Cada vez hay más gente bien formada para correr en la política
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Los mercados han cambiado, lo saben los que serán los más aventajados. El conocimiento es poder, así como la información y las personas con visión y liderazgo cada vez invierten más en el desarrollo de las habilidades que les conduzcan a ser entes formados en las lides de la política y su gestión a favor de sus proyectos políticos o de aquellos con los que trabajan o trabajarán.
Cada vez representa mayor valor agregado el perfil político de los bien formados.
La profesionalización de los actores que intervienen en el ecosistema político siempre va a ser favorecedora, tanto para ese ámbito como para el impacto que ello tenga en el fortalecimiento institucional de lo que administren, de sus propuestas, de las entidades partidarias a las que pertenezcan, y al Estado desde el área que le corresponda dirigir.
Hace mucho que debieron ser superados los tiempos de la improvisación y ascenso de figuras sin formación y sin conocimiento de los aportes que deben hacer a la administración pública. En países donde los indicadores de desarrollo humano muestran números positivos cada vez es más excepcional que un advenedizo obtenga los puestos electivos de mayor preponderacia. Así debía ser en todas partes.
Aunque ser una persona formada no garantiza el buen desempeño al frente de la «Cosa Pública», es fundamental que la mayoría de los que eligen a la política como carrera puedan lograr una formación. Puedo testimoniar desde la experiencia en las aulas que ha ido incrementando la cantidad de personas con aspiraciones en este marco que realizan carreras de primera o segunda graduación como ciencias políticas, administración o gestión pública; marketing político; comunicación política, relaciones públicas, comunicación estratégica, derecho o gestión de asuntos públicos.
Esas personas con aspiraciones en el mundo político, jóvenes o no los he encontrado con su contagiosa implicación siendo mis alumnos en la Fundación Global Democracia y Desarrollo (Funglode); en un diplomado en la Escuela Superior de la Junta Central Electoral, Chavón, CI Comunicación Integral y en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM). Los he tenido en las aulas, ya sea en formación de grado, maestría, diplomados o talleres a ministros, funcionarios, servidores públicos. También otros que han sido diputados o regidores, y eso por ósmosis debe propiciar una transformación. Cuanto mejor formados están los que funcionan en la gestión pública más positivo será el aporte a los procesos, transformaciones e innovaciones que impulsarán en los espacios donde les toque gerenciar.
Esto de preparar a los hombres y mujeres para que sean el futuro de la Patria no es fortuito. Fue un concepto bien articulado por hombres de ciencia. Por ejemplo, como Platón, el filósofo griego discípulo de Sócrates, que más o menos por el año 387 inicia la primera escuela llamada La Academia, a las afueras de Atenas, la cual en palabras de José Gómez Cerda tenía el objetivo de «formar a la nueva élite dirigente, mediante una preparación científica y filosófica, para administrar la ciudad con justicia».
Entonces si los padres filosóficos de la política dejaron el legado de la formación como instrumento primario para dirigir el «bien público» apegado a los intereses que beneficien a la mayoría, ¿por qué en el devenir de los tiempos hay sociedades que en momentos han involucionado, colocando frente al erario a personajes que no le van a sumar algo positivo?
Ojalá se pudiera reglamentar que todo aquel que se dedique a la actividad política se forme y entienda que será la mejor manera de plantear promesas programáticas relevantes y cumplirlas, y que estando capacitado podrá entender mejor las dinámicas del ejercicio público y sumar iniciativas favorables a su imagen, ya lo decía el Padre de la Patria Juan Pablo Duarte: «la política no es una especulación, es la ciencia más pura y la más digna, después de la filosofía, de ocupar las inteligencias nobles».