status social o condición económica y con ellos incidir poderosamente en todas sus decisiones de vida.
Solemos tomarnos a broma el hecho de que con solo hablar de un tema determinado, en nuestras redes sociales y hasta en el buscador de Google, nos aparecen sugerencias, publicidad y un sinfín de alternativas para acceder a contenido que concuerda con la materia objeto de nuestro interés en pensamientos y conversaciones por más triviales que sean.
Sin embargo, las más de las veces ignoramos que eso se debe a que las redes neuronales de estos gigantes tecnológicos, basados en nuestros datos y en el uso permanente de la información que emitimos, la cual puede ser vista y escuchada por nuestros dispositivos electrónicos ya sean móviles o de otro tipo, nos utilizan como mercancía para fines lucrativos y también para el control político tal como se evidenció con el sonado caso de Cambridge Analítica.
Dijo Vladimir Putin hace ya unos años que quien controle la inteligencia artificial, tendría asegurado el control del mundo. Justamente, en el fondo de la batalla geopolítica que se da entre USA, China y Rusia de lo que se trata es de un pugilato por la predominancia en el ámbito tecnológico, aunque esa batalla se libre utilizando los códigos de fricción política propios del siglo pasado.
Y es ahí donde está el meollo del asunto. La ciudadanía tiende a ser apática ante la agenda política, porque ésta persiste en el error de ignorar que aunque los problemas de hoy tengan las mismas consecuencias de siempre, sus causas han ido mutando con el paso del tiempo. Desconocer este detalle nos convierte en irrelevantes para la mayoría de la gente, aunque nuestras decisiones afectan a todos.
Precisamente, es la irrelevancia y no la explotación el factor esencial de la desigualdad en el mundo de hoy. Los excluidos de la actualidad no pertenecen a una misma raza, ni a un mismo género, ni siquiera a un mismo ámbito social. La exclusión del presente es consecuencia de que el liderazgo político ha dejado exclusivamente en manos de ingenieros, científicos y emprendedores la total gobernabilidad de la revolución tecnológica que ha tenido lugar durante este siglo.
Como bien dice Harari en sus 21 lecciones para el siglo XXI: «En su forma actual, la democracia no sobrevivirá a la fusión de la biotecnología y la infotecnología. O bien se reinventa a sí misma con éxito y de una forma radicalmente nueva, o bien los humanos acabarán viviendo en dictaduras digitales».
Y es que, como todos los ciudadanos, los políticos también nos hemos dejado absorber por la pantalla y diluidos en ella nuestra autonomía para dejar que nuestras decisiones, cada vez más, la tomen unos algoritmos que, bien manejados, pueden potenciar las virtudes de nuestra especie, pero que manipulados incorrectamente pueden acarrear el fin de nuestra civilización.