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Transfuguismo, con y sin violín
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La política en nuestro país ha evolucionado hasta desligarse de sus fundamentos ideológicos, convirtiéndose más en un medio para obtener beneficios y apetencias personales que en la defensa de principios y valores. La lealtad partidista y las convicciones han perdido relevancia en la práctica política, dando paso a una cultura de oportunismo (pragmatismo le llaman algunos) entre los actores políticos.
A menudo digo que ya da igual ser de cualquier partido tradicional. Es lo mismo, con diferencias en hombres, unos más y otros menos. Atrás quedó heredar simpatías que por generaciones se tuvieron por algún partido político. Ni se diga heredar ideologías.
Ser dirigente de un partido político requiere de unos niveles de sentido de la oportunidad muy elevados (estratégicos le llaman algunos).
Desde hace décadas la campaña electoral se convierte en tiempo de zafra para el transfuguismo. Tiempo de mercado durante el que se compra y se vende de todo. De hecho, algunos partidos parecen granjas de engorde, en que algunos dirigentes «se posicionan» para poder venderse al mejor precio posible.
El transfuguismo, aunque la Ley de Partidos lo prohíbe, es un mal que parece nadie quiere perseguir. En cambio, aunque ilegal, se ha convertido en una práctica tolerada e incluso beneficiosa para muchos en el ámbito político. Los partidos actúan como mercados donde los dirigentes se posicionan estratégicamente para obtener el mejor trato posible, como si de una operación de mercado se tratara.
Resulta irónico escuchar a políticos de opisición criticar el transfuguismo, cuando en realidad todos han participado de esta mala práctica en algún momento, especialmente cuando han estado en el poder. Para ellos, el cambio de bandos es condenable solo cuando se está en desventaja política.
En estos días se escuchan voces, especialmente desde el Partido de la Liberación Dominicana, desgarrarse la vestidura ante los casos de evidente transfuguismo que ha provocado la migración de una cantidad importante de dirigentes, diputados, alcaldes y regidores hacia el Partido Revolucionario Moderno, que los recibe con el estruendo de una banda de música, desafinada, pero apropiada para la ocasión.
Pareciera se quiere hacer creer que esto es una práctica propia del partido oficialista. Pretenden que nadie recuerde lo que ocurrió aquí durante los años del esplendor morado, tanto en los gobiernos de Leonel Fernández como de Danilo Medina. Muchos olvidan cómo fueron a parar en las filas del entonces oficialismo dirigentes y legisladores de la oposición, y casos en los que a algunos no se les cumplió con lo prometido y llegaron a la desfachatez de denunciar el «cubo», como el caso de unos «honorables» en el 2008 que al dar marcha atrás explicaron que no les cumplieron con el compromiso de darles cargos, pagos de deudas personales, yipetas, contratas y demás bendiciones.
Durante 20 años solo fue mal visto por una parte de la dirigencia del PRD, nunca por el PLD, que recibía la plusvalía del endoso de los «inconformes» de la oposición. Claro, una cosa es con guitarra, y la otra, muy diferente, es con violín.