
Joker: el algoritmo de Arthur Fleck
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¿Hasta dónde puede llegar un ser humano cuando, arrinconado por el entorno, es llevado más allá de sus límites? ¿Qué pasa por la mente de un hombre cuya decadente y patética realidad dinamita sus sueños de grandeza? ¿El individuo nace con una predisposición al bien o al mal o su esencia se forja a través de las circunstancias que le toca vivir? ¿Qué cosa es el bien? Que cosa es el mal? ¿Quién lo define?
Es inevitable que estas preguntas asalten a uno mientras se disfruta Joker, la película dirigida por Todd Phillips y protagonizada por Joaquin Phoenix, que relata la historia acerca de cómo Arthur Fleck pasó de fracasado comediante, irrelevante payaso y hombre con un raro trastorno neurológico que lo hace reír desmesuradamente en situaciones de estrés, a convertirse en un malévolo genio del crimen capaz de movilizar a toda una ciudad procurando venganza social.
Ciertamente, la historia de cada uno de nosotros es una sucesión de decisiones, sin embargo, siempre existirá la duda, si acaso la tentación a pensar, de que si cada decisión que uno toma está impulsada por el instinto o la conciencia o si, más bien, están determinadas por las circunstancias y sus altas dosis de prejuicios o preconceptos que a cada momento nos son inoculados.
Cuando Arthur Fleck escribe en su diario que espera que su muerte tenga más valor que su propia vida, está admitiendo de manera implícita que la realidad circundante lo ha vencido en vida y que, quizás, se propone ofrendarle a la muerte su propio cuerpo a cambio de la anhelada trascendencia que lo saque de la total irrelevancia en la que vive.
¿Los seres humanos son realmente tan determinantes como piensan o todo se trata del relato que cada uno de ellos se teje en su cabeza para soportar con tranquilidad que al final son un amasijo de células y sustancias químicas destinados a dejar de existir en un momento indeterminado? La humanidad, incongruente y falible, al final del camino es solo una especie más en el planeta, protegida por su grandiosa capacidad para inventar, para crear mitos que la explican a ella como estirpe superior con la misión de prevalecer por siempre el planeta que habita.
Claro, esa gigantesca capacidad de imaginación que posee nuestra especie que nos ha llevado a prevalecer por encima de todas las demás y que, incluso, nos empuja a intentar misiones tan complejas, tan ciclópeas como la de conquistar el espacio y adueñarnos así del universo hasta ahora infinito, también nos juega en contra a la hora de desentrañar los dos misterios a partir de los cuales se han erigido todas las civilizaciones: la vejez y la muerte.
Estas colosales siamesas aún se resisten a ser conquistadas por el conocimiento humano que, impotente ante ellas, se aferra con fuerza al arte, la religión o el credo supersticioso como maneras sublimes o grotescas de admitir ante sí mismo que todavía la fuerza del raciocinio o el instinto de la voluntad no llegan a entender cuáles son los oscuros mecanismos con los cuales ambas determinan con rotundidad el destino de cada uno de nosotros.
Y es ahí cuando el ser humano, sabedor de que solo tiene el arte, la religión o la superstición, para afrontar la vejez o aceptar la muerte, tiene que escoger entre abandonarse a su suerte o sumergirse en la locura de combatir a las invictas siamesas con las armas de la emoción y los sentimientos.
Como poseído por extraño demonio Joker mata en el tren a los tres jóvenes empresarios que abusaban de él mientras se burlaban de su extraña risa y luego asesina a sangre fría al colega payaso que provocó su salida de la compañía para la cual trabajaba, en esos dos momentos está también matando con ellos al apocado, patético y enfermizo Arthur Fleck para dar paso a un personaje legendario que más adelante se convertiría en la némesis de Batman.
Justo en ese momento uno empieza a cuestionarse si Joker vivió siempre dentro de Arthur Fleck o si, por el contrario, el mundo que giraba en torno a Fleck lo sodomizó de tal manera que terminó engendrando la figura maléfica en la cual mutó. Y aquí llega la pregunta final ¿Existe el bien? ¿Existe el mal? O, en resumidas cuentas, ¿el bien y el mal sólo ocurren en la mente de quien los concibe?
Precisamente, ahí reside la genialidad de esta majestuosa película, en ese particular acto de magia que nos envuelve hasta el punto de que deja a uno cuestionándose si al final todo lo que ha visto solo está ocurriendo en la cabeza de Fleck y Joker no es más que una alucinación más producto de su rara condición neurológica, una consecuencia natural de su extraño desequilibrio bioquímico.