
Moma Vásquez: «¡Yo muero siendo una catorcista!»
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Norma Vásquez (Moma), una guerrera de la vanguardia, que ha luchado por la libertad desde los tiempos de la oprobiosa tiranía de Rafael Leonidas Trujillo. Ella es de las heroínas que, con su valentía, aportó a la construcción del espacio ganado por las mujeres en el activismo político dominicano.
Con arriesgadas tareas revolucionarias desafió las temibles garras del miedo. Su noble amor a la Patria le hizo llevar a cabo con éxito cada misión asignada en el Movimiento Revolucionario 14 de Junio (1J4) con la valentía que da cumplir con el deber.
Mamá natural de uno, pero se convirtió en la madre de muchos otros, protegiendo sus vidas de la persecución y la intolerancia política de los años de dictadura. Alojaba, y aún lo hace, a gente que simplemente lo necesitaba para combatir, para estudiar o para subsistir. Para todos los que la conocen esta revolucionaria dominicana es un ángel, dueña de un corazón noble, dulce de trato y serena la voz, capaz de mantener el temple y el coraje en los momentos más cercanos a la muerte.
Para el movimiento revolucionario fue la mujer que se distinguía por su firme valor en el cumplimiento de cada encomienda asignada, la que desempeñaba con inteligencia táctica natural, habilidad que le posibilitó ser emisaria de los más peligrosos contenidos, trasladando desde la palabras comprometidas hasta las municiones para la causa, o ejerciendo con eficacia su don para trasladar y colocar a muchos compañeros en lugares estratégicos para preservar sus vidas.
Mamá (Luz) y yo hicimos los uniformes de los guerrilleros del 14 de Junio en 1963».
Norma Vásquez -Moma-
Moma es heredera de una estirpe de valientes luchadores por la libertad y los intereses de las mayorías. Nieta de combatientes; hija de Augusto Vásquez y Luz Cabrera, muy temprano se convirtió en una luchadora antitrujillista, de manera abierta y sin temor a la represión que imperaba en el país. Hermana y prima de opositores a la dictadura de Trujillo, postura que asumieron desde los tiempos en que aún residían en Santiago de los Caballeros.
Mujer emprendedora, que confeccionaba ropa para muchas personas de las diferentes clases sociales en Santo Domingo, era propietaria de un salón de belleza cuando pocas lo tenían, negocio que no solo fungía como centro para la estética femenina, sino que servía también para alojar a aquellos militantes izquierdistas que pasaban a la clandestinidad para escapar a la persecución política.
Culta e interesada siempre en todo lo que acontece en su Patria, lo primero que hace al levantarse es ejercitar la labor de informarse, para no estar ajena a las noticias más importantes.
Ella nos recibe en su hogar con la hospitalidad que le ha caracterizado siempre. Durante la entrevista repasa gentil y cordialmente la historia con los periodistas de País Político, rememorando todo lo que le resulta más leve para sus emociones y aquello que aún duele tanto como si fuera el día mismo del suceso. Antes de que pueda articular sus primeras palabras, un nudo aprieta su garganta, y su pecho. Vienen a su memoria las escenas de dolor y llanto que en un tiempo fueron su día a día. Tanto dolor conmueve hasta obligarnos a detener la entrevista por un momento.
Mientras se repone, sale a relucir ese don de gente con las personas que toca a su paso, y muestra su capacidad de atender una entrevista, al tiempo de coordinar lo que se le va a brindar a los visitantes, mientras, vuelve coherentemente para responder las preguntas formuladas.
Madre y militante política
Ella pudo siempre con todo, conciliando su rol de madre de su unigénito y de tantos otros que no parió, con las responsabilidades de mujer dueña de sus emprendimientos, al mismo tiempo que cumplía con las tareas políticas que cada vez más le asignaban en el partido.
A su decir, esto no era un sacrificio para ella. Era lo que le correspondía hacer. Por eso no titubeó para sembrar en su hijo, sobrinos y nietos la llama de la lucha por la democracia, la libertad de expresión y el respeto a la dignidad y la vida de los otros, los demás.
Pasados los años y el tiempo de la barbarie, hoy muestra con orgullo la cosecha de su siembra. Su fortuna es la familia, lo heredado por sus muchachos, como parte de ese legado ancestral de patriotismo. Por eso se le ilumina el rostro cuando habla de su nieta Natalia Mármol Candelario, formada muy cerca de su ejemplo y quien en la actualidad es una destacada activista por los derechos humanos, y quien le repite orgullosa «Moma, de ti aprendí que nunca se han cerrado las puertas de esta casa a los revolucionarios, entonces tengo que ser igual que tú». Moma exclama, henchida de alegría, «para ella soy muy importante. Y eso me basta».
¿Qué mueve a una mujer en un momento tan adverso como una dictadura a ser parte de un movimiento subversivo como el 14 de Junio?
Nosotros habíamos pasado por… (se le quiebra la voz al tratar de responder).
Nosotros somos de un lugar en Santiago de los Caballeros que se denominaba Canca Reparaciones. Soy hija de Augusto Vásquez y de Luz Cabrera.
¿En qué momento tú y tu familia inician la lucha antitrujillista?
Cuando vivíamos en Santiago de los Caballeros ahí comenzaron los problemas… La situación política de la época. Nosotros comenzamos en 1957 con los problemas políticos.
Pero antes, había una situación con los Estévez, primos procedentes de Santiago. Ellos pertenecían a un grupo opositor a Rafael Leonidas Trujillo. En él estaba Bolívar Vásquez, mi hermano, quien luego desapareció en la cárcel. Al primo Fellito lo llevaron preso junto a Bolívar Vásquez, Gilberto, Marino y estos últimos eran sobrinos. Eran de la familia Estévez Cabrera.
¿Cómo era la situación en la dictadura?
Cuando vinimos de Santiago a vivir a la calle Benito Monción, en Gascue, mamá abrió una pensión en un hostal que alquiló y con la trayectoria que se traía de la actitud de mi hermano César frente a la dictadura y la de los primos, los del gobierno metieron allí a los calieses.
Vinimos a vivir a Santo Domingo desde Santiago, porque mi hermano Hernán Vásquez había tenido un problema… Fui la primera que llegué. En la casa donde vivíamos colocaban dos calieses afuera, y a veces ellos entraban y tomaban las sillas sin pedir permiso, se sentaban en ellas. Mamá, que era una mujer muy valiente, le dijo una vez «si desea, entre y siéntese, porque no le tengo miedo a Trujillo ni a nadie».
Donde quiera que uno estaba iban ellos. Pero en el cuarto mío, nos metíamos en un clóset con un radito que teníamos, para escuchar las emisoras de Cuba.

¿Cuál de tus padres era políticamente militante?
Era mi madre Luz Cabrera. El papá de mamá, Eliseo Cabrera, fue ministro de Guerra y Marina. Lo mataron cuando mi madre tenía tres años. Raúl Cabrera, su hermano, también ocupó el mismo cargo, a principios del siglo XX, y al igual que Eliseo, murió en batalla enfrentando a Demetrio Rodríguez.
En el tiempo de las montoneras mis abuelos combatieron. Hay una carta que le envía Demetrio Rodríguez a Eliseo Cabrera –ellos eran muy cercanos– donde le dice que él sabe que las tropas que tenía mi abuelo eran muy disminuidas y las dirigidas por él eran mucho más numerosas, y que como eran tan allegados los iba a dejar pasar, lo invitó a rendirse para que no hubiera una masacre, a lo que mi abuelo contestó: “Si es tu espada la que me mata con orgullo muero. Tuyo siempre, Eliseo Cabrera”. Un rato después mi abuelo moría en el campo de batalla.
¿De dónde crees heredas la actitud de guerrera?
De los abuelos. Mamá Dela (Luz), abuela mía, era quien le escribía todo a Eliseo Cabrera. Mi mamá me decía que era inteligentísima. En esa época mi abuela utilizaba pantalones, los usaba para montar caballos, con su fuete en mano, según cuentan.
Mamá Luz, mi madre, era una mujer de mucho valor. Desempeñaba el importante papel de mensajería clandestina. Nunca fallaba, no le tenía miedo a nadie, ni a Trujillo ni a Balaguer.
¿Cómo ingresas al 1J4?
Cuando vivíamos por detrás del Palacio de Bellas Artes casi todos eran del 14 de Junio. Después nos mudamos a la calle Pasteur, y era amiga de Emma Tavárez Justo, hermana de Manolo, porque ella iba a un salón de belleza que tuve.
Como también me dedicaba a la costura, un día me dijeron que si podía hacerles algunas banderas de la entidad política y les dije que sí. Después me quedé allí y todos los días iba a coser las banderas del 1J4 y luego confeccionaba uniformes. Mamá (Luz) y yo hicimos los uniformes de los guerrilleros del 14 de Junio en 1963. En la casa nuestra había una habitación grande y ahí teníamos la máquina de coser”.
En el tiempo de la guerra de 1965, en la acera de enfrente de la residencia donde vivíamos en la Pasteur, colocaban a los soldados, que los turnaban. Todas las noches tiroteaban la casa. Una de esas noches de balacera estaba en la casa doña Quisqueya, la madre de Virgilio Perdomo, quien años más adelante falleció junto a Amaury Germán Aristy en el kilómetro 12 de la avenida Las Américas.

¿Qué otras tareas tenías entre tus responsabilidades en el Movimiento 14 de Junio?
Ubicación y traslado estratégico de los compañeros. Por ejemplo trasladar y ubicar a lugares seguros a una parte de los miembros del grupo. Llevé a algunos de los guerrilleros a la loma Los Quemados, en Bonao. En ese momento andaba acompañada de Aniana Vargas. A los muchachos les gustaba trabajar conmigo. No tenía miedo y ellos se sentían seguros porque no iba a meter la pata.
Recuerdo un día en que íbamos para La Romana a buscar cinco mil tiros que le iban a entregar a uno de los integrantes del 1J4. Me acompañé de un amigo y en el camino recogimos otro. Hubo varios lugares donde policías nos revisaron. Cuando revisaban me decían «levántate» y yo lo hacía, como si nada, tranquila y segura. Por eso a los compañeros les gustaba salir conmigo, porque yo no me amilanaba ante nada ni nadie.
Cuando llegamos frente al estadio de pelota estaban revisando y el compañero me dice «vamos a devolvernos». Le dije que no, porque si ven que nos devolvemos sí iba a haber problemas. Seguimos y no nos revisaron. Muy tarde en la noche llegamos para dejar el encargo en la universidad (Universidad Autónoma de Santo Domingo). Lo enterramos en el patio, debajo de una mata de mango. Yo andaba con Miguel Ángel Muñiz, el padre del cineasta Ángel Muñiz.
Durante las labores de mensajería, en ocasiones me llevaba a los niños, que eran sobrinos. En una ocasión fui a llevarle algo al comando de Piky Lora, para la Revolución. Teníamos que llevar el uniforme y la cantimplora en la parte de atrás del carro y cuando íbamos por el Malecón, frente al hotel Santo Domingo, nos paró la Policía por una luz del vehículo que estaba defectuosa. Nos pidió desmontarnos y le solicité que me dejara llegar a la casa porque estaba muy cerca. Yo residía en la Zona Universitaria. Le prometí llegar al destacamento luego de dejar a los niños en la residencia porque estaban muy cansados de pasar el día en la calle. Pero nos dejó ir. ¡Si me hubiera llevado presa, iban a encontrar ahí de todo!
A mi me tocaba también regar panfletos, que eran los que se divulgaban entre las personas de manera escondida.
Un día, rumbo al Ensanche Ozama, íbamos con un primo a llevarle un paquete a una compañera y nos paró la Policía pidiendo que le hiciéramos el favor de llevar al hospital a una señora que estaba embarazada y se había lanzado del Puente. La montamos, pero primero dejamos todo lo que debíamos entregar. Al llegar al centro hospitalario querían dejarnos detenidos argumentando que la habíamos atropellado nosotros. De esta también nos salvamos.
Por las tareas que realizabas, ¿alguna vez sentiste temor?
No. Cuando salía por ahí no pensaba en nada más que en lo mal que vivía el país con ese miedo y esa represión. No se podía hablar, caminar. No soportaba eso.

Cuando asesinaron a Manolo hubo una gran conmoción. ¿Cómo te enteras de su muerte?
Me lo informó un compañero. Al principio la gente no lo creía. Yo estaba conmocionada, no tenía cabeza para pensar. La gente estaba vuelta loca, no lo creía.
¿Como combinaste el rol de activista con el de madre?
Hacía lo mío, no pensaba en nada de esto. Porque las responsabilidades de la política no las veía como un trabajo. Me entregué al partido luego de tener mi hijo Rafaelito. Mamá desde ese tiempo me acompañó con su crianza.
¿Qué piensa de la gente que dice que aquí hace falta Trujillo?
Quien dice que hace falta Trujillo no vivió esa época porque, por ejemplo, en nuestra casa todos los días iba un calié, abría la puerta de la galería y sacaba una silla como forma de amedrentarnos.
¿Valió la pena la sangre derramada por los mártires del 14 de Junio?
Sí, valió la pena. Porque eso le levantó a la gente la chispa de seguir luchando por la libertad. En honor a las Mirabal la gente luchaba por el movimiento, además de hacerlo por sus compañeros que eran gente buena.
¿Cuál ha sido tu actividad política luego de disuelto el 14 de Junio?
No ha sido ninguna. Seré catorcista hasta que me muera. Nunca he hecho campaña con nadie más.