¿Quién «vende» a los candidatos?
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MERCANCÍA.– Si la memoria no me falla, hace unos años, uno de mis predilectos profesores de derecho, me instó a leer uno de los libros que más he disfrutado y del que aprendí acerca de la naturaleza de algunas interacciones: Los intereses creados. Autoría de Jacinto Benavente, trata de una comedia teatral que refleja la forma en la que los intereses personales se articulan en una trama tan simple, pero a la vez compleja, sobre las circunstancias que rodean una historia de ascenso social, apariencias, fortuna y un matrimonio por conveniencia.
Muestra cómo una red de aspiraciones, ambiciones y necesidades sobrepasa obstáculos de diversa índole en pos de la adquisición de beneficios personales. Hay mucho que hablar de esa obra, interesante y graciosa, pero quiero rescatar la parte en la que el pícaro Crispín dice a Leandro: «Ponte en mis manos, que nada conviene tanto a un hombre como llevar a su lado quien haga notar sus méritos, que en uno mismo la modestia es necedad y la propia alabanza locura, y con las dos se pierde para el mundo. Somos los hombres como mercancía, que valemos más o menos según la habilidad del mercader que nos presenta, yo te aseguro que si fueras vidrio, a mi cargo corre que pases por diamante»…
LA VENTA.– «Sinvergüencerías» aparte, hay algo real en lo que dice Crispín, llevado a la política: los candidatos necesitan quien los pondere, quien exhiba sus méritos, quien realce la virtud de sus propuestas. No es lo mismo decir «fulano, equis cosa, 40-44», a crear una historia que conecte con su electorado y le granjee credibilidad, simpatías y a la postre votos. Oteando el país político puede verse la forma tan simplista, circular, rudimentaria… en la que presentan muchas propuestas electorales. Peor aún: en algunos casos, añadiendo frases descompuestas.
Además, puede advertirse algo curioso e inexplicable: candidatos con múltiples cualidades, visibles, buen manejo, hasta realizaciones en su vida profesional y política, que no han logrado un caudal de atención proporcional a los insumos que su perfil, como producto político, puede aportar. Actualmente hay aspirantes que serían el sueño de un publicista y que sin embargo no han sido «vendidos» al ciento por ciento. Y tienen seguidores, activistas, pero sus campañas suelen limitarse a repetir como mantra un eslogan cliché que va perdiendo sentido en el aluvión de mensajes del diario andar…
LA HISTORIA.– De ahí la importancia de que las campañas se tomen su tiempo para pensar, articular y construir una historia acerca de sus candidatos. Quiénes son. Qué ofrecen. Cuáles son sus virtudes. Cómo conectan con el electorado. Y no en la usanza amoral de la «comedia de polichinelas», sino buscando –que cada quien tiene algo bueno– los elementos que permitan que el actor pueda decir y encarnar lo que dice. Porque si la historia inventa cosas irreales se revierten sus efectos. Y es una labor constante. No para. Y cabe todo. Por ejemplo, el humano yerra, pero hasta los errores y la forma en la que se comunican son parte de la historia. Y no hay que mentir. Solo armar el rompecabezas. Aunque pueda no parecerlo, las narrativas políticas han existido desde hace mucho.
La diferencia es que su alcance se ha optimizado fruto de la era de la información. Y algo importante: como decía Azorín, refiriéndose a políticas públicas, extrapolar, sin más, ejemplos de otros países puede ser contraproducente. Obviamente son distintas realidades, pensamientos y actores. Hasta entre las mismas circunscripciones electorales hay diferencias. La clave es identificar al candidato, descifrar qué lo une a su electorado y fundamentar su oferta y sus motivos en una secuencia rítmica creíble y que se corresponda con la realidad. Saber hablar a la «mente no instruida» del elector. Y si es con la ayuda ardua, definida y convencida de los seguidores, mucho mejor…