Antonio Ocaña: «Oviedo era un hombre luz»
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Ramón Oviedo, a pesar de ser reconocido como un ilustre maestro de la plástica dominicana, apenas empieza a emerger en su justa dimensión y trascendencia.
Sin dudas, la obra de Oviedo tiene la contundencia de un maestro universal, pues el artista dominicano logró crear un discurso y un lenguaje propio, lleno de códigos que permiten un diálogo que trasciende el ámbito de la isla donde nació y desarrolló su trabajo, para colocarse en un sitial que se afianza en la medida que avanza el tiempo y su legado es conocido por expertos, coleccionistas y el público en general.
Como pasa con la mayoría de los artistas que ha trascendido, Oviedo contó en el último tramo de su vida con una figura fundamental que catapultó el valor de su obra, su figura y su legado.
Antonio Ocaña, un reputado banquero que abandona su área profesional e ingresa al mundo de la gestión cultural a mediados de los años 90, durante una década adquiere la producción pictórica de Oviedo de manera exclusiva y la presenta en galerías, centros culturales y museos de varias ciudades del mundo, proyectando su extraordinaria narrativa pictórica.
En el marco de los 100 años del nacimiento del ilustre maestro dominicano, se ha abierto una serie de retrospectivas de Oviedo alojadas el Museo de Arte Moderno, Museo Bellapart, Centro Cultura Perelló y Centro Cultural de España. En este último espacio se exhibe «Yo, Ramón Oviedo», una exquisita colección de obras pertenecientes a la colección privada de Ocaña y el arquitecto Kelvin Naar, y con una impecable curaduría a cargo de Michelle Cruz.
Allí, en presencia de las magníficas piezas expuestas, País Político ha conversado con Ocaña sobre su visión cercana del artista y el camino recorrido junto a Oviedo.
¿Cuál fue tu primer contacto con Ramón Oviedo y con su obra y cómo evolucionó tu relación personal e íntima con el maestro a través de todo el tiempo que les tocó a ustedes compartir?
Mira, el maestro Oviedo era un gran admirador de la obra de mi padre, el arquitecto Antonio Ocaña Rodríguez. Aún sin conocerle, Oviedo iba a ver a mi padre cuando construía el Edificio Ocaña, aquí en la calle Arzobispo Meriño. A mi padre le decían «El Gaucho», porque él era cantante de tango —no profesional— y Oviedo era un gardelista de primera línea. Ahí ellos se conocieron y se hicieron grandes amigos, para toda la vida.
Yo siempre iba a las exposiciones del maestro Oviedo. Cuando abandoné la banca, en los 90, don Juan Bosch, que era amigo íntimo de nosotros, de la familia, estando un día en mi casa, me propuso que yo representara al gran pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín, que era amigo suyo. Incluso, Guayasamín hizo un retrato de Bosch, igual que hizo retratos de grandes personalidades, como Fidel Castro, el rey Juan Carlos, entre otros.
¡Te hizo uno a tí!
Sí. El último retrato que hizo Guayasamín fue el mío. Guayasamín y yo desarrollamos una gran amistad. Pero cuando yo comienzo a representar a Guayasamín, yo dije que tenía que trabajar con el artista más importante de República Dominicana.
Oviedo y yo éramos amigos. Recuerdo que a veces coincidíamos en algún bar, y yo escribía unos poemitas. No soy poeta, pero escribía pensamientos poéticos, digamos. Entonces él dibujaba ahí, sobre papelitos o una servilleta. Todo eso se perdió, desgraciadamente.
Entre 1995 y 1996 llegué a un acuerdo con el maestro Oviedo para adquirir toda su producción, con el compromiso de mi parte de promover su obra, no solamente a nivel nacional, sino a nivel internacional.
De ahí salen las exposiciones que yo organicé en Ecuador, Venezuela, Estados Unidos, Europa, el Caribe, y por supuesto en nuestra República Dominicana.
La obra que yo adquirí del maestro Oviedo, en su totalidad, le han llamado la Suite Ocaña.
La razón de llamarle la Suite Ocaña es doble. Por una parte, porque Ocaña le compra toda la producción, pero para mí lo más importante no es eso. Es que es la obra en la que Oviedo se desprende de todas las influencias y crea lo que muchos críticos, y yo también, entendemos es su mejor obra, porque es la obra más auténtica.
En los otros años en él había influencias de Velázquez, de Picasso, de los muralistas mexicanos, de Bacon, en fin, de una serie de artistas, como es lógico, porque no hay hijos sin padres. Picasso tuvo mucha influencia de Matisse, de las máscaras africanas, de todo el mundo. Hasta que descompone todo y crea, digamos que el gran Picasso, aunque eso no quiere decir que la obra anterior, su época azul por ejemplo, es una época extraordinaria, porque Picasso era extraordinario, como lo era Ramón Oviedo, porque esas obras de los años 60, de los 70, de los 80, son obras magníficas, extraordinarias.
Lo único es, y quiero hacer esta aclaración, que al desprenderse de las influencias, crea el idioma y crea la obra más auténtica de Ramón Oviedo.
Desde tu perspectiva, y dada esa complicidad en que devino la relación de ustedes, ¿cómo describes la personalidad, el carácter de Oviedo?
Ramón Oviedo era un hombre, yo no sé si la palabra sea tímido o reservado, pero muy centrado en él. Por ejemplo, recuerdo en una exposición en Venezuela, en la Galería Díaz Mancini, la noche de la inauguración, asistió mucha gente. Vino una señora que, impactada con la obra de Oviedo, me dijo: «Yo puedo poner cualquier obra de estas al lado de mi Picasso». Llamé al maestro y le presenté a la señora, y a los cuatro o cinco minutos, Oviedo se va, y lo alcanzo a ver frente a una de sus obras, pasándole la mano. Después voy y le pregunto: «Maestro, ¿qué pasó que usted se fue y lo vi acariciando esa pintura?» Y me dice: «Es que nadie le estaba poniendo atención a esta obra». O sea, Oviedo era tan y tan auténtico que resultaba infantil.
Él era un hombre de una cultura extraordinaria, un gran pensador. Pero no le interesaba demostrarlo, porque él vivía en su mundo interior.
Era un amigo auténtico y solidario, un gran ser humano, generoso con su familia y sus amistades. Recuerdo casos, como por ejemplo, un día me llega una carta de un museo en California que dice que van a hacer una actividad para vender obras para un fin benéfico. De una vez pintó un cuadro 70 por 70 pulgadas y lo mandó de regalo. Y así muchísimos casos. Oviedo fue un hombre muy dominicano, que defendía la dominicanidad y además, un firme crítico contra la corrupción.
Oviedo repetía «Yo me doblo, pero no me parto». Esto te demuestra a ti lo que era Oviedo. Él tenía muchas frases. Las pintaba en las paredes de su estudio y había una frase que decía «El mundo es una gran boca que se come a sí mismo». Tenía otra muy simpática que decía: «¡Viva Martinot, muera Blandino!». Lo que quería significar con eso es que Martinot era un hombre que hacía cajas funerarias de pino para la gente pobre y Blandino, obviamente. Claro, él no lo decía como crítica a los Blandino, que son unos grandes empresarios que han hecho un gran trabajo en República Dominicana, sino en defensa de ese artesano, por llamarle de alguna manera.
En el estudio de Oviedo, tú veías, y esto quizás te llame la atención, muchas cabezas de muñeca, cabezas de plástico, piernas y brazos de muñeca, cuerpos con una pierna. Es que él, cuando veía esas muñecas tiradas por ahí, que ya nadie las quería porque estaban rotas, él decía: «¡Pero si esto es una belleza! Las recogía y las ponía en su estudio.
Cuando Ramfis Trujillo asesina a Modesto Díaz y a los otros compañeros suyos en la Hacienda María, el 18 de noviembre de 1961, mi padre escribe un artículo en el que llama a Modesto Díaz «hombre luz». Y yo me robé esa frase de mi padre y entonces digo que Oviedo era un hombre luz, porque lo era.
¿Qué aspectos de la obra y filosofía artística de Oviedo se reflejan en sus frases y cómo estas contribuyen a comprender su proceso creativo y su compromiso ideológico y humano?
Oviedo tenía una cultura extraordinaria. Y era un lector apasionado. Las personalidades que venían al país querían conocer a Oviedo. Recuerdo que Mario Vargas Llosa estaba un día en casa y le dice a Oviedo: «Maestro, ¿qué usted piensa de Shakespeare? Vargas Llosa es un gran literario, que domina varios idiomas, y Oviedo le respondió: «No, no sé». Entonces, como a los 20 minutos le dijo a Vargas Llosa: «¿Usted quería decir Sha-kes-peare»? Y entonces le dio una cátedra de ese artista. Claro, Oviedo no hablaba inglés, no entendía inglés y no entendió la pronunciación en el momento.
Otra anécdota interesante es con Marcel Marceau, el famoso mimo francés, que dos veces estuvo en República Dominicana. ¡Bueno, que la primera vez lo trajo tu amigo Alexis Casado! Marceau también era un gran pintor; lo que pasa es que no exponía sus obras. Un día en casa Marcel, Oviedo y yo estábamos hablando y como Marcel hablaba francés e inglés, pero no español, y yo hablo inglés y español, pero no francés, y Oviedo solamente hablaba español, yo me senté entre ellos dos para traducir. En un momento, Oviedo se distrae mirando una obra suya que está en la pared de mi casa. Le digo: «Maestro, intégrese». Me dice Marcel: ¿Qué tú le dijiste? «Que se integre», respondí. Y me dijo: «No, no, no, yo estoy viendo a la creación».
Marcel sabía que miraba a un Oviedo, perdido en ese momento, mientras estaba creando. Por eso dijo «Yo estoy viendo la creación». Y hubo otra frase que me gustó mucho de Marcel sobre Oviedo: «Sus obras son obras maestras y le voy a explicar por qué: he observado que no le falta ni le sobra una pincelada, un brochazo. Están perfectas».
¿Qué importancia tiene el legado de Oviedo en el contexto del arte contemporáneo dominicano?
Mira, no importa con qué artista plástico tú hables. La inmensa mayoría de ellos, no voy a decir la totalidad, reconocen a Oviedo como el pintor más importante que ha nacido en la República Dominicana. Oviedo no fue profesor, y sin embargo los artistas le decían maestro.
Sin dudas, es el artista que más ha influenciado a los pintores dominicanos. Tú te pones a ver los pintores que vienen después de Oviedo y tú ves la influencia de suya en muchos de ellos. Algunos como Juan Mayí, Raúl Recio te reconocen que Oviedo es lo más grande que nosotros tenemos.
No voy a mencionar nombres, pero a un artista dominicano muy reconocido, un día le preguntaron ¿quién es el artista más importante? Respondió: «Oviedo, pero yo no lo digo, porque él me cae mal».
Oviedo tiene una obra atemporal.
Tú que acabas de ver esta exposición habrás notrado que Oviedo tiene una obra que no tiene tiempo, sobre todo esta última etapa de su vida productiva. La obra de Oviedo es perfecta, como dijo Marcel Marceau. Creo firmemente que la obra de Oviedo va a sobrevivir y que en el futuro será todavía contemporánea.
Yo comentaba ahorita que en una de las exposiciones la crítica de arte le puso a esa exposición como título «Huellas del futuro», porque es que la obra de Oviedo está hecha como si en el futuro estuviéramos mirando hacia atrás.
Yo diría que hay algo de arqueología, pero a la inversa. Creo firmemente que es el pintor más importante que hemos tenido, y va a ser contemporáneo todavía en el futuro, o ya clásico.
Aunque sabemos que no era el objetivo de Oviedo, pero el artista necesita presentar su obra. ¿Qué desafíos enfrentó Oviedo en un tiempo tan difícil, como el que le tocó vivir en el país, en su búsqueda de reconocimiento para su obra?
Como dije antes, Oviedo era cartógrafo, fue creativo publicitario, caricaturista para la revista ¡Ahora! en una época muy difícil, en que los militares y gobernantes que tenían el poder tras la caída de Trujillo eran trujillistas. Pero yo creo que Oviedo nunca tuvo un problema económico, porque él abandona la publicidad en los años 70 para dedicarse exclusivamente a la pintura. Él vivió siempre de la pintura. Vendía su obra, incluso regalaba muchas obras, para darse a conocer. En el taller de Oviedo no había un Oviedo, porque se iban de una vez. A él no le interesó nunca los «celofanes». Era un hombre auténtico, no trabajó para ser reconocido ni condecorado, sino para que su obra fuera conocida, porque él sabía de la importancia que tenía su obra. Las condecoraciones que él obtuvo las gestionaron otras personas. Por ejemplo eso de ser declarado por el Congreso Nacional como Maestro Ilustre de la Pintura Dominicana. De hecho, a él quisieron declararlo el pintor nacional y él se opuso, porque dijo que mañana podría venir uno que fuera más importante que él. Entonces se creó el título de Maestro Ilustre de la Pintura Dominicana. como título único. Después tiene las condecoraciones de la Orden de Duarte, Sánchez y Mella, la francesa como Caballero de las Letras, y todo eso. Pero él no pintaba para las condecoraciones.
Antes de yo entrar en el escenario, Oviedo sí participó en varias bienales, gracias a Doña Marianne de Tolentino sobre todo, como artista invitado especial.
Incluso ganó un premio en la Bienal de Sao Paulo, con una obra que no fue aceptada en un concurso del Ayuntamiento del Distrito Nacional, pero Oviedo sabía que esa obra era buena, que el jurado aquí no sabía lo que estaba haciendo.
Debo destacar que cuando José Gómez Sicre, en el 1974, le da el primer Gran Premio de Honor de la Bienal, Gómez Sicre lo motiva para que participe en algunas bienales y le hace una exposición en Washington, en el Museo de la OEA. Después vienen otras cosas que son ajenas a mí, como son sus murales aquí, en la UNESCO y en la OEA.
El artista necesita motivaciones, y no hablo de la parte económica. Eso es algo, pero no la motivación que Oviedo recibió conmigo. La importancia que tiene esa obra es que que salió al exterior, casi en su totalidad. En los diferentes países fue aclamado, y eso al artista lo motiva, a él le motivaba.
En el Castillo Museo de los Grimaldi, en Cannes-Sur-Mer, llevamos cerca de 200 obras. Ahí fue, por ejemplo, Adrien Maeght. presidente de la Fundación Maeght, que es la fundación de cultura más importante del mundo y es francesa. Adrien quedó loco con la obra de Oviedo. Eso a él lo motiva. Que Rufino Tamayo haya dicho que Oviedo sí era un gran artista, eso lo motiva. Entonces, sí, yo tengo algo de responsabilidad, pero hubo otras personas también importantes que motivaron al Maestro. Claro, conmigo fue de manera continua. Si tú vas a mi página, Oviedo.art, ahí tú vas a ver todo lo que hicimos en un periodo de pocos años. Eso le dio una gran motivación a Oviedo.