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Pues la inmediatez del producto, no importa si es bueno, mediocre o pésimo. La música chatarra que hacen algunos, esa que se produce con el ánimo caldeado a flor de piel, pero que siempre tenga ese toque de malquerencia, insulto y vulgaridad. Algo así como la comida chatarra que te satisface el hambre por media hora, pero luego sigues buscando el alimento más elaborado.
Gustan y se vende como empanadas, las lecturas rápidas a vapor en libros de poca credibilidad literaria, de los trapos sucios tirados a los ojos de todos y más si es «autobiográfico» despotricando y escupiendo contra todo aquel que formó parte del círculo del protagonista.
Y ni hablar de aquellos libelos donde se vende la «autoayuda» como medicina para todo. Comparado con la caterva de auto denominados «coach» que invaden como plagas en las redes sociales vendiendo la solución a todos los problemas existenciales de los demás, viviendo de la ignorancia de otros.
Fanatismos de supermercado. Se escuchan y se ven programas de risa fácil, burlesca y producción mediocre, sin preparación ni exigencias. Solo importan los views y las descargas en internet, sin importar cuántas estupideces le crucen por la cabeza a sus «creadores de contenido» frente a una audiencia que no exige calidad ni compromiso. Por supuesto, el sexo también es moneda de cambio y negocio.
Vivimos en la era de lo fácil, de lo perfectamente consumible, del usar y tirar varias veces como si fuera una colilla en la boca de un consagrado fumador. De contenidos puramente vacios para llenar egos, aupar el victimismo y que solo importe el dinero.
El sector de la política no es ajeno a esta fábrica de ligereza que nos ha tocado vivir. Observamos que cualquiera se lanza a la aventura política, hace mítines, vocifera a los cuatro vientos que es el o la mejor opción en lo que hace, en el área en el que ha decidido accionar, no importa la experiencia ni si tiene algún bagaje profesional o no. Lo importante es contradecir al sistema, a la oposición a la que seguro sirvió en algún momento, al status quo al que pertenece y es consumista. Sin que se quede, el ingrediente del populismo barato sobre todo en países carentes de educación y con mucha pobreza de fondo y trasfondo, como el nuestro.
La política dominicana es un negocio muy lucrativo donde cualquiera con dos pesos puede perfectamente penetrar y comprar un puesto electivo. Sí, así mismo comprar para luego revertir y multiplicar esa cuantiosa inversión. No importa de dónde provenga los fondos, lo importante es estar como el arroz blanco y que los demás vean que tú puedes. ¿Por qué la política es un objeto de compra? Las razones son varias, pero lo realmente impresionante y triste es que todos comulgan con eso, o casi todos. Postularse para un puesto político no debe conllevar gastos descomunales, si no que el partido que representas te promueva sin más, porque para eso reciben millones de pesos del erario que pagamos todos. Millones que tampoco son fiscalizados en esos centros de negocio del inmediatismo político. Entonces, ¿quién entiende esto?
En ese sentido, esa misma política o políticos muchas veces patrocinados por los peores negocios del bajo mundo o, por el contrario, por un empresariado muchas veces corrupto y que paga las candidaturas del mejor postor, nos produce políticos/as chatarras, amantes de la improvisación y la poca mejora de los problemas acuciantes del país. Ocupan posiciones solo para engrosar su currículum. Y esos son los políticos que la gran masa reclama, exige y grita que necesita. Esos que llegan a sus barrios repartiendo salami y pan, o entregando funditas y algún que otros enseres para sus hogares. Es el populismo consumado en un país con mucha pobreza. El pica-pollo es el que ejerce el voto, aunque los problemas básicos de fondo del país nadie los ha resuelto.
Estamos en la era de la mediocridad.