
El pesado peso de la educación
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El ministro de Educación, Ángel Hernández, es un hombre de convicciones, que defiende sus ideas a capa y espada, quizás de una manera tan clara y directa con gestos y palabras que no siempre son recibidas por sus interlocutores con agrado. Todavía falta un buen trecho para medir con objetividad los logros de una gestión salpicada por la polémica, los embates implacables a que es sometida la institución que maneja el codiciado y aspiracional 4% del Presupuesto General de la Nación. Heredó un ministerio sumergido en la oscuridad administrativa, ahogado en aguas turbias por la mala ejecución gerencial de las cuales todavía se esperan respuestas.
Mucho dinero en juego, corresponde al 4% de su presupuesto. Demasiado para quienes no han podido ejecutar con eficiencia tantos recursos, ministros que antecedieron a Hernández –cuando concluya su gestión podríamos hacernos una idea de valor sobre la misma– que ignoraron los efectos del pesado peso de la educación.
El proyecto Libro Abierto que puso en marcha el ministerio para dotar al estudiantado de las escuelas públicas de los textos escolares ha colocado nuevamente al funcionario en el ojo del huracán. Una iniciativa valiosa, que vale su peso en oro, para mitigar los altísimos gastos en que incurre una familia cualquiera para dotar a sus hijos de una gran cantidad de unidades que comprende un año escolar.
Las editoriales nacionales, con razón o sin ella, han bombardeado la iniciativa con la precisión de un francotirador alemán. El ministro mantuvo su posición firme, siguió el curso de la realización de los textos y suponemos que a la fecha, millones de estudiantes del sector público cuentan con este material que les suministró Educación de manera gratuita. La educación, tanto privada como la pública, requiere la implementación de políticas como esta, que establezcan soluciones efectivas radicales a beneficio no solo de los más necesitados, sino de todos. ¿O todos no pagamos impuestos, unos más que otros?
El huracán que sistemáticamente se forma en las coordenadas del Ministerio de Educación suele ser de la misma categoría –con los efectos batateros que produce su potencia– y dimensiones del grandilocuente 4% que este recibe de las arcas públicas. El púlpito se sacude con igual intensidad, porque cualquier proyecto que se ejecute desde allí despierta la codicia de uno dos tres cuatro y muchísimos otros más con deseos desmedidos de participar en la distribución presupuestaria.
No todo puede politizarse, aunque la política lo permea todo. Indefectiblemente. Un punto de equilibrio debe imponerse en aspectos que afectan a una gran cantidad de la población. La educación, esté quien esté en el ministerio de la discordia, debe seguir buscando vías alternativas para perfeccionar un sector que va en caída libre, a juzgar por la calidad académica que ostenta el estudiante promedio cuando concluye –si es que esto se materializa– los niveles básicos y consecuentes. Al final, tenían razón quienes argumentaban que la solución no estaba en la asignación del 4% a la Educación (con mayúscula), aunque lo diga la ley. En la práctica, no ha sido así.