
Francisca Lachapelle y el pelo en cuestión
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Un estudio relacionado con los estándares de belleza que nos caracterizan señala que somos probablemente el país que más salones de belleza tiene por metros cuadrados. Y, no solo aquí, sino que donde quiera que vamos reproducimos esa abundancia. En cada pueblo y sector nos encontramos hasta con dos y tres en una misma cuadra. Las dominicanas abrimos salones como emprendimiento con el fin de buscarnos la vida, pero a la vez con el fin de procurar la belleza de nuestras mujeres. El fin de muchos es estirar los moños, con productos, calor y tesón, hasta hacer desaparecer de ellos «la mala casta».
Ese estudio antropológico titulado Pelo bueno, pelo malo fue realizado por un norteamericano y una dominicana, Gerald Murray y Marina Ortiz, respectivamente. Ya teníamos como referencia a Juan Antonio Alix con su décima de pie forzado más El negro detrás de la oreja, que luego se convirtió en el título de una investigación similar de Ginetta Candelario, sobre los salones dominicanos en EE.UU. El libro Ser mujer negra en España de la activista Desiree Bela-Lobedde confirma en sus visitas sabatinas a un salón dominicano en Barcelona sobre la importancia que le damos al estiramiento del pelo.
No es un gran descubrimiento, pero si un hallazgo importante que permite que la opinión esté documentada sobre base científica. Murray Ortiz confirman que los dominicanos hace décadas trasladamos el tema de la racialidad por el color de la piel al pelo, porque se puede ser negro pero menos cuestionable dependiendo de la textura y forma de tu pelo. Así, aunque gracias a Dios atravesamos nuevos tiempos y nuevas creencias en torno a la cuestión, ya usar afro y dejarse el pelo natural con sus rizos, no rizos y todas sus consecuencias, no solo es una cuestión de moda, sino y sobre todo, de una conciencia y asunción de identidad porque cada quien tiene derecho a ser quién es y a llevar su pelo como quiera.
Sin embargo, siguen abiertos muchos modelos para el cuestionamiento de estas afirmaciones en algunas empresas, tanto públicas como privadas, en algunos centros educativos, igualmente del sector oficial como del variopinto que conforma la educación privada en el país.
Aunque el pelo es un gran y constante motivo de reflexión para nosotros, desde la propia experiencia personal hasta la observación y estudio en términos académicos, hablar de este tema se puso de moda por el corte de pelo público y confeso de Francisca.
Valoramos el acto de valentía de Francisca y a la vez entendemos su necesidad de expresar su pasada angustia por tener que representar un determinado arquetipo social y la necesidad de sanarse que la llevó a exponerse al escrutinio público, para que la sanación sea completa, hay que hacer como en la iglesia, compartir el testimonio. Si no, se queda como algo normal. Se cortó el pelo y se lo está dejar rizo. Ese no es el problema, y no lo fue, simplemente porque ella asumió una crítica social que no mucha gente quiere aceptar, por lo que la displicencia dominicana con Francisca hasta con la cadena en la que trabaja abarrotó las redes sociales.

Para no seguir elucubrando, vamos a compartir primero el mensaje de Francisca Lachapelle:
«Quiero compartir con ustedes algo personal, que me sale de mi corazón, yo quiero hacer las paces con mi niña interior. Uno de mis más grandes miedos y complejos ha sido mi cabello, crecí sintiéndome fea, sentí que debía acercarme al estereotipo de belleza me podían permitir sentirme por un ratico bonita… A los 11 años le pedí a mi mamá que me regalara un alisado de cabello porque no quería tener ‘pelo malo’».
Si Francisca se hubiera cortado el pelo sin estás argumentaciones, el tema hubiera si me gusta o no, o si le queda bien o le queda mal, sin embargo la alusión a los estereotipos de belleza y al bullying colectivo vertió sobre la crítica y hasta la burla colectiva.
Es que cuando los males están tan arraigados la sociedad los normaliza y se ofende con el agredido por exagerar una reacción ante una burla que expresa lo que piensa todo el mundo.
Primero el caso de Francisca, que todavía siente la necesidad de justificarse y luego el de la hija de Elaine Feliz a quien le impidieron entrar a una discoteca bajo el alegato de que tenía que usar tacos para estar más formal. Ninguna de sus compañeras tenía tacos y entraron todas. La única diferencia era su pelo rizo. Nueva vez, la horda le entra a Elaine y a su hija con nuevos ataques y burlas desconsideradas.
El asunto se ve mal desde aquí y desde cualquier punto de vista y lugar. Es un tema recurrente en los Estados Unidos y en los países de América víctimas del colonialismo eurocéntrico.
Las niñas y niños afroamericanos sufren lo mismo que los jóvenes con el rechazo institucionalizado y discriminatorio que reciben en la escuela los primeros y para ser empleados los segundos.
Se puede considerar como un hito el hecho de que California se convirtió en 2019 en el primer estado de Estados Unidos en aprobar una ley que prohíbe y castiga la discriminación por el aspecto del pelo. Es tanta la atención que ponemos al aspecto del pelo del otro que llegamos a incomodar.
Hacemos y decimos cosas sin estar conscientes de que estamos reaccionando a partir de un determinado sentido ideológico, que asumimos inconscientes un discurso colectivo sin ninguna disquisición racional. Muchas veces porque no tenemos las herramientas y la mayoría de las veces porque sentimos que estamos asidos al lado correcto de la cuerda.