
Debate
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Cada proceso electoral en cualquier lugar del mundo amerita escuchar, ver y analizar a los candidatos para posiciones presidenciales. Hay países en el que los candidatos deben someterse a debates políticos, en otros rehúyen o no se les da la importancia que en realidad tienen de cara al electorado.
El más reciente debate que pudimos observar fue el del actual ministro de economía Sergio Massa y el díscolo candidato Javier Milei, en Argentina. Según algunos medios de comunicación internacionales como El País y el mismísimo Clarín, del país sudamericano, dieron como vencedor aventajado al experimentado ministro frente a las rabietas infantiles y poca formación gubernamental de Javier Milei. Ganó la experiencia de un ministro muy cuestionado con relación a la decadencia económica de Argentina frente al discurso aireado de la «casta» del «libertario» Milei. Aparte de estos puntos políticos, el debate en si es una fiesta que toda democracia debe celebrar, pero no sucede. Obviamente, en las dictaduras antes y ahora, no hay debates ni elecciones que valgan.
Pero, ¿para qué sirven los debates electorales? Según un análisis del CIPPEC (Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y Crecimiento), los debates presidenciales constituyen un marco democrático para proveer información a los electores y mostrar las diferencias políticas entre los candidatos. En muchos países se convirtieron en un rito de la democracia. Son 73 los países que tuvieron debates entre candidatos a presidente o primer ministro y 94 si sumamos los países que realizaron debates para otros cargos electivos, como cargos locales o legislativos (Debate International, 2019).
En América Latina, los primeros debates presidenciales se dieron en Venezuela y Brasil en la década del 60 y luego esta práctica se extendió a otros países de la región. Hoy cuatro países tienen una ley que obliga a organizar un debate presidencial (Colombia, Costa Rica, Brasil y Argentina). Aunque en Argentina la ley es reciente y el primer debate presidencial se dio en 2015, existieron otros debates importantes previos que cimentaron el camino, como fue el que protagonizaron Dante Caputo y Vicente Saadi por el conflicto bélico con Chile en 1984 o los debates de candidatos a la Jefatura de Gobierno de Buenos Aires.

Durante el debate, los candidatos muestran características generales de su personalidad y su estilo de liderazgo, no solo en sus intervenciones, sino también en las interacciones que mantienen con sus pares y sostienen posicionamientos en materia de políticas públicas particulares. Este balance de carácter y posicionamientos dependen de cómo el debate esté regulado y producido.
Actualmente debo agregar un factor que antes no existía: las redes sociales. Hoy, en los debates electorales las redes inciden y se convierten en eventos mediáticos híbridos, donde millones de personas siguen «a doble pantalla», viéndolos simultáneamente en sus televisiones (o en línea) y comentándolos en sus redes sociales. Tres características diferencian a estos eventos híbridos: entre la audiencia los actores no políticos (como personas de la sociedad civil o líderes de opinión) juegan un rol cada vez más importante en la transmisión de mensajes en las redes sociales. Dos: el humor es una herramienta a la que se apela cada vez más para expresar ideas políticas, logrando gran nivel de penetración en las redes (la «memificación» de los debates).
En nuestro país adolecemos de la obligatoriedad de una ley de debates políticos. A la caterva de políticos de las distintas fuerzas políticas del país nunca les ha interesado presentar y promulgar una «ley de debates». No interesa porque servirá para que todos observemos la pésima defensa y preparación de los posibles candidatos, salvo alguna que otra excepción.
Nos abocamos a otro proceso electoral el año próximo y sería interesante poder ser testigos de un gran debate electoral entre los candidatos. Algunos de pasado que ya fueron gobierno y otro que preside el país actualmente.