
La verdad como parte de nuestra mentirosa «ir-realidad»
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Lo que se comparte en redes sociales está disponible para que todo el planeta lo vea simultáneamente y que con la misma rapidez e intensidad genere una reacción dictada por la emoción que le produce. Si muchas conciencias coinciden en su punto de vista, se pueden generar grandes acciones humanistas y oleadas de repudio y odio abrasadoras.
Irse por la experiencia más clara de estos tiempos, sería emitir un juicio sobre Shakira que llenaría de un pique inmenso a las masas y exponerse a ser el centro de un odio colectivo que lleve al médico de la mente, víctima de una ansiedad que ni al conejo malo pudo exculpar.
Estos hechos aludidos son tan reales como que los involucrados le ponen su propio rostro y voz, lo cual certifica que es verdad o que al menos es la verdad que ellos asumen como suya.
Otra cosa es la versión de un hecho que alguien quiere pasar como verdadero sin serlo. Es que en verdad, la verdad de hoy es una verdad que se produce. Antes la verdad surgía, ahora se crea.
Ya pasaron los tiempos en que la verdad, como realidad moral y ética era el objetivo de cualquier noble causa. La más real era aquella que enarbolaban los periódicos y noticiarios de antes del nuevo milenio, a los cuales los lectores acudían para comprobar que lo que decía y repetía voz populix era cierto o mentira.
Sin embargo, desde la aparición de las redes sociales esta es «un espejo roto en mil pedazos y cada quien que tiene uno de esos pedazos tiene una parte de la verdad».
Nunca como ahora ha sido más relativa. La verdad de cada quien se mueve como llama chispeante por las redes sociales, logrando mientras más grotescas circunstancias y consecuencias, impensables adhesiones, comprensiones y justificaciones (cómo la hermana del filicida, que entendió que estaría bien si a quien esté mataba era a su ex mujer).
La nueva verdad es post verdad –como la mantequilla caliente–, líquida, según el filósofo polaco analista de la postmodernidad Zygmunt Bauman (1925 –2017) y se puede agregar que dependerá del colador por donde se pase.
La verdad sería el resultado de la que cada quien pueda validar u oponerse. La que depende del tipo de reacción plasmada en medios digitales y redes sociales.
La verdad puede ser lo mismo, esas fotos con textos motivacionales que conmueven y promueven el ideal de familia y luego lo es también que «no éramos felices juntos» y que todas las fotos y reportajes generados a través de esa creación de realidad, empiezan a desdibujarse en las revistas del corazón que han encajado a la perfección a los nuevos valores del oficio de informar lo que conmovería al público. La búsqueda de reacciones está llena de títulos falsos y llamativos.
Las situaciones se preparan para grabar las reacciones, como el novio que fingió un infarto en el río y que en medio del llanto de la novia “revivió” para entregarle un anillo de petición de boda.
Parejas preparan escenarios, en los cuales involucran a sus familiares y relacionados para revelar la infidelidad del otro y la traición con la tercera involucrada como invitada. Ya no vivimos en privacidad, las figuras buscan desesperadamente la atención del público, haciendo de su vida privada –lo que antes guardaban con celo- una vitrina del amor y el desamor, tomando acciones para coleccionar reacciones, o sea likes y aumento de sus seguidores.
Los seguidores –o perseguidores– son los que alimentan el ego o el dolor de las figuras, con sus comentarios de admiración o con sus crueles reacciones ante lo expuesto. A los últimos les llaman haters, en inglés, cuya traducción directa sería odiadores.
Los odiadores siempre tienen listas las respuestas más crueles, son perfeccionistas e impecables en sus percepciones. Siempre hay una acción o actuación ideal que la persona o personalidad que sea pudo haber hecho mejor.
Están dispuestos a morir por la verdad y a ponerle los puntos en las íes a cualquiera. Leen rápido y su opinión parece ser tan importante que a veces la emiten sin leer el final de lo relatado, tendiendo a equivocarse «levemente» en sus recomendaciones que ya estaba al final del texto que no terminó de leer, para responder.
La semiótica de Ferdinand de Saussure empieza a fallar en los lectores de hoy, una foto de una persona que empieza describiendo lo que esa persona significa para otra lleva a los «dolientes» de las redes a lamentar su pérdida. Por más que el autor del Instagram u otras personas de la red le aclaren que se trata de un cumpleaños, el pésame se queda ahí, porque los opinadores marcan terreno y se van… Pero no se van «calladitos», que como dicen por ahí se verían más bonitos, sino que salen presurosos a decir a sus más cercanos que a fulano se le «murió» una hermana.
Luchar con la desinformación es un desafío constante, muchas veces por las extrañas formas de leer e interpretar que tienen los «redesocialistas» y la más poderosa lo que se ha venido a denominar universalmente en inglés fake news en español noticias falsas, sin embargo es la denominación en inglés lo que le da el sentido, de que se trata de una noticia que ha «ocurrido en los medios de comunicación, pero que esto no ha ocurrido en la realidad».
Las noticias falsas, dirigidas por una industria que gana con cada click han puesto el periodismo y la verdad en jaque. Debe existir gente que ha muerto del susto de que le digan que alguien muy querido murió sin llegar a enterarse de que como Liborio no había «muerto na».
En fin, que la frase atribuida a muchos y sin certificado de nadie, tal vez se fue modificando con el uso, de que «la mentira le da la vuelta al mundo antes de que la verdad se amarre los zapatos», es nuestra mayor verdad de hoy.