Democracia, «de la boca pa’ fuera»
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Recientemente escribí sobre lo débil que es la democracia, tanto a nivel general como partidaria, basándome en el estudio Latinobarómetro que muestra que el 36% de la ciudadanía tiene poca satisfacción con esta. Expresé que aún con sus defectos se debe cuidar y proteger. En otro trabajo hablé de las limitaciones impuestas por la alta dirigencia partidaria a sus militantes para escoger las candidaturas que los representarán en las elecciones, usando el método de encuestas, asamblea de delegados y aclamaciones, sustituyendo –en gran medida– las primarias, mecanismo mucho más democrático.
Al observar el comportamiento de políticos y ciudadanos, a medida que los partidos desarrollan sus procesos internos para escoger candidaturas, dejan ver el concepto errado que tienen por democracia. Conflictos, transfuguismo, renuncias al partido, denuncias e instancias ante el Tribunal Superior Electoral, es el panorama cuando concluye el escrutinio y se proclaman los ganadores. «Democracia es lo que me conviene», parece que es el sentido que dan los políticos y una gran parte de la población.
Y es que las exigencias democráticas dependen de quién esté en el gobierno y siempre viendo si me conviene o no, cosa que ya lo había advertido el pensador alemán Carl Schmitt hace más de medio siglo como una forma de entender la política y para justificar la lucha para alcanzar el poder e impedir que el contrario logre la victoria. En definitiva, una lucha de entre el «bueno contra el malo».
Y es que la cultura política de nuestro país, como en todo América Latina, necesita fortalecer sus valores democráticos. De ahí que la oposición complica o más bien interpreta las decisiones del poder de turno como flojeras o altaneras o por ejemplo, cuando decide el diálogo ante que la guerra lo ven como una debilidad, si acata lo que establecen las leyes, lo interpreta como inexperiencia y el estoicismo como intolerable.
Esto lastimosamente, ocurre porque poseemos una cultura política que se deja seducir ante el discurso demagogo del liderazgo político y claro, sumado a esto, siempre buscando un salvador que venga a proteger al pueblo del malo; siempre haciendo creer que la democracia –únicamente- es posible si yo dirijo, porque nunca será posible si dirige el otro… todo lo mío es bueno y lo del otro es malo.
Ante la hipocresía que envuelve el mundo político, es bueno reflexionar lo que dice Mateo 7: «¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no miras la viga que está en tu propio ojo?». Es que reprochar, examinar, hablar de las debilidades y carencias de los demás es muy fácil, entonces me pregunto si alguna vez nos hemos cuestionado sobre ¿lo que opinan los políticos y lo qué hacemos como ciudadano para cambiar esta cultura política? ¿qué tanto importa, realmente, la democracia?
Para analizar la idea de quién es el bueno o el enemigo, es válido el aporte que hace Carl Schmitt en su obra El concepto de lo político, al descubrir cuál es el adversario político, opositor intrínseco y ese contrincante que llevamos en nuestro interior; expresa claro el «criterio que… define lo son los políticos en sí mismo, sin necesidad de hacer referencia a algo diferente que el mismo concepto implica y, sobre todo, sin recurrir… a lo que no lo define en sí mismo».
Ahora bien, hasta qué tanto los actores políticos que luchan por llegar al poder, cuando lo logren trabajan por el bien y para fortalecer la democracia, puede inferir que quizás a estos ni le importa y la entiende o usan cuando le conviene, o a la mejor es únicamente una fantasía. Me pregunto: ¿es que es sólo es democracia, siempre y cuando nos venga bien? ¿O será que los seres humanos son la peor amenaza para la propia democracia?
Entiendo, que para sustituir esta práctica es imperante cambiar la cultura política del país. Aunque vuelvo y me pregunto ¿le importará a alguien realmente la democracia? Finalmente, democracia, de la boca pa’ fuera, creo que siempre es oportuno analizar y criticar, no sólo a los actores políticos, sino también cuestionarse y observar el papel jugado por la ciudadanía para entender el concepto de democracia y defender su propia democracia.