
La pesada cruz haitiana
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Luego que el gobierno anunció en enero sus ocho medidas para controlar el flujo de migración haitiana y la posterior convocatoria intempestiva a los partidos por parte del Presidente Luis Abinader para tratar el tema, uno tiene la impresión de que las autoridades no comprenden las dimensiones del problema en Haití y las implicaciones para el país.
Aunque su eficacia y aplicabilidad es de por sí cuestionable, el diseño de esas acciones adolece de una falla que, además del dispendio de recursos humanos y económicos, entraña el agravamiento de los daños que pueden provocarnos los haitianos y su crisis: la mirada oficial solo toma en cuenta el aspecto migratorio.
Abordar la amenaza haitiana únicamente desde esa perspectiva es un error, sobretodo en este contexto de crisis global. Recordemos que una parte importante de nuestra economía depende del intercambio comercial (formal e informal) con Haití. ¿El equipo gubernamental ha concebido alguna alternativa para evitar que se desarticule la dinámica productiva de los mercados binacionales que operan en la línea fronteriza?
Comúnmente, cuando pensamos en el turismo, imaginamos a europeos y norteamericanos viniendo a República Dominicana para disfrutar de la belleza de sus playas y la hospitalidad de su gente, pero ¿ha calculado el gobierno cuál sería el impacto en el turismo de la crisis haitiana? ¿Cuál turista, en su sano juicio, visita un país en el que a pocos kilómetros de su frontera terrestre se escenifica una atroz guerra civil o una invasión militar extranjera?
Amén de que Haití es el país con la tasa más baja de vacunación en el mundo (apenas el 0.3% de su población está completamente vacunada), y de que aún se desconoce el verdadero impacto de la COVID-19, enfermedades como la malaria, el cólera, el dengue o el SIDA, con una alta prevalencia entre los haitianos, podrían penetrar en la República Dominicana. ¿Qué hace el gabinete de salud para prevenir que los problemas sanitarios de Haití se expandan hasta nuestro territorio?
Necesitamos un plan de contingencia con una visión holística sobre Haití, que incluya todas las aristas e impactos que tendría en República Dominicana la inminente agudización de su crisis.
El presidente perdió el escenario de la ONU, en septiembre pasado, para doblar su apuesta por la intervención de la comunidad internacional y proponer en ese contexto, el establecimiento de un Protectorado a 30 años en Haití, fundamentado en el Capítulo XI de su Carta.

Como ya habíamos advertido en un artículo anterior sobre este tema: «En el marco de nuestra política exterior con respecto a Haití debemos pasar del clamor pasivo a la comunidad internacional para que asuma un rol activo en la solución de la crisis, a buscar la integración un bloque regional con Brasil, Chile, Honduras, Costa Rica y México, países receptores de la masiva migración haitiana, y junto a ellos elaborar un ambicioso plan de acción con proyectos muy concretos para sacarlos de la miseria y el atraso dentro de su propio territorio.
República Dominicana debe impulsar en la región y en toda la comunidad internacional un nuevo Plan Marshall para motorizar un ciclo de crecimiento y expansión económica en Haití, ese plan debe financiarse con los aportes de Estados Unidos, Francia, Canadá, el bloque regional de países destinatarios de su migración y su propia diáspora mediante el establecimiento de una tasa a sus remesas».
Algo tan evidente como esto, el gobierno dominicano parece ignorarlo o, peor aun, no tiene capacidad, ni sagacidad política suficiente para asumir la responsabilidad política de liderar con inteligencia el impulso en el ámbito geopolítico de un ambicioso plan de reconstrucción en Haiti. Ese es el único camino posible para que la crisis de nuestro vecino no termine por engullir la valiosa estabilidad de la cual goza la Republica Dominicana y, más allá, el propio hemisferio occidental.
La civilización es el esfuerzo humano por atenuar sus instintos para convivir en paz y armonía. Agobiados por la miseria y el crimen, hace tiempo que los haitianos son gobernados por una clase dirigente cuyas decisiones responden a sus más salvajes y bajos instintos; eso pone en peligro a nuestra parte de la isla que, a pesar de los pesares, aún puede decir que tiene una convivencia civilizada.
Inicié estas líneas con la impresión de que el Gobierno no comprende la amenaza haitiana, pero mientras escribo me asalta una duda que me pone los pelos de punta: ¿será que el Presidente Luis Abinader, desbordado totalmente por la situación, en realidad no sabe qué hacer con respecto a Haití?
Que Dios, dondequiera que esté, nos ampare.