
Evocando a Tulio M. Cestero
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El arte de la política obliga ejecutar estrategias que posibiliten alcanzar el poder o, lograr el mejor desempeño en una contienda electoral. Es la aspiración de cualquier liderazgo, conocedor de sus posibilidades, que sabe valorar el capital individual a través del cual puede aglutinar a las masas.
Tulio Manuel Cestero, en su clásico La sangre: una vida bajo la tiranía, describe una escena en la que aparece el dictador Ulises Hereaux, mostrándose ante la gente «suave, meloso, achicándose, meliflua la voz, tolera desórdenes, al alcance de todos los brazos», interesado en que sea percibido como una persona dócil, amigable y consecuente.
Pero esa imagen del Lilís ante el público es totalmente diferente cuando «se mete al fin en el Palacio, y una vez en él, granjea cómplices venciendo, comprando y matando; pero no veja ni se abandona a sus pasiones realizando venganzas inútiles. Él sabe olvidar agravios, aprovechar al enemigo de ayer y penar al traidor; premia con largueza a los servidores…».
El buen conocedor de las artes políticas está consciente que el enemigo de ayer es el aliado de hoy. Quienes no pueden entender esto actúan dominados por las pasiones que desatan los procesos en los círculos del poder. Despojarse de los prejuicios, del odio y el rencor provocado por episodios del pasado cuando las circunstancias fueron desfavorables, es actuar con inteligencia si lo que se busca es lograr resultados positivos, en este caso, en unas elecciones.
Cestero (1877-1955) sabe graficar la personalidad del tirano, que en algunos aspectos coincide con el juego de la carpintería que permite forjar un proyecto político con vocación de poder. En otro momento de la novela, el autor dice que «en las noches, en traje civil o disfrazado, Lilís anda por la ciudad, que vive siempre bajo su mirada zahorí, y en las de fiesta nacional se confunde con la multitud apiñada en el Parque Colón».
Para el célebre escritor, en los rasgos que definen su personaje en la novela, Hereaux «es el supremo árbitro, dadivoso y temido. Corrompe, humilla, impera». Desde aquel entonces, 1914 cuando se publicó la novela que es un clásico de la narrativa dominicana, prevalecen estas características en algunos políticos de profesión y en otros que emergen de otros ámbitos ajenos al oficio.
En un diálogo contundente todavía vigente en estos días entre papá Quin y Antonio, dice uno de ellos con gran lamento: «…lo que yo decía hace años, cuando era un iluso. Créeme, el pueblo en este país baila al son que le toquen, y si le apalean, pe bu, silencio; y así será mientras no lo eduquemos cívicamente, tarea que requiere tiempo y paz».
Con pesar y resignación, Antonio está convencido que después de aniquilado Lilís, «el país necesita administración, mucha administración honrada, y nacionalismo; sí nacionalismo».