¿Cuál es el camino que estamos tomando?
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Para las elecciones municipales que celebramos el pasado 18 de febrero, el presidente Luis Abinader lanzó en un mitin de campaña, en su condición de líder y candidato presidencial del Partido Revolucionario Moderno (PRM), la consigna «Un solo Gobierno», palabras que me generaron extrañeza e hizo retumbar en mi memoria el nombre de Joaquin Balaguer y la pulsión autoritaria que gravita en las venas de la clase política tradicional de nuestro país, pulsión que ha terminado comiéndose la institucionalidad, así como Saturno devoró a sus propios hijos.
Para las elecciones de febrero se consumó el hecho, el Partido Revolucionario Moderno (PRM) tiene en sus manos el control de 128 de las 158 alcaldías y unas 150 de las 235 direcciones municipales de todo el país. Una fuerza abrumadora que repite el ciclo que ha acontecido con las organizaciones políticas en el gobierno en los últimos 50 años de democracia de pantalones cortos que tenemos.
Quienes creemos en la democracia y en sus valores fundamentales, como en la urgencia de los contrapesos en la institucionalidad en desarrollo que poseemos en la República Dominicana, tenemos el deber de emplearnos a fondo en una tarea en las elecciones del 19 de mayo donde vamos a elegir a los hombres y mujeres que van a integrar el Congreso Nacional, no podemos ni debemos permitir que la profecía de Abinader vuelva a repetirse, sencillamente porque cuando un partido ha controlado todo, el camino que recorremos como república nos ha llevado al inevitable fracaso.
Veamos lo que pasa en América Latina con la erosión de las calidades democráticas y de la legitimidad del Estado bajo el mando único y autoritario de fuerzas conservadoras que tienen como único sustento el viento que marcan las encuestas y los sondeos de opinión pública, sin calibrar el bienestar de las personas y la construcción de futuro.
En lo que tiene que ver con el tiempo presente y la geografía que nos compete en esta hermosa media isla en la que tuvimos el privilegio nacer, solo basta mencionar dos hechos de alta sensibilidad respecto al por qué son necesarias las fuerzas de contrapeso en el Congreso Nacional. La primera fue el intento aprobación, el 10 de enero del 2023, en el Pleno de la Cámara de Diputados de la adenda propuesta por parte del gobierno al Fideicomiso de Pedernales, en la que entonces la mayoría oficialista trató de aprobarla sin dudas ni cuestionamientos, porque era “una línea del Palacio Nacional”.
Pero gracias a la voz de alerta de los grupos organizados por la defensa del medio ambiente y la voz del diputado José Horacio Rodríguez, descubrimos que el documento incluía más de 6 millones de metros cuadrados de áreas protegidas, hecho que logró que en menos de 24 horas el Poder Ejecutivo tuviera que remitir una modificación al proyecto. Solo imagínese lo que es perder 6 millones de áreas protegidas en medio de una crisis climática como la que vivimos hoy a nivel global.
El segundo hecho que vale mencionar, es la aprobación del proyecto de Ley que modifica las atribuciones y acciones que le corresponde a la Dirección Nacional de Inteligencia (DNI), que supone en muchos de sus artículos una amenaza para la libertad y la privacidad de las personas, dos condiciones que constituyen columnas esenciales de cualquier sistema democrático.
Reconozco que tengo miedo, que no creo que sea lo más sano para nuestro país, para el propio partido de gobierno, para la salud de nuestra democracia, que vuelva a suceder lo mismo de febrero en mayo, que dejemos que el Congreso Nacional se convierta en una caja de resonancia del Poder Ejecutivo para seguir una tradición que hace que Luis Abinader destile un olor a Balaguer inconfundible, porque entre la consigna «yo necesito mi Congreso» de los gobiernos anteriores y «un solo gobierno», no hay mayores diferencias que el tono en que ambas frases fueron pronunciadas.