
El fin del petróleo
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El petróleo se acaba. Nadie en su sano juicio podría afirmar que, al ritmo de consumo energético del mundo de hoy, al denominado oro negro le queden más de cien años como el centro de la producción de energía global. En la actualidad un sinnúmero de científicos, pensadores sociales, corporaciones petroleras, jefes de Estado, gobiernos, entidades multilaterales, estudian a profundidad el tema del petróleo y, sobretodo, buscan afanosamente una nueva fuente de energía que mueva la economía mundial.
El agotamiento de las reservas petroleras no es el único problema al que se enfrenta la humanidad. El consumo voraz de energía también ha provocado el calentamiento global: las emisiones excesivas de CO2, producto de la quema de combustibles ha aumentado la temperatura a niveles nunca antes vistos, se deshielan los casquetes polares, el nivel del mar ha aumentado 25 cm en los últimos años, se acrecientan las inundaciones acabando con millares de vidas en el mundo, muchas especies han desaparecido y otras, como las abejas, están rumbo a su extinción.
Las últimas tres ocasiones en que la producción del petróleo disminuyó –el embargo petrolero árabe de 1974, la revolución iraní de 1979 y la guerra del golfo Pérsico de 1991–, las subidas de precio del crudo sumieron al mundo en la recesión económica. Imaginemos que pasaría con una crisis de más largo plazo. De seguro que las consecuencias serían espantosas para el mundo.
¿El petróleo llega a su fin y los gobiernos de los países industrializados, más las grandes corporaciones internacionales no están haciendo nada para evitar el trauma de un mundo sin energía? Claro que no. Se están desarrollando experimentos desde hace varias décadas con otras fuentes alternativas: hidrógeno, gas natural, carbón descarbonizado, energía solar, eólica, entre otras. Pero cada una de ellas tiene grandes inconvenientes que saltar.
El hidrógeno es difícil de atrapar y su rendimiento como combustible aún no supera al petróleo. Para muestra un botón: los vehículos de hidrógeno son mucho más caros que los vehículos de motor de combustión interna, usados comúnmente por todos nosotros. Además de las dificultades que tiene el hidrógeno para ser aislado y convertido en energía. Ya que este es uno de los elementos que con mayor facilidad se une a otros.
Cada una de esas fuentes alternativas de energía chocan de frente con problemas de eficiencia, de costo de tecnología, pero la más fuerte de las dificultades, es el cambio en corto plazo de toda una estructura de producción, distribución y suministro energético que habría que abandonar para pasar a la nueva o nuevas formas de energía. La actual estructura comercial del petróleo esta valorada en diez trillones de dólares, es decir, un diez seguido por dieciocho ceros.
Pero no solo se trata de que los seres humanos en menos de doscientos años nos hayamos tragado el petróleo que tardó millones de años en acumularse. El irracional consumo de energía del mundo nos esta llevando a terminar no solo con el petróleo, sino con cualquier forma de vida en el planeta Tierra, incluyéndonos nosotros mismos.
El calentamiento global se debe fundamentalmente a las altas emisiones de CO2, del cual el 90% procede de la quema de gas, petróleo y, sobretodo, carbón. Cuando el carbono, en forma de CO2, asciende a la atmósfera, altera los mecanismos naturales de enfriamiento de esta. Como un espejo de una sola cara, el CO2 deja que la luz del sol pase a través del aire y caliente la Tierra, pero luego impide que la mayor parte del calor resultante irradie de la Tierra al espacio. Durante los últimos cien años, ha hecho aumentar las temperaturas medias del globo entre 0,37 y 1,13 grados centígrados.
Según un estudio realizado por British Energy un aumento de la temperatura en 1.5 grados centígrados podría ocasionar pérdidas agrícolas en cultivos, erosión del suelo, desertización e inundaciones cuyas pérdidas estarían calculadas en doscientos sesenta y cinco mil millones de dólares anuales en todo el mundo.
¿Que hacer? Es la gran pregunta que nos hacemos todos. Sin duda, la tarea de salvar a la humanidad de una gran catástrofe de dimensiones inconmensurables o hasta de su propia desaparición debe comenzar por reducir nuestros hábitos de sobreconsumo energético. El próximo paso le toca a los gobiernos de los grandes consumidores de energía del mundo (Estados Unidos con el 5% de la población mundial consume el 25% de toda la energía), fomentando el uso de tecnologías para la eficiencia energética, tanto en la fabricación de vehículos, bombillas, electrodomésticos como también en la construcción de casas y edificios hechos para consumir menos energía.
Estos dos pasos nos permitirían ganar tiempo para la construcción de un nuevo modelo energético que se apropie de fuentes que no sean dañinas para el ambiente. Además, de la búsqueda de tecnologías que logren darle a esas fuentes el mismo rendimiento energético del petróleo y a su mismo costo económico.