
Monumentos para no olvidar
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La libertad es el bien más preciado que posee el ser humano. Por eso, cuando se la arrebatan, la defienden, aún a costa de la propia vida, el otro bien imposible de valuar.

En 1930 se hizo con el poder un militar que sumió al país en la barbarie y el horror, sumiendo a todo un pueblo bajo el peso asfixiante del crimen, el latrocinio y la más férrea opresión. Miles de dominicanos perdieron la vida, fueron desaparecidos, torturados, encarcelados o exiliados.
Caer en desgracia con el régimen no necesitaba de mayores razones. Solo era necesario que Rafael Leonidas Trujillo deseara la tierra o propiedad de cualquier ciudadano, sus hijas y hasta su esposa, era suficiente. Y mostrar ideas contrarias a su proceder, exponía a cualquier ciudadano, no importa su estatus social o económico, a ser considerado enemigo de Trujillo y su estructura de terror.

Pero a pesar de la eficacia de los cuerpos represivos al servicio de la dictadura, los dominicanos no se quedaron de brazos cruzados. Muchos jóvenes, tanto los que habían tenido que salir al exilio como los que estaban dentro del país, mostraron su rebeldía frente a la dictadura. Muchos se organizaron y conspiraron contra el poderío trujillista, pagando con sangre y luto la osadía de querer vivir en un país libre.

En junio de 1959, 198 jóvenes dominicanos y extranjeros desembarcaron por Constanza, Maimón y Estero Hondo, para desafiar la tiranía, «encender la llama justa de la libertad». Exterminados casi por completo, se podría decir que la acción fue un fracaso. Pero esa semilla germinó pronto, y ya jamás el sátrapa tuvo paz. Dos años más tarde caía Trujillo, ajusticiado, y con ello moría «la era», caía la noche oscura de la sangrienta dictadura.

Para honrar la memoria de los caídos, el pueblo dominicano ha erigido diversos monumentos, plazas, parques y ha nombrado calles y avenidas en honor a los miembros de la Raza Inmortal.