
Pablo Milanés, con la clave a cuesta
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Dueño de una voz robusta de tanta musicalidad, un canto casi perfecto que no sabía desafinar y tenía un tesoro que lo hacía distinto del resto de los representantes de la llamada nueva trova cubana. Pablo Milanés tenía un excelente manejo de la clave, ese pulso que Cuba le mostró al mundo para que se defendiera entre compases. No necesitó el choque de palitos que le marcaran 3 – 2 o 2 – 3, parecía que la pauta iba de la mano con el timbre y la intensidad, con matices que sabían caminar, muchas veces en solitario y en otras demostrando que se podía acomodar a cualquier dueto.
Repasemos algunas muestras. Entre muchos ejemplos, destacan Yolanda y Homenaje, con la clave bien ajustada en cada frase, como si el discurso melódico había nacido a partir de la construcción rítmica. Por ahí anda algún video en el que se coloca al lado del gran Miguelito Cuní, prototipo de sonero ideal con el que el joven Pablo se atrevió a cantar Convergencia, aquel bolero son de Bienvenido Julián Gutiérrez que demanda un sentimiento especial al momento de enfrentarlo. También, con guitarra y el sonido de la clave, le puso música a Canción (que tituló De que callada manera), el poema de Nicolás Guillén, uno de los tantos que nacían con el tambor endosado, cosa que Pablo entendió y resolvió a puro punteos de cuerdas.
La visión de Emiliano
Convergencia fue grabado por Pablo en el álbum Nueva Visión (1978) de su cómplice el pianista Emiliano Salvador. Esta versión se mostró vanguardista, sin botar la esencia. Aquella sesión parió otros temas más experimentales: Puerto Padre y Son de La Loma, el mismo de Miguel Matamoros, en la que el cantante abordó magistralmente las claves de son y rumba respectivamente.
Emiliano pudo buscar un sonero certificado; no obstante, leyó entre líneas. Se dio cuenta que el canto de Pablo traía la clave a cuesta, con cierta malicia que le permitía jugar con ella, adelantando su paso, quedándose atrás y retomando sin perderse en el camino.
Nueva Visión marcó un punto evolutivo importante en la carrera de Pablo Milanés, pues a partir de entonces, el cantautor presentó propuestas con marcadas presencias del jazz afrocubano. Ejemplo a destacar es la producción Buenos días América (1987), que incluye el tema homónimo, Son para un festival y otro, Ámame como soy, bien arrimado a la clave de son. Además, está Identidad (1990), también con el tema que nombra el álbum, al que se unen Como una bendición y Los Caminos.
Años
Dos producciones lo desnudaron. El gusto inmensurable por la tradición se dejó sentir en la trilogía Años(1983, 1986 y 1992) un trabajo de alto valor antropológico donde se codeo con figuras de esa trova que le precedía y que trazó pautas en la música cubana. En el volumen III se registran colaboraciones con Francisco Repilado “Compay Segundo”, entre ellas la que hicieron en Chan Chan, antes que el mundo descubriera la gracia y magia envolvente de esta composición.
Amor y salsa
De Pablo se sabía que era capaz de entrar al universo salsero. Tímidamente se conocían algunos guiños junto a Caco Senante, Andy Montañez y en una impecable versión de Proposiciones, junto a Juan Formell y Los Van Van, la cual abrió el telón del álbum Pablo Querido (2002), y en la que se le ve soneando “de tú a tú” con Mayito Rivera.
Pero la real obra estaba pendiente. Recientemente se publicó Amor y salsa, donde dejó veinte grabaciones que enseñan distintos estados de la salsa, desde ciertos movimientos básicos cubanos envueltos en fusiones, hasta el estilo convencional que desde Nueva York se diseminó a otros lugares. El mismo contó con una amplia eclética lista de colaboradores, señal de que estamos ante un amplio menú salsero, inmenso como el maestro que lo encabeza: Alejandro Sanz, Juanes, Oscar D León, Aymée Nuviola, Gonzalo Rubalcaba, Luis Enrique, Rosario Ismael Miranda, Gilberto Santa Rosa, Diego Torres, Yotuel, Isaac Delgado, Ana Belén, Caco Senante, José Alberto “El canario”, Francisco Céspedes y La India.
Resumiendo.
Lo presentíamos. Está en su legado, en él. Esa pudo a ver sido una razón por lo que muchos lo versionaron: La Sonora Ponceña (De que callada manera, El tiempo el implacable el pasó, Ya ves, Quiero ser de nuevo el que te amó y otros), Roberto Roena y su Apolo Sound (Son para un festival), El Gran Combo de Puerto Rico (Años, Te quiero porque te quiero), Víctor Víctor (De que callada manera, Años), Tony Vega (Yo me quedo, Cuando te encontré) Gilberto Santa Rosa (Comienzo y final de una verde mañana, conocido como Déjame sentirte), Isaac Delgado (Identidad, Cuando lejos estás inalcanzable, La novia que nunca tuve, Son de Cuba a Puerto Rico), Michel Camilo y Giovanni Hidalgo (Amo esta isla), Harold López Nussa (Para vivir) Caco Senante (De que callada manera). Mario Ortiz y Orquesta (El breve espacio en que no estás) y otros.
Lo cierto es que, si había que cantar bolero, era el mejor. Lo mismo el son, la timba o el jazz, y otras expresiones a las que su magnética voz engrandecía. Ese nadar entre tantas aguas, ese hacerlo bien sin reparos, lo convirtió en el preferido de su generación y de las que siguieron. Todos admiraron al autor; pero también veían en el intérprete algo grandioso y distinto: esa calve, explícita o implícita, que desplegaba en su manera de cantar.