Haití jamás nos será ajeno
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La angustiante situación que atraviesa nuestro vecino haitiano no puede ser ignorada ni minimizada por ningún dominicano sensato. La calamidad, el caos y la extrema pobreza que afligen a su pueblo, así como la inestabilidad política que prevalece en su territorio, no solo nos toca, nos afecta profundamente.
No podemos limitar nuestra preocupación a la cuestión de la inmigración irregular y descontrolada. Lo que realmente nos debe mantener en alerta máxima es la escalada de violencia que avanza sin dirección, desgarrando a su paso todo lo que encuentra. Es como enfrentarse a un monstruo de mil cabezas pero sin cerebro, sin un rumbo claro, que destruye todo a su paso.
Dada la geografía compartida entre nuestros dos países, la situación en Haití nos afecta de manera inmediata. Es como estar en una casa cuando la del vecino está en llamas; sentir el calor del fuego y temer que, en el mejor de los casos, algo de nuestro hogar resulte dañado. La crisis haitiana es una realidad que nos impacta y aún no podemos calcular el alcance total de sus consecuencias conforme el conflicto se agrava.
A pesar de los esfuerzos del Gobierno dominicano por mantenerse al margen de la vorágine haitiana, no podemos escapar de la atención del mundo ni de nuestra responsabilidad como nación vecina. La crisis en Haití nos coloca en una cuerda floja y frágil que debemos caminar con sumo cuidado.
Recientemente, la gestión en torno a la dimisión del Primer Ministro Ariel Henry evidenció lo delicado de nuestra posición. Se planteó la posibilidad de concederle asilo político, lo que habría implicado un compromiso más profundo en los asuntos internos de Haití. Aunque históricamente hemos acogido a presidentes depuestos y perseguidos políticos, el Gobierno dominicano consideró inapropiado permitir la permanencia indefinida de Henry en nuestro territorio.
Es fundamental entender que la estabilidad de Haití es crucial para la región en su conjunto. La crisis de nuestro vecino no puede ser pasada por alto. Cada hora que transcurre nos recuerda la urgencia de hallar soluciones concretas y sostenibles que minimicen el sufrimiento humano y promuevan la pacificación de ese empobrecido país.
La tarea es ardua y compleja, pero es imperativa. No podemos permitir que la escalada de violencia desemboque en una guerra civil que traiga más sufrimiento a Haití y, por extensión, ponga en riesgo la estabilidad de toda la isla. Ignorar esta realidad es poner en peligro nuestro propio futuro y el de nuestros hermanos haitianos. Es hora de actuar con decisión y solidaridad, antes de que sea demasiado tarde.