
Vinilos, experiencia de pasado y presente entre surcos
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El sonido es el detonante. Nuestro cerebro se activa con el ritmo y la melodía. Se refuerza cuando, entre acordes, observas la portada del álbum, al tiempo de tocarla mientras lees títulos y créditos de los temas. Si acabas de romper el plástico, el olor a nuevo puede crear un clímax, y si es una pieza que tiene varios años, a lo que sea que huela, te ayudará a revivir ciertos momentos. Es todo un ritual al que puedes acompañar con la bebida de tu predilección, y ahí entra el gusto para completar los cinco sentidos, o tal vez entre en juego la sinestesia y, al escuchar, sientas cierto dulzor o un amargo que quieres bloquear.
Magia que se da en un abrir y cerrar de ojos, pero magia al fin. Es la práctica que vuelve a estar de moda sin dejar de lado su peso histórico, es la que se vive al escuchar música a través de los imponentes discos de vinilo.
Muchos aseguran que se escuchan mejor que las plataformas de streaming de hoy. Es alegato romántico que pudiera ser discutible, con altas posibilidades a ser desestimado. Lo que sí son reales son esos resultados sensoriales antes expuestos que rescatan la memoria y apelan a recuerdos que se unen al disfrute natural de una disciplina artística. Y más cierto es que, en long play o 45 r.p.m., han reanudado emociones, han vuelto a ser una realidad en tiempos en que los hípsters son puntos dorados en su peregrinar con la estética vintage a cuesta.
Construyendo el auge del presente
Finalizado los 80 (1988, 1989) se dio la explosión de popularidad del disco compacto (CD). Por un lado, estaba el casete que dejó su impronta en la cultura cultura pop de ese decenio. Por el otro, los vinilos, en especial los Long Plays (LPs), eran columnas inquebrantables. Ambos soportes moldeaban el ambiente hasta que, en los primeros años 90, aumentó la demanda del nuevo disco óptico de 12.7 centímetros de diámetros, capaz de almacenar 74 minutos en su fase inicial.
Los sellos discográficos motorizaron en gran escala la producción del CD, presentado en 1980 y que, poco a poco, se fue imponiendo. Tras su fama, las nuevas producciones lo iban adoptando y, paulatinamente, los catálogos también lo hacían. Era la nueva era, en la que la mayoría de las personas regaló o llevó a la basura los LPs, vistos como «aquellos discos tan grandes» que, además de representar lo arcaico, ocupaban mucho espacio.

Todo aquello encontró a una minoría que se resistió, coleccionistas de buena casta que compartían lo viejo y la novedad.
El tiempo pasó y con él, el auge del CD. A finales de la primera década del siglo XXI, la irreverencia de Nápster, y su servicio de descarga gratuita de archivos musicales en MP3, le dio un duro golpe a la industria, obligándola a cambiar. El resultado es alto conocido: las plataformas de streaming hoy son la palanca que mueven el mercado.
El vinilo se mantuvo al margen de esa pugna. Mientras las nuevas tecnologías pateaban al CD, aires de nostalgia crecían, y sin darnos cuenta, nació un nuevo esplendor alrededor del formato de los surcos que, entre el rescate y nuevos lanzamientos, volvió a imponerse, no con el protagonismo de antes, pero sí con la solidez y el orgulloso de poder afirmar, «soy el formato más importante del siglo XX. En mí está grabada la historia de la música contemporánea, y aún sigo de pie, registrando el nuevo milenio».
En cifras
Expertos hablan de una segunda juventud. A partir de 2010, los discos de vinilos fueron el blanco de nuevos coleccionistas que vieron en ellos el «estilo más cool» de ser melómano. El 2018 encendió la alarma. Las ventas de LPs en Estados Unidos constituyeron el 19.1% de todas las ventas de álbumes físicos, acercándose a las de CDs, 20.9. A decir de la revista Billboard, en ese año Los Beatles fueron los que alcanzaron mayor venta, 321 mil copias, seguidos de Pink Floyd y David Bowie, 177 mil y 150 mil copias vendidas, respectivamente.
Para 2022, por primera vez, desde 1987, se vendieron más LPs que CDs. Datos suministrados por la Recording Industry Association of America (RIAA), en relación al país norteamericano, aseguran que las ventas ascendieron a 41 millones de vinilos, frente a 31 millones de CDs.
Un informe de Promusicae de España, revela que el país europeo generó 13.6 millones de euros en la primera mitad de 2022. Además, esta asociación asegura que, en la actualidad, las ventas de vinilos alcanzan un 54% de los discos físicos que se venden en tiendas españolas, quedando por primera vez, por encima del CD, que registra un 44% y cuyas ventas han caído un 29.8%.

Contrario a lo sucedido en Estados Unidos, las listas de ventas en Europa son lideradas por álbumes de artistas de esta generación. Por ejemplo, producciones como Midnigths de Taylor Swift, Good Kid, M.A.A.D City de Kendrick Lamar, Un verano si ti de Bad Bunny o Motomami de Rosalía, alcanzaron cifras significativas.
América Latina y República Dominicana
Aunque no existen cifras concretas que pueda medir el impacto de los discos de vinilos en América Latina, se advierte una cultura entusiasta y de arraigo, segmentada de acuerdo al tipo de música. En México, Panamá, Colombia, Perú y otros puntos, se mantienen una dinámica eufórica que involucra encuentros nacionales e internacionales de coleccionistas o las llamadas audiciones, espacio de animación donde la esencia puede girar en torno a un artista o un género musical y se programa música en LPs.; en tanto que Puerto Rico sigue siendo uno de líderes de la región en mantener una industria fonográfica robusta, gracias a una muestra de fidelidad que, por años los boricuas han manifestado hacia sus artistas preferidos, traducida en la compra de sus productos y respeto a su obra.
En las tiendas de estos países, los vinilos, en convivencia con CDs y casetes, son el centro de encuentros de «buzos» que vuelcan todas sus pasiones en la búsqueda de joyas puntuales. A esos momentos de culto se suman los nuevos consumidores que, quizás no buscan tanta gloria, pero que se han montado en la ola y viven lo que, para ellos, es una nueva y maravillosa experiencia.
Ciudades como Lima en Perú y Cali, Medellín y Bogotá en Colombia, han normalizado las audiciones y encuentros de coleccionistas. La salsa, la cumbia y otras expresiones tropicales, así como el tango, son las que más brillan. Existen colectivos que las impulsan. Entre rarezas, se puede encontrar grupos muy exclusivos, como uno bogotano, cuyos integrantes se dedican a coleccionar vinilos de merengue dominicano u otro que se caracteriza por coleccionar los de 45 r.p.m., no importa el tipo de música.
En República Dominicana también existen consumidores del referido disfrute. Aunque no se sienten con la intensidad de otros países, los hay con un alto nivel de conocimiento y una pasión que lo ha llevado a mantener viva la memoria de la música dominicana. Existen espacios de venta informal. Las ausencias de tiendas, casi nulas, suplen las ventas directas por internet de compañías discográficas y artistas y plataformas que los venden nuevos y usados. Es el caso de Amazon, Ebay y redes como Discog, entre otras, que funcionan en todo el mundo.