¿Qué se gana debatiendo?
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En América Latina, los primeros debates presidenciales se dieron en Venezuela y Brasil en los 60. A nosotros nos tomó varias décadas ponernos a la par. Con estos primeros, en especial el presidencial y vicepresidencial, República Dominicana vive un gran avance en materia política y de campañas electorales. Definitivamente, como derecho ciudadano, todos debemos ponernos a una, como se dice en el argot popular, para garantizar que antes de ir a las urnas nos edifiquemos con este encuentro de candidatos.
Lo que más destaca de los debates es que proveen información al electorado, contribuyendo a que tome decisiones con mayor seguridad y fundamento. También es un escenario que evidencia las diferencias políticas entre los postulantes.
Algunos estudios confirman la modificación de voto luego de este panel mediático, pero en una dimensión relativamente pequeña. Hay quienes no cambian su preferencia, sino que la mantienen por el mismo candidato, y entonces el debate solo reafirma en ese decidido, su predilección de manera más confiable.
Resulta interesante cómo los aspirantes develan características generales de su personalidad y su liderazgo, no solo al intervenir, sino también al interactuar con sus iguales, y defendiendo sus posicionamientos en materia de políticas públicas que ponen sobre la mesa. Y de aquí salen revelaciones vitales, como las reacciones al exponerse a las críticas de sus competidores y responder interrogantes de estos. La naturalidad hace su magia.
Aunque se suelen preparar muy bien, hay elementos incontrolables y los candidatos fluyen y emana cierta espontaneidad, que es muy bien valorada. Por tanto, no sólo son las propuestas, sino también la escenificación del discurso, la defensa en esa crisis dialéctica, la inteligencia emocional, la fluidez verbal y el desenvolvimiento con las réplicas, los que permiten al debatir ganar liderazgo, notoriedad y posicionamiento. Sobre todo, se trata de generar confianza. De modo que conectar con la ciudadanía es vital y un verdadero líder político aprovecha ese escenario para proyectar seguridad, seriedad, cercanía y empatía.
Por otro lado, un escenario que no se ignora es lo híbrido de este evento mediático. El debate, como es sabido, es en gran medida un producto televisivo, pero en esta época de redes sociales, miles de personas lo siguen «a doble pantalla», o sea, viéndolo juntamente en sus televisores, mientras lo analizan y critican en X, Facebook, Instagram, etc.
Así se producen debates del debate. Aun sabiendo de los equipos digitales y granjas de bots que manejan los partidos, al ciudadano le atraen las acotaciones de profesionales y expertos en distintas áreas cuando exponen sobre sus temas. Eso sin dejar de lado la «memificación» de las discusiones, que con humor destacan mensajes. Los memes viralizan ideas a través de jocosidades.
En adición, esos momentos sonoros, impactantes y retóricamente efectivos son copiados, recortados, compartidos y comentados miles de veces, pudiendo ejercer en las audiencias una influencia significativa en las acciones posteriores. Incluso, quienes no ven la discusión televisada, se informan por estas publicaciones en las distintas plataformas, así como en los medios de comunicación y la opinión pública, y comentan los resultados del debate, aunque no lo hayan visto.
A propósito de esto, creo que aportaría más que al terminar, periodistas y líderes de opinión en vez de discutir sobre el «ganador» del debate, y analizar la estrategia y los puntos fuertes y débiles de cada candidato, se dispongan a contrastar lo que se ha dicho, a modo de verificación.
Además, para las próximas entregas, me encantaría que el enfoque televisivo sea con plano más amplio que al menos permita ver movimiento de los brazos y las manos, también sería bueno que hayan preguntas de la sociedad civil (desconocidas hasta el momento de participación o grabación). Y, si por si acaso, se le ocurre a la clase política partidista soslayar esta conquista ciudadana, quisiera que asumiéramos que haya debate o silla vacía, como prefieran ellos, y que sientan las consecuencias de no participar.