
Tres históricos tratados para construir una visión binacional
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Resulta chocante, la asociatividad o vinculación, que muchos analistas y una gran parte de la sociedad quieren encontrar en la guerra de Israel contra Palestina y la situación entre República Dominicana y Haití. La situación en Medio Oriente tiene un alto componente religioso mientras que lo que está ocurriendo en la Isla Hispaniola tiene que ver un enfoque distorsionado de hechos históricos que datan desde hace siglos.
No se puede abordar el tema, objetivamente, sin leer detenidamente y reflexionar sobre los acuerdos firmados en tres ciudades europeas: Aranjuez, Rijswijk y Basilea.
Esos tratados fueron rubricados por diversos motivos que exponen en este extenso trabajo: buscando paz y acabar una crisis económica profunda que registraba una de las grandes potencias colonizadora de la época. Que la mayoría de las veces se hace la indiferente con la crisis que vive el pueblo haitiano y que afecte directamente economía de la República Dominicana.
Tratado de Aranjuez
El tratado de Aranjuez de 1777, firmado entre España y Francia, estableció las fronteras entre los territorios español y francés en la isla de Santo Domingo, en el mar Caribe.
Con anterioridad, según los acuerdos establecidos en el tratado de Rijswijk de 1697, España había cedido a Francia la parte occidental de la isla (la actual Haití) conservando la parte oriental (actual República Dominicana), según información del Ministerio de Deportes y Cultura de España.
En 1773 el capitán general de la parte española de la isla, José Solano, y el gobernador de la parte francesa, marqués de Valiere, firmaron un acuerdo provisional en el que se definían los límites entre los territorios de ambos países en la isla. En 1776 José Solano y el conde de Ennery ratificarían este acuerdo con la ayuda de una comisión de topógrafos que señalarían físicamente los límites establecidos.
El tratado fue firmado el 3 de junio de 1777 en la localidad madrileña de Aranjuez por el conde de Floridablanca, en nombre de Carlos III de España, y el marqués de Ossun, en representación de Luis XVI de Francia. En él se relacionaron minuciosamente los límites entre los territorios de ambos países, basados en los acuerdos de 1773 y 1776, y apoyados por un mapa topográfico levantado a tal efecto.
Tratado de Ryswick
El Tratado de Rijswijk (se pronuncia Réisveik), también llamado Tratado de Ryswick (nombre antiguo de la ciudad) es el tratado de paz que da fin a la guerra de los Nueve Años, que vio enfrentadas a Francia contra España, Inglaterra, las Provincias Unidas de los Países Bajos y el Sacro Imperio Romano Germánico. Este tratado, firmado en la localidad de Rijswijk, provincia de Holanda Meridional, fue firmado en dos partes. La primera, el 20 de septiembre de 1697 entre Francia, España, Inglaterra y las Provincias Unidas de los Países Bajos, y la segunda el 30 de octubre de 1697 entre Francia y el Sacro Imperio Romano Germánico.
La base de la paz era que se debían devolver todas las ciudades y distritos conquistados desde la paz de Nimega (1678). Entonces, Francia entregó Friburgo, Breisach y Philippsburg al Sacro Imperio Romano Germánico, aunque conservó Estrasburgo.
Por otra parte, Francia obtuvo de España la parte occidental de la isla de Santo Domingo, que después pasaría a ser Haití y adquirió Pondicherry —después de pagar a las Provincias Unidas la suma de 16 000 monedas de oro llamadas «pagodas»— y Nueva Escocia, mientras que España recuperó la Cataluña invadida por los borbones franceses —algo importante de cara a la repercusión que tuvo en la Guerra de Sucesión Española— y las fortalezas de Mons, Luxemburgo y Charleroi.
Tratado de Basilea

Acuerdo de paz firmado el 22 de julio de 1795 mediante el cual España cedió a Francia la colonia de Santo Domingo, según ha publicado el portal especializado en temas históricos Historia Gráfica Dominicana (2017).
La Revolución Francesa iniciada en 1789 repercutió en la antigua isla La Española y, muy particularmente, en Saint Domingue, donde las distintas clases sociales se enfrascaron en numerosas luchas, la parte de la colonia española permaneció vigilante de cuanto acontecía en la vecina. A medida que pasaba el tiempo, la revolución se fue radicalizando. La noticia del arresto de Luis XVI provocó una gran conmoción en España. El conde de Aranda convocó de inmediato al Consejo de Estado con el fin de considerar la posibilidad de declarar la guerra a Francia, pero aun cuando quería salvar a Luis XVI, prefirió negociar con los jacobinos, lo que produjo su caída, siendo reemplazado por Manuel Godoy, destaca el mencionado portal.
«En Francia, la Convención asumió las tareas del gobierno tras la disolución de la Asamblea Legislativa, abolió la monarquía y proclamó la República. La ejecución de Luis XVI el 21 de enero de 1793 precipitó los acontecimientos. Adelantándose a las consecuencias de sus acciones, la Convención declaró la guerra a las potencias europeas el 1 de febrero. Previendo que, tarde o temprano, España tendría que enfrentar a Francia, el Gobierno de Madrid envió el 22 de dicho mes un oficio reservado al capitán general de Santo Domingo, Joaquín García y Moreno, en el que le
Una vista aérea del Canal de la Vigía, en la provincia Dajabón.
instaba a ganar a los jefes de los esclavos que se habían rebelado en la colonia francesa en agosto de 1791 y a todos los habitantes de ella opuestos a la república».
Y añade que miles de negros comandados por Jean Francois, Jorge Biassou y Louverture se pasaron al bando español. El plan español era la conquista de Saint-Domingue. El 7 de marzo, Francia declaró la guerra a España y 17 días después lo hizo Carlos IV.
Francia y España anhelaban la paz
Destaca que en un principio, la contienda en la isla favoreció a las armas españolas, que conquistaron numerosas poblaciones francesas con la ayuda de los negros, pero la deserción de Louverture, quien se pasó al bando republicano el 14 de mayo de 1794, cambió totalmente la situación. También en Europa la marcha de la guerra le era desfavorable al ejército peninsular. Los franceses habían penetrado en territorio español, capturando varias ciudades vascas y estableciendo, a lo largo de los primeros meses de 1795, un frente en Miranda del Ebro, en pleno corazón de la meseta castellana.
Tanto España como Francia deseaban la paz por diversos motivos. Así pues, el 22 de julio de 1795 firmaron el Tratado de Basilea, que puso fin a la guerra y en el cual se estipuló que la primera cedía a la segunda la colonia de Santo Domingo. Todos los habitantes que quisieran abandonar la isla con sus bienes dispondrían del plazo de un año para hacerlo. La corona les proporcionaría tierras en la isla de Cuba. Para Godoy, ningún tratado le supuso a España menos sacrificio que el de Basilea, pues consideraba a la mencionada colonia tierra de maldición para los blancos y verdadero cáncer agarrado a las entrañas de cualquiera que fuese su dueño, reseña la publicación.
«El arzobispo de Santo Domingo, fray Fernando Portillo y Torres, quien tenía una profunda aversión a los franceses por considerarlos ateos y regicidas, había recibido la noticia de la cesión al mismo tiempo que García, junto con la orden de partir para La Habana en compañía de las tropas españolas y funcionarios civiles».

También el clero regular y secular debería embarcarse con todos los bienes muebles de la Iglesia. Pero el clero se mostró renuente a abandonar la isla con la prontitud que Portillo les exigía, alegando que, de hacerlo, sufrirían cuantiosas pérdidas.
Éxodo hacia La Habana
«En unas instrucciones fechadas el 27 de enero de 1796, el Gobierno español pidió al arzobispo que exhortase a los vecinos a salir de la colonia antes de que la guerra entre los ingleses, quienes habían invadido Saint Domingue a solicitud de los realistas, y los franceses se extendiese por toda la isla. Pero se opusieron los cabildos de la colonia, para los que la evacuación de los religiosos dejaría sin pasto espiritual a los habitantes que quisiesen quedarse», destaca Historia Gráfica Dominicana, que tiene como fuente principal a los historiadores Emilio Rodríguez Demorizi y Carlos Esteban Deivi.
Los cabildos creían que Francia, conocedora de las dificultades que encontraría para administrar Santo Domingo sin el concurso de la Iglesia, respetaría la fe de sus residentes. Una buena parte del clero decidió permanecer en sus parroquias. En algunos casos, la excusa fue la falta de dinero para atender a su mantenimiento, según la publicación citada.
Expresa algunos habían abrazado los postulados de la Revolución Francesa y prefirieron vivir bajo las nuevas autoridades. A mediados de 1796, los sacerdotes que habían abandonado la isla eran muy pocos. El sueño de Portillo de trasladarse cuanto antes a otra colonia se vio satisfecho cuando, el 27 de agosto, se le autorizó a irse a La Habana.
«El Tratado de Basilea había hecho concebir a Godoy la esperanza de que un pacto con Francia fortaleciera la posición internacional de su país. El único inconveniente para lograrlo era la existencia de la Convención, pero cuando ese organismo fue sustituido por el Directorio, el ministro español concertó en agosto de 1796 el Tratado de San Ildefonso. Perjudicada en sus intereses, Inglaterra le declaró la guerra a España y se lanzó abiertamente a la conquista del territorio oriental. En febrero de 1797, los ingleses se apoderaron de Neiba, Las Caobas, San Juan y Bánica. Dos meses después, acosaron Montecristi y Azua», destaca un texto citado en su cuenta de Facebook.
Y agrega que el nuevo estado de guerra y las penurias económicas demoraron la emigración de los vecinos. Ignoraban el trato que los franceses, luego de la entrega, darían a los bienes de quienes ya habían partido a La Habana y a otras partes. Ante el peligro que entrañaba la irrupción de los ingleses en la capital de la colonia, la Audiencia, compuesta por cuatro magistrados, resolvió embarcarse para Cuba. Ese acuerdo lo había tomado sin la aprobación de Joaquín García, quien se opuso a él. Los oidores volvieron a reunirse en consulta, la cual produjo una división de pareceres. Dos de ellos votaron por acatar la voluntad del gobernador y los otros se ratificaron en su decisión de abandonar Santo Domingo.
Y destaca que «al margen de esa división, lo que la Audiencia anhelaba era continuar ejerciendo sus funciones en Cuba, donde no solo estaría a salvo de cualquier contingencia, sino, sobre todo, por tener en esa plaza mejores posibilidades de prosperar».
Indica que García se afanaba por facilitar la salida del mayor número de vecinos. Aspiraba a embarcar por lo menos a un tercio de los 100,000 que moraban en la colonia. Las ocasiones para irse habían sido escasas debido a la insuficiencia de navíos, además de que los equipajes facturados eran tantos que no había espacio bastante para las personas. Quienes ya habían dejado sus hogares lo habían hecho para asentarse no solo en Cuba, sino también en Puerto Rico, Venezuela, Cartagena y Río Hacha.
La mencionada página puntualiza que «la insistencia de los oidores en irse para La Habana motivó que el rey ordenase que permaneciese en Santo Domingo hasta la entrega formal de la colonia a Francia. Mientras tanto, los emigrados confrontaban serios inconvenientes en Cuba.
El Tratado de Basilea había establecido que se les daría transporte gratuito, compensación por los bienes abandonados, tierras y herramientas, así como una pensión durante cierto tiempo, pero la Junta de Emigrantes integrada para proporcionarles todo eso carecía de dinero y terrenos donde aposentarlos. Aunque se ignora la cantidad exacta de vecinos de Santo Domingo que se fueron de la isla, esta emigración aumentó sustancialmente al producirse la entrada de Toussaint Louverture en la colonia en 1801 y la invasión de Jean Jacques Dessalines cuatro años más tarde».