
Se apagó uno de los liderazgos femeninos contemporáneos más influyentes
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La reina Isabel de Inglaterra no solo fue una heredera del trono, se erigió como una de las mujeres más poderosas del planeta, y jugó un papel importante en la transición histórica global; por demás estuvo consciente de su cuota en el pastel del poder mundial y lo hizo con empoderamiento, evidenciando el papel de las mujeres en la vertiente de la política contemporánea.
Isabel II, al momento que su padre Jorge VI tuvo que asumir la dirección de la monarquía inglesa (en 1936) por abdicación de su hermano Eduardo VIII, comenzó a percibir que en lo adelante la vida no sería igual, pero lo más contundente de esta historia es que la pone al frente del liderazgo de una de las monarquías con mayor poder político y económico, cuando hubo de asumir el trono a la muerte de su progenitor en el año 1952.
Elizabeth Alexandra Mary Windsor es coronada como líder de la nobleza inglesa al mismo tiempo de obtener los títulos como «Soberana» de catorce «Estados independientes constituidos en reino que forman parte de la Mancomunidad de Naciones». Esto da una perspectiva de la dimensión de su ejercicio como líder monárquica de Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Jamaica, Bahamas, Belice, Granada, Papúa Nueva Guinea, Islas Salomón, Tuvalu, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, Antigua y Barbuda y San Cristóbal y Nieves, según reseña la enciclopedia digital Wikipedia.
Al destacar la preeminencia política de una de las mujeres más importantes de la historia reciente, en este análisis se narran las características de un liderazgo femenino que se hizo contundente más allá de las funciones simbólicas que se les asignaban. En lo adelante se refieren algunos acontecimientos que debió asumir, sus posturas, estrategias, formas y los códigos de comunicación política que se hicieron parte de su proceder, lejos de romantizar o hacer causa común con el modelo político que dirigió. Se repasa su período de mandato y los cambios que le tocó asumir para darle permanencia a su monarquía.

El linaje de lideresa a Isabel II le venía directamente de su madre, Isabel Bowes-Lyon, quien tuvo un papel determinante en el acompañamiento de su padre, Jorge VI, para que pudiera desarrollar la seguridad y las competencias demandadas para ejercer un liderazgo político, así como para hablar en público, elementos requeridos para ejercer de rey de Inglaterra en una etapa muy crítica de su historia.
Este, según algunos autores, al asumir la conducción del trono era tartamudo y padecía pánico escénico, situación que fue mejorada gracias al empeño de su esposa que buscó un foniatra que lo llevó a superar el temor a hablar en público y lo condujo a ser uno de los reyes con mayor popularidad y aceptación de parte de los ingleses. Este tema es ampliamente tratado en The King Speech, (el libro y película).
Este hecho, junto a los consejos de Winston Churchill, primer ministro de Inglaterra, le permitió convencer al pueblo inglés de que, a pesar de estar en desventaja en poderío armamentista y recursos económicos, su país le declararan la guerra al imperio nazi para mantener su independencia.
La reina que asume a los 27 años, poseía un carácter controlado, mesurado y férreo, parte de las habilidades que les son desarrolladas a los señalados en la cadena de sucesión al trono de cualquier nación monárquica. Ella los exhibía de manera aventajada, por eso, y con el acompañamiento permanente de consejeros y expertos pudo actuar conforme a las exigencias de los retos que se le presentaron durante su poderío.
Hay anécdotas de las conversaciones que sostenía con Churchill, a la sazón primer ministro de Inglaterra, gobernante a quien solía requerir la información necesaria para irse formando paulatinamente respecto de la cotidianidad de ejercer el poder y de cómo tomar sabias decisiones políticas respecto del Parlamento, con quien le tocó compartir el poder durante 70 años.
Aquellos eran los días de reunión con el gran político inglés, sesiones en las que pedía a este su retroalimentación acerca de su desempeño y hasta respecto de decisiones que había tomado con total convicción. Se le destaca como una mujer con apetito por el aprendizaje.
Al mismo tiempo, a la monarca de Reino Unido le identificó una disciplina constante, elemento indispensable para construir un liderazgo y generar las ejecutorias planificadas. Los biógrafos cuentan de las rutinas diarias esquematizadas en un calendario, con los tiempos divididos y enfocados en las tareas propias del ejercicio de sus funciones. Fue una mujer muy trabajadora.

Dimensión política
A sabiendas de que reinó con un estilo conservador, porque no hay otra manera de caracterizar a una monarquía, a «Su majestad la Reina» le correspondió asumir un liderazgo en medio de una transición, el período de la Guerra Fría (ya había presenciado de niña cómo actuó su padre al ser rey en el tiempo de la Segunda Guerra Mundial). Al parecer esto, sumado a la formación que reciben los herederos del palacio, fue edificando la mujer política que tuvo que desmontar la imagen de una joven frágil y posiblemente sin el temperamento que requería la dificultad del cargo.
A partir de su asunción asumió cambios, que también fueron impuestos por las coyunturas, pero que ella con olfato de política sagaz pudo advertir, porque de no tener la apertura o la vocación de incorporar ciertas innovaciones se hubiera afectado más la relación de la realeza con el pueblo inglés, y eso hubiera profundizado en los sentimientos que se han alzado para su abolición, tal como ha sucedido en otros países.
Conservadora, pero con marcada apertura al cambio
Isabel II se entronizó, y a pesar de mantenerse fiel a sus valores y garantizar los códigos protocolares de la monarquía, empezó a impregnarle cierto estilo de cercanía a sus primeras visitas a las naciones bajo el mando de su reinado; en su comunicación, sobre todo, hacia las décadas de los 80, 90 y 2000 protagonizó acciones de acercamiento y visibilidad con la clase artística, tanto clásica como con representantes del arte popular, el cine y el deporte internacional. Esto se leía como una forma de conectar más fácilmente con los públicos y transmitir la calidez que se perdía con los cánones de su ejercicio.
A pesar de esta práctica de empatía también se conoce su carácter imponente, que en algunos momentos fue descarnado, como el que presentó ante el conflicto bélico de Inglaterra y Argentina por el control de las islas Las Malvinas, o el mismo que dejó salir al golpear la mano de una persona que la recibió con el saludo global en lugar de inclinarse y besarla en la suya, como lo establece el protocolo real.

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La Reina y el príncipe Felipe con siete de sus bisnietos: (de izquierda a derecha) los príncipes George, Louis, Savannah Phillips (de pie en la parte trasera), la rincesa Charlotte, Isla Phillips sosteniendo a Lena Tindall y Mia Tindall.
Autocontrol emocional
Le correspondió demostrar autocontrol y templanza, que son dos de las competencias que debe tener un líder con el nivel de sus responsabilidades, tanto en el aspecto personal como en el político.
A pesar de los tiempos adversos que le tocó, por ejemplo, en el período del año 1992, denominado por ella como «Annus Horribilis», año horrible porque sus hijos Carlos III y Andrés, Duque de York, se separaron de sus esposas; también su hija Ana se divorcia, acciones prohibidas moralmente para la realeza y se suma a esto que un incendio consume gran parte del castillo de Windsor.
Falta de empatía emocional
A pesar de que casi siempre mantuvo bajo control las emociones vinculadas a la demostración de efusividad, para el discurso de Navidad del año 1957 compartió frases motivacionales al pueblo como «no puedo llevarlos a la batalla, no les doy leyes ni administro justicia, pero puedo hacer algo más», y «puedo darles mi corazón».
Uno de los hitos que le dieron caracterización a su liderazgo a nivel global fue la actitud asumida respecto del matrimonio de Carlos III con Diana Frances Spencer (Lady Diana), a quien aceptó por los rasgos tradicionales y lo que representaba como una supuesta princesa sumisa, procreadora y garantista de su descendencia, según plantea la literatura especializada.
A pesar de los diversos tonos que le dan a la relación de Isabel III y la princesa Diana, la mayoría habla de las confrontaciones y choques entre ambas por la actitud impositiva de la monarca. Tanto así que Lady Di en una entrevista dio a conocer la forma en que fue tratada por la reina y su influencia para que el príncipe Carlos la eligiera por conveniencia para casarse.
Asimismo, se conoce de la confrontación de ambas por los estilos de liderazgo, y su oposición al de Diana de Gales, que era más humano, sensible, empático con los pobres y más abierto a romper con las tradiciones conservadoras de cómo llevar la crianza de los hijos, la vida pasional y el relacionamiento institucional.
Pero la reina fue vista siempre con pocos actos de simpatía y como responsable de propiciar un secretismo cuando la realeza inglesa debía comunicar y dar la cara. Un ejemplo de ello fue su reacción ante las declaraciones de Lady Diana anunciando el divorcio de su primogénito Carlos.
En torno a esta relación y el choque de posturas entre ellas se tejen muchas historias. Lo cierto es que la Reina Madre aún en el funeral de Diana tuvo acciones que afianzaron la percepción de una actitud tirante contra Spencer.
También saltaron a los medios de comunicación, en su momento, las crisis familiares provocadas por la imposición de las reglas tradicionales a su hermana Margarita Rose Windsor. De este caso se documentó que movió todos sus recursos para impedir que se casara con el hombre que amaba, el coronel Peter Townsend, caballerizo del rey. Se dice que esta la odió por mucho tiempo por aquella acción.
Lo propio con su hijo Carlos, quien se enamoró antes de contraer matrimonio con Diana de Gales, de Camila Parker Bowles pero por ser una relación extramarital y ella divorciada, la Reina se negó a aceptarla hasta que se produce el fallecimiento de la madre de sus nietos Guillermo de Gales (William) y Enrique de Sussex (Henry).

Rol de unidad
Heredado de su padre, Isabel II tipificó su forma de ejercer la política con un sentido de unidad, con la visión de una Inglaterra capitalista, imperial y colocada entre las naciones más poderosas del mundo, y así condujo su ejecutorias. Se le atribuye esta impronta para manejar los conflictos que podían surgir con el tiempo entre las diferentes corrientes políticas que hacen vida en el parlamento, y durante uno de los más trascendentales: la salida de Inglaterra de la Unión Europea, el denominado Brexit.
Dimensión social
A decir de Jorge Llaguno, profesor del área de factor humano del IPADE Business School, entrevistado por Elizabeth López Argueta para El Economista, «ella siempre decía que estaba al servicio del pueblo y su misión era llevar esa conciencia con los gobernantes. Al no ser la cabeza del Estado, pero sí ser una figura esencial, era la cara que todo el mundo veía convirtiéndose en un símbolo de certidumbre. Se volvió la figura más reconocida por todas las generaciones de lo que representaba un mandatario».
Códigos de comunicación política
Los elementos que dan significado al estilo de comunicación política de la Elizabeth de Inglaterra siempre fueron en gran medida apegados al estilo autoritarista-monárquico, bajo el cual la élite dominante tiene súbditos y el pueblo trabaja, tributa y rinde honores a estos que están esos puestos por línea sucesoria. Por lo tanto, el estilo de comunicación es vertical, su Majestad comunicaba cuando entendía necesario la Corona no cuando los tiempos requerían de una interacción con los públicos.
Esa comunicación estaba marcada por falta de empatía, carente de la intención de hacerla humana y cercana. Muy blindada de los signos que encierra el protocolo institucional. Este dominaba el comportamiento de la Reina y de los integrantes de la familia real. Utilizando los medios de comunicación a conveniencia de sus necesidades comunicativas.
Se notaba en la mujer que ejerció por más años su rol de Reina un lenguaje no verbal seco, sin expresividad humanizante y con movimientos calculados y administrados para colocar el mensaje preciso que se necesitaba transmitir, sin dejar suelto ningún gesto que saliera de manera espontánea.
Hasta las sonrisas, las gesticulaciones para demostrar cierto nivel de empatía estaban estructuradas, o por lo menos, se percibían como parte de un guion para poner en escena lo que se requería comunicar o lo que demandaba el momentum político.
Siempre tuvo cerca asesores, expertos en comunicación que le fueron guiando conforme de cuáles eran los usos de los medios que mandaban los tiempos, sin embargo, siempre se impuso lo dictado por el protocolo: las formas de saludar, la forma de mover el cuerpo ante la audiencia, la forma medida de sonreír al estar en cualquier circunstancia y el estilo discursivo. La manera de estructurar estas piezas comunicativas con su marca, signos, símbolos y forma de exponerlos.
Al final, Isabel, su Majestad, la Reina lo tenía todo organizado y calculado, tanto que décadas atrás planificó cómo sería su velatorio y el código con el que se comunicaría su fallecimiento al primer ministro para proceder a la organización, y así se recordará aquel momento inolvidable de su despedida con el código «El puente de Londres ha caído».
Imperialista por convicción
En el aspecto institucional hubo muchas situaciones que la pusieron a prueba como aquella crisis generada por la nacionalización del Canal de Suez por el dirigente egipcio Gamal Abdel Nasser. En esta guerra que se produce en 1956, ella alínea su postura a la de Francia e Israel contra Egipto, debido a los intereses similares económicos, políticos y comerciales, lo que evidencia su estilo imperialista respecto de la toma de decisión de otras naciones.
La forma en que reaccionó a las guerras, desastres y situaciones adversas durante su mandato reflejan que no le temblaba el pulso para comunicar sus decisiones y fijar posturas. Para ejemplo están la crisis de la explosión de la planta de Chernobyl; el atentado a la Torres Gemelas en Estados Unidos o los atentados terroristas en Reino Unido en el año 2005.
Aunque hay que señalar que contrastó su forma de actuar en relación al caso del líder africano Nelson Mandela, porque debía supuestamente actuar neutral. La reina tuvo un enfrentamiento con la primera ministro Margaret Thatcher en relación a él, a quien ésta denominada terrorista mientras la emperatriz lo consideró su amigo, se mostró en contra del sistema del Apartheid y lo recibió con todos los honores en su palacio.