
José Horacio, ese bicho raro
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Sócrates solía decir a sus alumnos que «los valores que determinan la vida individual (virtud, verdad y sabiduría) también debían dar forma a la vida colectiva de la comunidad». Sin embargo, luce que para muchos en nuestro país el principio de que el político debe ser un farsante es más importante que incluso la virtud y la verdad.
Que un político diga lo que piensa, que defienda su criterio con argumentos, es algo en desuso, y cuando suele aparecer, entonces se expone a que dedos impúdicos le señalen, incluso le coloquen etiquetas que van desde «iluso, quimero, comunista o, lo que está en boga: prohaitiano, afeminado y traidor a la patria».
Con etiquetas como esas, se ha perdido la oportunidad de que muchos de sus mejores hombres le sirvan a la Patria.
Precisamente con el cuento de «traidor a la Patria» fue que Pedro Santana planificó eliminar a Juan Pablo Duarte, apresándolo con el objetivo de asesinarlo, junto a su hermano Vicente Celestino Duarte, y su hijo Enrique Duarte, Juan Isidro Pérez, y a los hermanos Félix y Montblanc Richiez, quienes fueron expulsados de la tierra que amaban y por la que entregaron todo, sin esperar a cambio nada que no fuera construir un país próspero y justo.
Para eliminar a patriotas como María Trinidad Sánchez, Francisco del Rosario Sánchez y muchos otros, Santana usó el mismo artilugio, para encarcelarlos o fusilarlos sin ningún miramiento.
La despreciable costumbre fue abrazada en el tiempo por diversos mandatarios y políticos, como Ulises Heureaux, Rafael Leonidas Trujillo o Joaquín Balaguer. Con mismo criterio fue atacado Juan Bosch en 1963, acusándolo de comunista y traidor a la Patria, con el objetivo de malograr su liderazgo y su gobierno.
Es lo mismo que ahora pasa con el joven dirigente político y diputado José Horacio Rodríguez. Hechos de la misma calaña que Santana o Lilís, muchos han visto en José Horacio un liderazgo en ascenso, con posturas de defensa a ultranza de los derechos humanos y un ejercicio político transparente y ético. Eso parece les provoca miedo, o al menos, preocupación.
A José Horacio no se le puede perdonar que fue uno de los diputados más votados de la Circ. 1 del Distrito Nacional, no se le puede permitir crecer, es más, hay que aniquilarlo, y como en estos tiempos resulta algo anacrónico usar la «técnica» de épocas pasadas, donde jóvenes como Amín Abel o como Orlando Martínez eran quitados del medio a sangre y fuego, entonces usan las redes sociales para el descrédito, ridiculizarlo, o acusarlo de traidor a la Patria. Todo vale en el afán de mellar la carrera del joven político. Nada les avergüenza.
La desbordante inmigración haitiana es un problema peliagudo, y tiene verdades que nadie quiere decir ni que se digan, porque es mejor obviar que los indocumentados son un jugoso negocio, no solo para los militares que se lucran en la frontera, sino para empresarios y productores, que les pagan salarios de miseria y les niegan sus derechos. José Horacio lo plantea llanamente, como parte del problema a resolver, y la claque le cae encima, lo quieren llevar al paredón, o al menos, que la próxima vez se lo piense bien antes de expresar sus ideas.