El arte de la política
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Con el tiempo, a medida que el ciudadano es más exigente, los partidos se vieron obligados a apelar a un recurso humano que en los años 90 y en los períodos electorales que antecedieron a la década, se resistía a participar militantemente en las formaciones tradicionales. Pocos eran –poquísimos podríamos asegurar– las figuras de alto perfil profesional y moral que se atrevían a dar el paso para sumarse a las estructuras oficiales de estas organizaciones. Uno de los primeros fue el célebre merenguero Johnny Ventura, un artista cercano durante casi medio siglo a José Francisco Peña Gómez.
El Caballo, como se le bautizó al admirado intérprete de Mamá Tingó, nunca renegó de su simpatía por el PRD y por Peña Gómez, hasta que un día decidió asumir la candidatura a diputado en el Distrito Nacional. Corría el 1982 y desde entonces, a Johnny y a Peña Gómez se le reconocía una amistad inquebrantable, que trascendió los ámbitos de la política. Para la época, los partidos todavía no lograban atraer grandes capitales de esos sectores, es decir, capital humano que les fortaleciera como entes de prestigio al que se sumaban celebridades del arte y la cultura, por ejemplo.
Pero eso fue cambiando. Tras la muerte de Peña Gómez en el 1998, de Juan Bosch en el 2001 y de Joaquín Balaguer un año después, se cerró un ciclo, una era que estuvo dominada en gran parte por estos tres líderes, cabezas del PRD, el Partido Reformista y el Partido de la Liberación Dominicana. Con la llegada al poder de este último, en el 1996, con Leonel Fernández como presidente de la República, podría considerarse el inicio de un período en el que las figuras del arte y el espectáculo, de la comunicación y el periodismo dejaban –parcial o totalmente– sus profesionales naturales, para incursionar en el mundo de la política.
Tras la militancia partidaria de Johnny Ventura, vendrían otros tantos. Tantísimos como se cuentan en estos tiempos. Entre ellos, se sumaron: Yaqui Núñez del Risco, Fernandito Villalona, Sergio Vargas, Héctor Acosta, Manuel Jiménez, Juliana O’Neal, Hony Estrella, Roberto Salcedo –padre e hijo, quien después formalizó su fichaje en el Partido Revolucionario Moderno–. Hoy más que nunca, los partidos buscan, además de los aportes que estas personalidades puedan ofrecerle desde el campo de sus especialidades, lograr el visto bueno de la ciudadanía, del electorado, de un país que anhela contar con organizaciones eficientes, democráticas y ¡hasta más progresistas! si se quiere.
En definitiva, estos son los tiempos del arte de la política, en el que se conjuga entre las partes el padrinazgo a conveniencia. No siempre suele funcionar, como todo en la vida, pero cuando el compromiso se asume con formalidad, ganamos todos.