
El líder y su fuerza
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Al caracterizar a Rodrigo Díaz de Vivar como líder, Arturo Pérez Reverte en su novela Sidi dice: «Jamás, desde que guerreaba, había ordenado a un hombre algo que no fuera capaz de hacer por sí mismo. Eran sus reglas. Dormía donde todos, comían lo que todos, cargaba con su impedimenta como todos. Y combatía igual que ellos, siempre en el mayor peligro, socorriéndolos en la lucha como lo socorrian a él. Aquello era punto de honra. Nunca dejaba a uno de los suyos solo entre enemigos, ni nunca atrás mientras estuviera vivo».
Sobre esta exquisita obra literaria, que relata el trayecto vital del Cid en la forja de su leyenda en las horas previas a su consagración como personaje histórico, Pérez Reverte siempre enfatiza que en el fondo se trata de una especie de manual de liderazgo. Ciertamente, a lo largo de sus más de trescientas páginas, hay innumerables alusiones a las propiedades que todo líder debe tener.
Sin embargo, en un contexto global en el que la guerra es la excepción, quizás el campo de batalla sea en la actualidad el escenario menos propicio para conseguir los mejores referentes en la construcción del liderazgo acorde con los tiempos.
Y es que, aunque la política rige hasta el más trivial detalle de nuestras vidas, los políticos, los militares y los curas, a diferencia de otras épocas, ya no son la referencia por excelencia de nuestras sociedades.
Si en el siglo pasado, por ejemplo, figuras como Churchill, Fidel Castro, Juan XXIII, Eisenhower, Perón, JFK o Juan Pablo II, por solo citar algunos casos, constituían el aspiracional de la gran mayoría de la gente, hoy dia son otros los arquetipos del ciudadano común y corriente.
Bill Gates, Steve Jobs, Elon Musk, Justin Bieber, Ariana Grande, Shakira o Daddy Yankee, son los prototipos de miles de millones de seres humanos que ven en ellos el reflejo de sus sueños más encumbrados.
Esto es así, porque los códigos de relacionamiento de la sociedad han dado un vuelco extraordinario y ya, a raíz de la masificación del internet y la irrupción de las redes sociales, la construcción y la difusión del relato a partir del cual un individuo trasciende hasta convertirse en referente se ha descentralizado de tal manera que mundos tan complejos y verticales como el de la política, el ejército o la iglesia pierden por momentos el control, aunque su influencia siga intacta.
Quizás la comprensión insuficiente de este fenómeno, sumado al distanciamiento de los políticos de la agenda cotidiana de los ciudadanos, es el causante de que hoy, más allá de figuras como Obama, Trudeau o Bukele, no haya un solo político que pueda considerarse como un referente aspiracional importante.
Resulta paradójico que en la era de la disrupción, apenas Bukele o Trump puedan considerarse como líderes verdaderamente disruptivos. La política continúa apegada a los convencionalismos, lugares comunes y frases cohetes que caracteriza su ejercicio alrededor del mundo.
De hecho, no hay un solo partido en todo el globo que se atreva a traspasar la estructura vertical heredada de la sociedad industrial, para transformarse en una organización que asimile la ciudadanía en red que vivimos hoy día.
Y esto forma parte del serio cuestionamiento que enfrenta la democracia como sistema político, porque si las instituciones que deben canalizar la voluntad ciudadana no han sido capaces de adaptarse al nuevo mundo que se tejió en la internet, es comprensible que los ciudadanos no le den el crédito suficiente para gestionar sus aspiraciones y mucho menos los considere competentes para solucionar sus problemas.
Como es de suponerse, desde los partidos, y hasta de la propia sociedad, se pierde un tiempo precioso achacando a los individuos las culpas de un mal que es sistémico y que solo podremos superar cuando echemos abajo la cultura, hábitos y conductas que lo hacen posible.
Partidos, liderazgos, dirigencia y militancia son categorías que hace rato hicieron aguas dejando de expresar y construir el sentido común de un tiempo en el que la gran mayoría ya tiene conciencia no solamente de la autonomía de su voluntad ciudadana, sino que además cree saber todo lo que puede hacer con ella.
Si bien es cierto, que todo líder debe estar adornado de las virtudes personales y de carácter a las que alude Pérez Reverte en su novela, también lo es el hecho de que para liderar en estos tiempos es necesario tener una visión capaz de aglutinar en torno a ella a una sociedad en la que cada quien, gustenos o no, anda buscando construir su reino particular porque sabe, al igual que el propio Cid, que «los títulos no se ganan en los palacios».