Desorden
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La anarquía y el desorden ejecutado por un puñado de personas en la zona colonial que todos vimos a través de las redes sociales y de lo que aún se habla es una simple muestra de la anomia que vive el país. No era la primera vez. El asunto distinto radica en sus protagonistas, el germen de la convocatoria y las formas. Desde los años 90 e incluso antes, los desórdenes vividos en la zona colonial se cuentan y existen interesantes anécdotas al respecto, lo que sucede es que antes no había celulares inteligentes y la forma del «desorden» era un tanto distinta. Nadie convocaba con un fardo de dinero en las manos jugando al escondite, porque no había redes sociales. En aquel momento, solo llegábamos al punto de encuentro y se desataba, a veces, la furia, pero era una fiesta controlada por nosotros mismos. La base era distinta.
Ahora bien, ese desorden, esa locura que viven muchos ciudadanos cada fin de semana en barrios populares que también observamos a través de las redes debe quedarse en sus calles, ser controlada y no llevada a zonas de carácter histórico y turístico porque perjudica mucho a todo aquel que desea caminar o simplemente pasar un buen rato en la zona colonial. No, no es clasismo, es cuidado.
A raíz del comentado suceso, las críticas, comentarios y opiniones no se hicieron esperar. Los «opinólogos» del patio justificaron semejante salvajada y conducta inapropiada de estos muchachos que lamentablemente no tienen otro ejemplo que no sea el desorden. Justificaron que si son hijos «del abandono político-social, que si no tienen esto y lo otro», etc, etc… que todo es un clasismo de quienes no apoyamos ese desorden y criticamos las formas y el fondo de tan absurda convocatoria, de que los demás debemos entender y ponernos en su posición pero ¿cuál posición? La posición de llegar a la zona colonial, bailar y hablar atropellando el idioma, colgarnos de balcones y tener convulsiones o espasmos físicos al ritmo de un tra tra tra ensordecedor, feo y aberrante. No, no me interesa. A muchos no nos interesa.
Quizás algunas de las justificaciones emitidas por esos «eruditos» de plataformas o medios pueda tener cierta razón, pero hay mucha gente de barrios que ha sabido sacudirse, educar su cerebro en todo el sentido y decidir el camino del estudio y el trabajo. O sencillamente, lograron escapar de ese «destino» u entorno. Y los que no, por desgracia sucumben a lo fácil, a esa chabacanería callejera y a consumir esos espasmos a ritmo de tra tra tra. Y aquí viene la pregunta: ¿dónde están la familia, los padres de esos jóvenes? ¿Qué ha hecho el Estado por ellos, o se han dejado ayudar? Muchachos que viven y fomentan ese desorden cada fin de semana, que son el caldo de cultivo y target de desaprensivos, de líderes de vida muy cuestionada que se creen los dueños de la calle. Lo que se vive en los barrios se vive y se ejecuta ya en medios de comunicación.
Sí, la educación es la base para todo en la vida y no solo la educación académica sino la del hogar, la que forma la base de cada persona, esos cimientos vitales para el devenir de la vida y esa es la que les falta precisamente a esos jóvenes con espasmos, sumado a todo lo demás. Lo sucedido en la zona colonial ocurre siempre en barrios y entornos populares. Es el reflejo que se vive en cierto «nuevos medios» de comunicación que apadrinan estos desórdenes, fomentan el caos a través del exhibicionismo de billetes, de expresiones pseudo artísticas y espacio donde cualquier «Juan de los palotes» es referente, aun sin saber hablar correctamente ni escribir, de una juventud a la que solo le preocupa tener y ser.
Lamentable.