
Banalización de la cultura
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Hace varios años el laureado escritor y premio Nóbel de Literatura, Mario Vargas Llosa, escribió un ensayo titulado La civilización del espectáculo. Narró esta obra porque sintió que estaba siendo estafado cuando visitaba algunas exposiciones, leía ciertos periódicos, veía alguna película, leía algún libro o simplemente decidía sentarse en su sofá para ver un programa de televisión. A su juicio, le hicieron creer que «un fraude era arte; un embuste, cultura» y «como no hay manera de saber qué cosa es cultura, todo lo es y ya nada lo es», dijo en una entrevista concedida en su momento al periodista Jan Martínez Ahrens, en el periódico El País.
En ese sentido, vivimos tiempos realmente extraños en muchos sectores profesionales. Donde quiera que dirijamos nuestra mirada apreciamos frivolidad, banalidad y una mediocridad sin paragón en áreas que se supone, deberían ser para enseñar, mostrar cultura, educar y saber hablar correctamente haciendo uso de nociones mínimas de lo que se quiere decir sobre algún tema en particular.
Tema global que no solo sucede en nuestro país. Puede suceder cuando acudes a ver una exposición, en el teatro, cine… con sus obvias excepciones. Enciendes la televisión y te das de bruces con una pléyade de mujeres y hombres que se autodefinen «comunicadores» sin tener un ápice de lo que significa esa palabra y ajustados a la ley del mínimo esfuerzo. Salvo el contoneo corporal, eso lo tienen bien aprendido. No solo se queda ahí el asunto. Pones una emisora de radio a través de las distintas plataformas digitales o en la misma radio de tu carro y notas, percibes un uso desproporcionado del lenguaje, las normas, el buen hacer del oficio de comunicar ya sea de los que participan en un determinado espacio y también de quien dirige dichos programas. Se ha perdido el respeto, se ha perdido la esencia del buen comunicar por cada uno de los diversos medios de comunicación. Es aberrante lo que uno escucha, no hay filtro y lo peor, es que a cualquier hijo de vecino le dan un micrófono, sin esa persona entender lo que eso significa, el valor que tiene y el tiempo que a muchos les costó obtenerlo en base a talento.
Esa misma radio, que ya no es estática en el típico dial, sino que también usted puede ver a través de YouTube programas de radio en directo o diferido, tiene años desfilando por el derrotero del mal gusto, banalización y prostitución de muchos enganchados que cada día expulsan vomitivos comentarios con el solo objetivo de ganar likes y views (cantidad de visualizaciones por YouTube). Esa es la comunicación, el «periodismo» que muchos/as creen que ejecutan y es todo lo contrario.
No todo se limita a esos medios, también hay que mencionar la banalización que se respira a través de las redes sociales, donde ocurre lo mismo de lo anteriormente citado y peor. Se observa mucho exhibicionismo de todo tipo. Las redes son el escaparate psicológico y vulgar de muchos. Obviamente no de todos. Se hace también buena opinión y debates, pero en otros no hay reparos, no hay límites. Es interesante aplaudir la «libertad de expresión», es un síntoma importante de cualquier democracia, pero muchos confunden eso con manchar, distorsionar y hacer uso de burlas hasta con ciertos personajes que jugaron un papel trascendental en la historia de nuestro país. No se salva nadie. Y las redes sociales, más que nada Twitter se presta a que estos advenedizos puedan creerse con derecho a cambiar la historia y menospreciar a personas de valía.
Sí, no hay por qué negar lo evidente: estamos siendo estafados por la mediocridad, por esa banalización de que todo se puede mostrar, exhibir y decir. Por supuesto de nosotros depende lo que consumimos. El ruido barato de esas carretillas vacías suenan más que las carretillas llenas. Los buenos productos audiovisuales hay que apoyarlos y desechar el mal gusto, la mediocridad.