«Índice de popularidad del gobernante y elecciones»
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Desde finales de 1930 la encuestadora Gallup presenta periódicamente si el ciudadano consultado aprueba o no la gestión de su presidente.
A ese porcentaje de aprobación del trabajo del gobernante se le llama índice de aprobación o de popularidad, y prácticamente todos los países democráticos tienen igual indicador o parecido. Esa cifra suele ser certera y tiene seguimiento minucioso en los despachos presidenciales.
Para un gobernante sensible a la opinión pública el índice de aprobación es el indicador más sencillo pero relevante del favor de la ciudadanía.
Los momentos picos
Las líneas ascendentes repentinas develan cierre de filas de la población, posiblemente manifestando el patriotismo producto de algún conflicto con los enemigos de la nación. Las caídas súbitas pueden resultar de la sombra de algún escándalo o de un fracaso político decisivo y las evoluciones menos marcadas, que son mucho más habituales, marcan largas y sostenidas corrientes de simpatía o antipatía por el presidente.
Dejando de lado los escándalos y los cierres de filas, lo normal es que el índice de aprobación presidencial no cambie tanto, semana a semana, sino que su tendencia sea creciente y vaya escaseando a lo largo del tiempo.
Aun así, es bueno traer a colación que hay unos pocos héroes carismáticos cuyo desempeño dibuja una línea más o menos recta y constante en los índices de aprobación más altos. No obstante, tengamos claro que una alta venia no garantiza necesariamente una victoria en las urnas, como tampoco una valoración baja envuelve una derrota.
Lo cierto es que este es el sueño de cualquier gobernante: un apoyo popular siempre alto o progresivo, sin descensos espinosos que apunten la desaprobación mayoritaria.
Quien gobierna con tan alto nivel de aprobación suele tener un enemigo que la sociedad también percibe como tal. Éste puede ser concreto: los comunistas, los organismos internacionales, los guerrilleros, los terroristas, las bandas criminales, etc. o puede ser un enemigo inmaterial, como la pobreza.
Sin mencionar un caso particular, piensen en la narrativa de los líderes que ascienden a la cúspide o que están siempre en ella… casi siempre se victimizan, y entonces unifican al pueblo frente a una «poderosa» amenaza. Eso lo abordamos en un artículo reciente.
Aun así, la mayoría de los mandatarios no salen de la casa presidencial con índices ventajosos. Con asiduidad la curva simplemente es una rampa de caída por el desencanto acumulado.
Eso sí, hay incontables excepciones, pero lo cierto es que la reputación de los gobernantes tiende a deteriorarse. El poder desgasta.
Influencia de la economía
Las condiciones económicas marcan los resultados en las democracias mundiales. Los tiempos buenos mantienen a los partidos en el gobierno; los malos los sacan.
El votante económico cree que el gobierno es responsable de la situación financiera, recompensándole o castigándole en las urnas, es decir, si la economía va bien, es más probable que el gobierno lo retenga quien lo tiene. Si va mal, es más posible que quien gobierna se encuentre con dificultades para mantener el favor popular.
Sin embargo, no siempre es la economía lo que influye, ni esta afecta de forma igual siempre. A su favor tienen estos presidentes que no siempre se les atribuye directamente la responsabilidad de lo que pasa con la economía, sino a otros muchos factores posibles como la situación internacional, la herencia recibida, el comportamiento de la oposición, entre otros aspectos.