¿Y si por fin elevamos el nivel del debate político?
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¡Ya está bueno! Hay una generación que no es de caravanas (o está harta de ellas), que bien interpreta los falsos abrazos, que se atiborra de tanta contaminación visual y auditiva hasta desbordarle la paciencia, que está pendiente de quien aparece solo por una campaña electoral, es decir, por conseguir su meta personal o de un grupito.
Sí, hay una considerable cantidad de ciudadanos que no basa su decisión de voto en el pan y el circo, cual época del Imperio Romano… están ávidos de propuestas, de que los aspirantes realmente pongan sobre la mesa los problemas y sus posibles soluciones, sin tanto populismo y con real compromiso. ¡Basta de fundar la discusión en burlas, irrespetos y diatribas vacías!
Usted me dirá: «La masa vota por eso» o «a la clase política no le interesa una sociedad formada ni informada, por tanto no la alimenta». Lo entiendo, pero no me satisface. No sé qué tanto a usted.
Estamos en una época decisiva en múltiples sentidos. Con el inicio de la tercera década del siglo XXI arrancó un nuevo ciclo electoral en América Latina. Las elecciones se presentan en un contexto nacional e internacional aquejado por múltiples crisis: la pandemia de Covid-19, la invasión rusa a Ucrania y sus negativas consecuencias, la desaceleración económica con riesgo de recesión, el aumento del costo de vida, de la energía, de la inflación, de los tipos de interés, y la amenaza de una crisis alimentaria, entre otras.
¿Qué nos ha traído esto? Más desigualdades y pobreza, aumento de la desconfianza de la ciudadanía en las elites y profundización del malestar social.
Entonces, tenemos una agenda de temas que urgen ser tratados: protección al medio ambiente, tecnología y digitalización, equidad de género, inclusión, dignidad y lucha contra la desigualdad, la inseguridad ciudadana, la carestía de lo elemental para vivir con decoro, el nivel de la educación, la calidad de la salud pública, etc.
La actualidad demanda de liderazgos políticos renovados y empáticos; hay una necesidad de renegociar los contratos sociales. La clase política debería saber interpretar las demandas de una sociedad cambiante, sobre todo de la juventud… debe reposicionarse.
Con mayor insistencia se observa la incursión de candidatos populistas cuya característica principal es dividir la sociedad en bandos de combate: nosotros versus ellos; estos últimos suelen ser descritos como una casta o clase social a la cual se asocian todos los males del país y se busca caricaturizar a los oponentes y apostar por la polarización extrema.
Cada bando se preocupa por detractar al otro y en eso se les van los días. Las redes sociales son el eco, ignorando que estas, utilizadas de forma incorrecta para desinformar, dividir y generar odiodesencadenan graves y crecientes riesgos. Así que, cuando los mensajes transmitidos vía esas plataformas virtuales son negativos en su mayoría, incitando emociones de ira, miedo y desconfianza, reproducen la polarización y entorpecen el diálogo político constructivo, de aportes favorables. ¿El desenlace? Serios daños a los procesos electorales y a la democracia.
Quienes apelan al populismo desgastan las bases institucionales y organizacionales de la representación y fortalecen las relaciones directas con los seguidores, con alardes mesiánicos, personalistas y que potencialmente emanan autoritarismo.
Volviendo a la discusión de temas, a nivel presidencial, por ejemplo, buenísimo sería un debate de posiciones incluso que traspasen las fronteras del país… Por ejemplo, acerca de la forma de organización social y política que nos compete, con un dato interesante como que el apoyo a la democracia está descendiendo en los últimos años, del 69 % en 2008 al 62 % en 2021 y del 63 % en 2010 a 49 % en 2020, según las dos grandes encuestas que le toman el pulso a la opinión de los ciudadanos: el Barómetro de las Américas y el Latinobarómetro.
Todos los principales informes sobre calidad de la democracia expresan su preocupación por una peligrosa tendencia a la hiperpolarización.
Abordemos la geopolítica… Tenemos un escenario regional inédito: las seis principales economías de la región (Brasil, México, Argentina, Colombia, Chile y Perú) son gobernadas por líderes de izquierda. ¿Qué nos dice esto? ¿Cómo nos impacta?
¡Hay tanto importante de qué hablar, y seguimos (igual o peor) con los devaneos, temas irrisorios y una gran mediocridad que menoscaba incluso la dignidad humana!
Y por otro lado, tan importante es el debate de ideas como la difusión de estas. Las fake news, las campañas de desinformación y la contaminación informativa están en ascenso. Estas tácticas son utilizadas por los candidatos, pero también por los gobiernos para intervenir en las elecciones de modo negativo para el bien común.
¿Qué tal si priorizamos acciones como: garantizar que la información llegue a diferentes sectores minoritarios? ¿Y si nos ocupamos de la consistencia de los mensajes transmitidos por todos los actores involucrados, para así mantener la confianza y disminuir el nivel de incertidumbre entre la población, además de propiciar seminarios en línea, transmisiones en vivo, sesiones de preguntas y respuestas con un enfoque centrado en las personas?
El ciudadano debe exigir estas transformaciones de las campañas electorales. La nueva generación de políticos está asimismo compelida a hacerlo diferente. ¿Que pasará mucho tiempo antes de que menganito deje atrás las estrategias que usó su abuelo Mengano en los 70 para ganar? Sí.
¿Que las mayorías venden su voto por una nimiedad tan fútil como un pica pollo y 500 pesos? Sí. ¿Seguimos así o nos detenemos a ejercer una mejor ciudadanía?
¿Arrancamos hoy a elevar el nivel del debate?