La (buena) política de la moral
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Antes que las redes sociales existía el Congreso Nacional. Un escenario en constante ebullición que sirve de muestra para entendernos como sociedad. Nuestros representantes legislativos, no todos para ser justos, gozan de inmunidad verbal para decir y maldecir sin ruborizarse. Tiempo hace que no se escucha un disparo o se produce un apagón en medio de los caldeados debates entre los honorables. Etapa superada, crédito a la madurez de los favorecidos con el voto popular en las últimas elecciones. No siempre tenemos oportunidad de seguir minuto a minuto las sesiones en el congreso, pero sí nos enteramos de las ráfagas a quemarropa que se producen entre unos y otros en las indispensables redes sociales.
Palabras que hieren el orgullo patrio, excepciones que suelen confirmar la regla. Concluye con razón David Trueba, en su artículo «Salvar a los políticos» publicado en El País, que «el desprestigio de los políticos nace en el propio trato que se dan entre ellos». La educación no solo debe empezar en la casa, sino que debe continuar en los escenarios públicos, en las instituciones, más en público que en privado debemos enarbolar la bandera del buen comportamiento.
Son sus actores, parafraseando a Trueba, quienes expanden el desprestigio de la profesión. La política hace posible que las cosas se hagan una realidad, en cualquiera de sus alcances, porque está presente en todo lo relativo a lo que impulsa el desarrollo de una nación. Entonces, son los políticos los que deben preocuparse por honrar la profesión, mostrar una conducta que sirva de ejemplo para la sociedad. Si fallan en su ejercicio, le fallan al país. Que dos legisladores protagonicen un mortífero duelo moral en el incendiario escenario de las redes es más que decepcionante.
El debate debe esgrimirse sobre la base del respeto mutuo. El político moldea el sistema burocrático, alimenta el morbo ciudadano en estos tiempos en que mientras más vulgar, mejor. Imperan los tiempos de la mediocridad, pero esta siempre se atribuye al pueblo humilde, innecesario que quienes «gobiernan» en cualquiera de los tres poderes del sistema democrático aporten una buena cuota para convencernos, de una vez por todas, que todo está perdido. La crisis no es solo económica, asistir al pobrísimo enfrentamiento en Twitter entre dos legisladores que desenfundaron el sable del irrespeto es suficiente para ir pensando en la construcción de una nueva república. «No son todos iguales», siguiendo con Trueba, «porque tampoco nosotros somos todos iguales», pero cargan más pesado quienes llevan a cuesta la responsabilidad de servir de ejemplo a la sociedad.