
Los hombres del Presidente
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Quien ocupa el sillón del Ministerio de la Presidencia es considerado un hombre fuerte del Presidente, en otros sistemas sería algo así como el «primer ministro», de máxima confianza y quien debe llevar los hilos de Palacio Nacional, tanto en lo que concierne a políticas públicas, como lo que implica –y lo más complejo– la estabilidad entre tantos egos y personalidades que nutren los círculos del poder que rodean a un mandatario, incluyendo el propio partido, organizaciones aliadas y representantes de la sociedad civil. En esa fiesta, quien pone la música es esta importante figura.
Esa persona fue hasta hace una semana, de manera oficial, Lisandro Macarrulla. Proveniente del sector empresarial, se vio arrastrado por el famoso expediente del «Caso Medusa», y aunque no ha sido acusado de manera formal, se le acusa de haber pactado sobornos, un señalamiento muy complejo de probar, por no decir imposible, pero con profundas ramificaciones políticas. La historia está ahí: la acusación contra su hijo y su mención literal, le costó el puesto más importante del gobierno del Presidente Luis Abinader.
Por si fuera poco, al cumplirse dos años de gestión gubernamental, otro hombre del Presidente ha caído: el otrora ministro de Educación, Roberto Fulcar. Aunque en palabras suyas se trató de un simple movimiento, no de una destitución, lo cierto es que creó un terremoto mediático porque se le consideraba inamovible, al ser un fiel escudero de Abinader aún en los años en que pocos auguraban que sería presidente. Fulcar lo siguió estoicamente en la derrota del 2016 y más tarde se convirtió en su jefe de campaña, para luego ser nombrado en el todo poderoso Ministerio de Educación, la entidad que más presupuesto recibe en todo el Estado dominicano.
Ni Macarrulla ni Fulcar ni el gobierno en su conjunto la han tenido fácil. Han sido dos años difíciles, en medio de una pandemia y con una consecuente crisis económica. Para colmo de males, Rusia invadió Ucrania, apretando la tuerca del mercado de los combustibles e incluso de los cereales. Incluso se llegó a pensar en una crisis de alimentos por altos precios y desabastecimiento, cosa que ningún gobierno, por más que le explicara a la población que era un fenómeno externo, podría resistir en el mediano plazo. Si buscan un argumento, esto queda demostrado en los más recientes procesos electorales: ningún partido oficialista ha logrado retener el poder.

Volviendo a los hombres del presidente, los ruidos terminaron por ser abrumadores y contundentes. Por el lado de Macarrulla, Medusa lo arrastró al precipicio, mientras que Fulcar cayó por una combinación de factores, algunos confirmados y otros por sospecha, pero en algo contribuyó su particular estilo de gestionar el complejo mundo de la educación, ya fuera porque se entendió a medias con el gremio, o porque nunca supo mantener al ministerio alejado de la polémica.
Abinader, por su parte, conforme se acerca el 2024, va hilando fino. Daría la sensación que se resistió hasta el final –y es entendible– de sacarlos de la primera línea. Remover de sus cargos a dos hombres fuertes de su círculo no es cosa sencilla, pero terminó pesando más la gobernabilidad que los cálculos políticos, o las consecuencias que esto podría implicar, sobre todo a lo interno del PRM.
Lejos de los chismes o rumores de pasillo, hasta la fecha de hoy ni Macarrulla ni Fulcar se han salido del libreto, a pesar del enorme peso mediático y político que ha caído sobre sus hombros. Cualquier otro, sin mucha experiencia o víctima del fuego cruzado, habría caído en el desliz de responder con ataques al presidente, un escenario nada favorable al gobernante porque habría significado perder varios días o semanas de ciclo noticioso, aunque superficial en apariencia, con serias consecuencias políticas.
Un presidente no firma un decreto sin considerar todas las implicaciones de su publicación. Luis Abinader pasó seguramente varias semanas consultando con la almohada dos decisiones, aunque distintas en la forma –una fue renuncia y otra un cambio de puesto– con un fuerte olor a «salida por la puerta de atrás», hombres del Presidente que en este particular panorama le hacían más daño que bien. Abinader, esta vez, lo hizo bien y lo hizo a tiempo.